El dilema de la profesión médica: entre pasiones y sacrificios
Recientemente, y con un retraso de años, se ha destacado en los medios el serio problema de los bajos salarios que cobran los médicos. Detrás de los magros ingresos y frustración de muchos médicos, se esconde un complejo entramado de variables que amenazan la existencia misma de una profesión vital para la sociedad. Inevitablemente, este problema va de la mano de una atención de baja calidad, largas esperas para acceder a una consulta -lo que puede tener un impacto negativo en la salud-, médicos que dejan la profesión o elijen alternativas diferentes a lo asistencial y la menor disponibilidad de médicos en varias especialidades.
Muchos no tienen alternativa y, a pesar de su incuestionable pasión y dedicación, ejercen dentro de un marco de esfuerzo que puede llegar al burnout -agotamiento extremo-, fenómeno que se exacerbó durante la pandemia. Puedo compartir algunas experiencias personales que dan cuenta de lo anterior. Por ejemplo, la situación de una médica excepcional llorando al relatar las razones que la llevaron a renunciar a su cargo reflejando la frustración que muchos enfrentan en silencio. En una situación más cotidiana, también es decepcionante escuchar la resignación de un pediatra cuyo ingreso neto, habiendo examinado decenas de niños enfermos, es insuficiente luego de descontar los costos en que incurre para ejercer la profesión. En un extremo, he sido testigo de colegas víctimas del suicidio bajo el peso abrumador que la profesión impone.
Haciendo una analogía con la práctica médica, el problema de los bajos salarios médicos requiere un diagnóstico correcto para poder llegar a hacer un tratamiento efectivo.
Es verdad que por el camino que vamos puede llegar a haber falta de médicos en el futuro. Pero hoy, y desde hace años, lo que tenemos es un excedente. Algo tan básico como el desequilibrio en la ley de oferta y demanda también aplica a los profesionales médicos. Hay un exceso de médicos -que hoy son aproximadamente 180.000-, pero concentrados en pocas áreas urbanas. A pesar de tener una de las proporciones más altas en el mundo de médicos por habitante -4,1 cada 1000 habitantes en la Argentina versus 2,4 promedio en América Latina y 2,6 en Norteamérica-, la distribución desigual genera una situación preocupante. Mientras que en la Capital Federal puede haber un médico cada 80 personas, en regiones de la Mesopotamia esta relación llega a uno cada 400 personas. Muy pocos quieren ejercer en zonas remotas donde la precariedad de las condiciones de vida y ejercicio profesional son adversas y la remuneración aún menor.
Esta realidad se ha visto agravada por la llegada masiva de médicos extranjeros que, si bien puede suplir la demanda en ciertos lugares, afecta negativamente al ya comentado problema salarial de los médicos argentinos. Datos recientes muestran que en la Universidad de La Plata uno de cada dos inscriptos para la carrera de medicina son extranjeros. Las dos razones más frecuentes para elegir a la Argentina como país donde cursar los estudios son que en su país de origen la carrera es “muy costosa económicamente” y que “los criterios de admisión son muy estrictos”. También, para la reciente selección de residencias médicas, uno de cada tres postulantes era extranjero. Esta diversidad se hace evidente en las instituciones y servicios de la medicina, donde se puede apreciar la presencia de médicos extranjeros, incluyendo a algunos profesionales excelentes con los que trabajo diariamente. Es fundamental asegurar que todos los profesionales de la salud -tanto los argentinos como aquellos que ingresan al país para realizar sus estudios o ejercer la profesión- cumplan con altos estándares de calidad y competencia.
Los médicos aceptan hacer consultas que los financiadores pagan con un valor promedio que fluctúa entre $2000 y $2500. Para la mayoría de las especialidades clínicas, la duración de la primera visita debería ser de aproximadamente una hora y los seguimientos no pueden extenderse menos de 30 minutos ¿o algún paciente quiere que su médico lo examine, apresuradamente, en 15 a 20 minutos? ¿Cuántos pacientes debe ver ese médico por día para asegurarse un ingreso que pueda mantener una familia y un estándar de vida acorde con la complejidad de la profesión? Lamentablemente, esta baja compensación lleva a algunos a generar sobre prestación de estudios y tratamientos innecesarios que no estarán alineados con los intereses del paciente. La oferta de profesionales es entonces muy alta y por lo tanto el valor de la prestación cae. Además, permanentemente el ingreso médico es afectado por el fenómeno del “dilema del prisionero”. Aunque muchos acuerden trabajar por un cierto salario, siempre habrá alguno que acepte un honorario menor y llevará a una espiral de ingresos decreciente.
Pero el exceso de oferta no es el único problema. La calidad médica es irregular y en muchos casos mala. La medicina, como disciplina en constante evolución, demanda una actualización permanente y una formación sólida. Sin embargo, la ausencia de requisitos claros permite que muchos profesionales ejerzan sin haber completado una residencia médica. Se debe aclarar que no hay otra alternativa reconocida internacionalmente que asegure una formación sólida similar a la lograda cuando se completa una residencia. Esto pone en riesgo la calidad de atención brindada y la seguridad del paciente. Y, obviamente, aun haciendo una residencia si esta se desarrolla en un centro que no tiene infraestructura adecuada, recursos tecnológicos actualizados y un staff de médicos experimentados disponibles todo el día para la formación de los residentes, entonces tampoco cumplirá el objetivo buscado. La falta de reconocimiento del mérito y la trayectoria también contribuyen a erosionar el prestigio de la profesión médica. En un contexto donde la formación y la excelencia deben ser premiadas, resulta indispensable establecer concursos abiertos que aseguren el liderazgo de los más destacados.
La certificación de actualización permanente, respaldada por criterios rigurosos, debe convertirse en un distintivo de calidad y competencia profesional. Esto es fácil que se transforme en un “sello de goma” avalado por un trámite burocrático, pero cuando el médico está debidamente acreditado, la certificación actuará como garantía de la idoneidad del profesional que se mantiene en ejercicio.
Probablemente a quienes estudian una carrera sin incurrir en costos puede que les resulte entendible que su remuneración posterior no sea significativa. La universidad debe tener criterios que aseguren que quienes no cumplan ciertas metas, no pueden continuar los estudios. Si consideramos una universidad en la cual solo se logra ingresar a través de un examen riguroso, limitando la cantidad de alumnos aceptados a la demanda de profesionales necesarios en el momento de su graduación, sumado a un costo de la matrícula universitaria que asegure una adecuada inversión económica para que los recursos humanos y de tecnología sean los más idóneos para la enseñanza de una profesión con avances que progresan literalmente a diario, es probable afirmar que esos estudiantes -una vez convertidos en profesionales- no estarán dispuestos a aceptar cualquier ingreso por su trabajo. Aquellos que carezcan de recursos para cubrir una matrícula y los gastos universitarios deberían poder acceder a becas y subsidios basados en mérito, garantizando así que nadie sea excluido por razones económicas. La controversia sobre la calidad profesional de los graduados, la obligatoriedad o no del examen de ingreso, el pago o la gratuidad de la matrícula, y las certificaciones posgraduación existen en todas las profesiones. En el caso de la medicina, al tratar diariamente con la vida y la muerte, estos conceptos se hacen aún más relevantes.
Dentro del gran espectro de la realidad académica, surge un ejemplo extremo que puede dar luz a todo lo expuesto. En los Estados Unidos, el camino hasta el título de médico se extiende ocho años y el costo económico que acarrea es significativo. Apasionados por la vocación médica, muchos financian sus estudios con becas otorgadas por el Gobierno o las Fuerzas Armadas y al terminar la residencia están comprometidos a trabajar por unos años para quienes los han becado. La búsqueda de excelencia durante la residencia como única forma de especialización, agrega entre cuatro a ocho años a la carrera. Es decir que alguien que curse toda la formación médica, comenzará a ejercer la profesión en promedio a los treinta y un años luego de un proceso prolongado, arduo y de alto costo económico. En la revista “Médico de Emergencias” (Emergency Physician) del año 1985, se mostró un ranking en que el primer puesto de los trabajos más duros en el mundo lo ocupaba ser minero en Gales. El segundo lugar correspondió a ser residente de un programa médico en los Estados Unidos. Actualmente en ese país, un médico que una vez terminada la formación se dedique a la clínica médica y decida trabajar en ciudades poco atractivas que compensan esa decisión con generosos salarios como incentivo, puede aspirar a recibir una remuneración notablemente elevada de hasta 400.000 dólares por año. Sin lugar a dudas, este es un ingreso excepcional para esa etapa de la vida en dicho país.
En conclusión, con lo anterior se revela un panorama desafiante y complejo, donde los sacrificios y esfuerzos en pos de la excelencia médica encontrarán su recompensa en una remuneración suficiente y en una trayectoria profesional que genere orgullo personal. La potencial solución es entonces devolver el prestigio a la profesión de médico. Solo así podremos asegurar una medicina que continúe siendo un faro de esperanza y una vocación noble que inspire a generaciones futuras salvaguardando lo más preciado que es la salud.