El dilema de América Latina
En momentos en que el mundo sufre el trauma causado por el Covid-19, es ineludible reflexionar sobre las perspectivas económicas y sociales de América Latina. Y también indispensable para cualquier intento eficaz de revertir la tendencia desfavorable que prevalece desde hace mucho tiempo en la región, y que con la pandemia está en camino de empeorar.
Al observar los tres países latinoamericanos más grandes-la Argentina, Brasil y México-, es palpable la frustración que sienten debido al hecho de no se encuentren en la situación que imaginaban podrían haber alcanzado en las primeras décadas de este siglo.
La frustración en la Argentina es la más amarga, porque este país experimentó retrocesos persistentes a lo largo de la historia sin vislumbrar una fórmula salvadora. Brasil, a mediados del siglo pasado, entusiasmado con el proceso de sustitución de importaciones industriales, abrigaba la convicción de que en cuatro décadas alcanzaría la condición de país desarrollado. Pues bien, aunque ahora se encuentra en un mejor nivel que en el pasado, sus aspiraciones todavía no se han convertido en realidad. México tiene una economía robusta, pero sigue siendo incapaz de reducir la inequidad social, de depender menos de Estados Unidos, adonde va el 80% de sus exportaciones, y de superar el hecho de que el sector informal emplea al 60% de la población activa.
Si se considera a América Latina como un todo, sus aspiraciones de progreso tampoco se concretaron: su relevancia mundial declinó y su nivel de vida sigue siendo insatisfactorio. Eso demuestra la urgencia de que la sociedad defina la manera de aprovechar el potencial de prosperidad disponible. En caso contrario, la región se volverá propensa a caer en un clima de estancamiento o retroceso.
Por otro lado se constata que, en los últimos veinte años, la economía mundial siguió un trayecto desfavorable para América Latina: la globalización atribuyó a la región un papel que debilitó sus probabilidades de ampliar las exportaciones de productos industrializados y de invertir en tecnología. Los que más se beneficiaron fueron los asiáticos, y eso les garantizó un marcado crecimiento del PBI. Estados Unidos y Europa están en condiciones de contrarrestar los efectos del parcial vaciamiento industrial sufrido. Entretanto, los países de América Latina que tienen un parque manufacturero perdieron competitividad en varios segmentos, sin la opción de contar con acceso a tipos más ventajosos de exportaciones que compensen esa pérdida. Por el momento, las únicas posibilidades que tienen estas naciones en el mercado internacional radican en la exportación de productos del agro y minerales.
La pandemia fue otro factor que influyó en el descenso de la posición internacional de América Latina, la cual, según la Cepal, fue la región más afectada por la crisis sanitaria y en 2020 presentó una caída del PBI de alrededor del -7,7%. El FMI prevé que 15 millones de latinoamericanos quedarán relegados a la extrema pobreza como consecuencia del coronavirus.
En vista del reducido espacio fiscal para aplicar políticas de recuperación económica, el esfuerzo de América Latina para salir del cuadro recesivo será más penoso y lento que el de los países desarrollados. Un ejemplo de esa realidad es el gigantesco programa de reactivación de la economía y apoyo a los sectores más pobres de la población, anunciado recientemente en Estados Unidos por el presidente Biden, que moviliza 1900 billones de dólares, algo enteramente inaccesible para nuestra región. En otras palabras, la pandemia ensanchó la brecha entre América Latina y las naciones desarrolladas.
Este escenario muestra cuán ilusorio es creer en una solución eficaz sin una iniciativa estatal pertinente para impulsar la economía. La demonización dogmática de la presencia del gobierno en la vida económica menoscaba el empeño en la búsqueda del desarrollo. Esto no significa apoyar la estatización del sistema productivo. En realidad, la privatización de empresas productoras de bienes y servicios es compatible con el uso sagaz de los instrumentos de políticas públicas para fomentar la economía y la equidad social.
No es mi objetivo transmitir un pesimismo fatalista, sino advertir sobre los riesgos que amenazan a América Latina. Los países de la región están en condiciones de tomar caminos fructíferos en el plano económico y social, y es hora de que lo hagan. Sin embargo, subsiste el peligro de que sigan perdiendo oportunidades para encontrar los caminos de la prosperidad.
Execonomista del Banco Interamericano de Desarrollo (Washington) y consultor económico.