El difícil manejo de las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina
Con un pésimo panorama interno como contexto, al Presidente le costará mucho, en Washington, desmentir la imagen de un país caótico y a la deriva
- 6 minutos de lectura'
La visita a Washington del presidente Alberto Fernández prevista para este mes no podía llegar en peor momento. El impopular mandatario argentino está asediado por crisis internas, incluido un índice de inflación anual que podría alcanzar los tres dígitos y una escasez de reservas internacionales que ha obligado a restringir las importaciones de productos que van desde el whisky hasta el alimento para perros.
Su poderosa vicepresidenta, Cristina Kirchner, está siendo enjuiciada por corrupción y los fiscales han pedido una condena de 12 años de cárcel. En respuesta, Alberto Fernández se hizo eco de las denuncias de “persecución judicial” del peronismo y fustigó el supuesto sesgo político del sistema de Justicia. Por sus comentarios sobre la Justicia, referentes opositores presentaron pedidos de juicio político en su contra. Recientemente, cuando los simpatizantes concentrados frente al domicilio de la vicepresidenta chocaron con la policía, el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires dijo que Cristina Kirchner y sus aliados eligieron “echar nafta al fuego”. Días después de esas confrontaciones hubo un atentado contra la vicepresidenta.
Con ese pésimo panorama interno, Alberto Fernández llegará a su primera reunión en la Oficina Oval con la cabeza puesta en otra cosa. Y cuando intente seducir a los inversores, le costará mucho desmentir esa imagen de un país caótico y a la deriva. Pero tal vez el mayor obstáculo para el éxito del viaje de Fernández a Washington sea su propia línea en materia de política exterior. A lo largo de su presidencia, sus inconsistencias en el apoyo a la democracia y los derecho humanos fueron erosionando un pilar de la relación entre Estados Unidos y la Argentina. En los últimos meses, en su carácter de presidente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el mandatario argentino ha criticado repetidamente a EE.UU., por lo general en defensa de despiadados dictadores de la región.
El manejo de las relaciones entre la Argentina y Estados Unidos es sabidamente complejo, en especial en un contexto de tensiones entre Washington y Pekín. Sin embargo, la Argentina a veces ha demostrado la habilidad diplomática necesaria. El embajador Jorge Argüello es muy activo y ampliamente admirado en la capital norteamericana, y el expresidente de la Cámara de Diputados y actual ministro de Economía argentino, Sergio Massa, ha sabido construir fuertes vínculos con la Casa Blanca. Alberto Fernández también ha tendido puentes con el gobierno de Biden, como en septiembre pasado, cuando fue anfitrión de una cumbre virtual sobre cambio climático de la que participó John Kerry, enviado de Biden para cuestiones climáticas. Con eso Fernández disipó el malhumor de Washington por su acercamiento a China, como la decisión de febrero del gobierno argentino de sumarse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta impulsada por Pekín.
Pero Alberto Fernández ha desestimado la importancia de ese vínculo en demasiadas ocasiones, incluso en la previa de su inminente visita programada a Washington. El ejemplo más notorio fue su viaje de febrero a Moscú. Mientras Vladimir Putin se preparaba para invadir Ucrania, el presidente argentino saludó calurosamente al dictador ruso y le ofreció la Argentina como “puerta de entrada” para Rusia en Latinoamérica.
Para colmo, no fue ni remotamente la única vez que Fernández decepcionó a Estados Unidos diluyendo la agenda de derechos humanos de la Argentina. En junio, Fernández aceptó asistir a la Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles, pero lo hizo a regañadientes y terminó aprovechando la ocasión para reprender a su anfitrión por excluir a los líderes represores de Cuba, Nicaragua y Venezuela. En agosto, en la cumbre de la Celac en Buenos Aires, el mandatario argentino volvió a tomar partido por los caudillos latinoamericanos, exigiendo el levantamiento inmediato de las “imperdonables” sanciones de Estados Unidos contra Cuba y Venezuela. (En ese mismo discurso, Fernández dijo: “El BID ha dejado de ser un banco para América Latina,” justo antes de una reunión de Sergio Massa con el presidente de esa importante institución.)
El mandatario argentino ha hecho la inverosímil afirmación de que Nicolás Maduro ha dejado de violar los derechos humanos en Venezuela, a pesar de la voluminosa evidencia de lo contrario y de la investigación en curso de la Corte Penal Internacional. No casualmente las actitudes del Presidente tienen eco en otros funcionarios de su gobierno. El embajador de Fernández en China, Sabino Vaca Narvaja, criticó la visita a Taiwán de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Y el canciller argentino, Santiago Cafiero, calificó de “ignorante” al senador norteamericano Ted Cruz cuando este dijo que Estados Unidos debiera castigar a Cristina Kirchner por corrupción.
Ese abordaje displicente de la relación con Estados Unidos es lamentable, y por varias razones. Para empezar, y sobre todo, porque a la Argentina no le conviene. Estados Unidos es un miembro influyente del Fondo Monetario Internacional, donde el reciente acuerdo de rescate de la Argentina pende de un hilo. Estados Unidos también es una inmensa fuente potencial de inversiones extranjeras para una país desesperado por conseguir dólares.
Estados Unidos es un aliado natural para la Argentina, y Fernández ha elogiado las políticas domésticas de Biden, al punto de referirse al presidente norteamericano como “Juan Domingo Biden”. Por su parte, la Casa Blanca ha buscado fortalecer esos vínculos. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, estuvo en la quinta presidencial de Olivos, y a su vez recibió en la Casa Blanca a su contraparte de entonces, Gustavo Beliz. Además, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, se reunió en Washington con el canciller Cafiero.
Pero la política exterior de Fernández está sobre todo equivocada por el enorme potencial que tienen las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina. Estados Unidos está más que dispuesto a ayudar a la Argentina a multiplicar su producción de alimentos para mitigar la inseguridad alimentaria global, y a fomentar la producción de petróleo y gas en Vaca Muerta para paliar la crisis energética a nivel mundial. Además, los vientos patagónicos podrían impulsar los planes de desarrollo de energías renovables que comparten ambos países. Las ingentes reservas de litio de la Argentina son otra gran oportunidad para la relación bilateral. Biden está presionando fuertemente para extender el uso de automóviles eléctricos, y los especialistas aseguran que la producción de litio de Estados Unidos no alcanzará para satisfacer la demanda de los fabricantes de baterías.
Esos intereses compartidos deberían alcanzar para que la charla entre Biden y Fernández sea cordial y productiva. Por suerte, todavía hay tiempo para ajustar el tono del encuentro. Antes de volar a Washington, por ejemplo, el presidente Fernández podría usar sus conexiones con La Habana para negociar la liberación de algunos presos políticos. O podría intentar persuadir a Maduro de que reanude las negociaciones con la oposición por el tema de las elecciones en Venezuela. Como mínimo, el gobierno de Fernández debería dejar de insultar a Estados Unidos, para no sumar un problema diplomático a su agenda ya infernalmente complicada en la Argentina.
Director interino para el Programa Latinoamericano del Wilson Center
(Traducción de Jaime Arrambide)