El difícil arte de escribir de uno mismo
Leer más de un libro a la vez puede ser un vicio contraído en la infancia y motivado por el entusiasmo o la casualidad, o bien una obligación de tipo laboral que hace inevitable duplicar el esfuerzo. Para el caso que presentamos aquí, la lectura casi simultánea de Excesos lectores, ascetismos iconográficos, de José Emilio Burucúa, y Maniobras de evasión, de Pedro Mairal, sin duda predominó la primera razón: el interés y el placer que nos suscitaron los dos libros, unidos a ciertas simetrías inesperadas.
A primera vista, todo diferencia a los dos autores. En primer lugar, pertenecen a generaciones diferentes (Burucúa nació en 1946 y Mairal, en 1970). Burucúa es un distinguido scholar, ex vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, especializado en historia del arte y, para más datos, un auténtico humanista, experto también en la historia del período clásico, que obtuvo, en 2016, el Premio Konex de Brillante. Mairal, en tanto, es un talentoso narrador que se dio a conocer en 1998 con Una noche con Sabrina Love, ganadora del Premio Clarín de Novela de ese año, y que después publicó, con éxito, otros libros del mismo género, como Salvatierra y La uruguaya, además de El gran surubí, una singular novela en sonetos.
La comparación empieza a tener sentido cuando advertimos que, para nuestro beneficio, los dos libros no rehúyen un carácter estrictamente autorreferencial, un trabajo con la propia historia que, por identificación o contraste, no pueden menos que interesarnos de verdad, puesto que también hablan de nosotros.
Excesos lectores... es, como lo sugiere con ironía su título, una lúcida crónica de la formación de un lector, de quien ha ejercido el oficio de la lectura con pasión siempre creciente y con una asombrosa vastedad de intereses. No se trata tanto de apresar el fenómeno del lector en una forma objetiva, una visión teórica o histórica de esta vieja actividad humana, tal como lo hicieron eficazmente Roger Chartier y, entre los argentinos, Ricardo Piglia y Alberto Manguel. Tampoco de proclamarse mejor lector que autor, a la manera de Borges. Más bien, lo que se advierte en esta autobiografía intelectual de Burucúa es la voluntad de ganar un saber y el mandato de transmitirlo, con un lejano pero no despreciable matiz didáctico. El maestro, el docente, asoman la cabeza.
Vamos compartiendo las estaciones de tránsito del niño de la clase ilustrada porteña a su adolescencia, y de ésta a la adultez; así, el enciclopédico Tesoro de la Juventud se turna con las colecciones Billiken y Robin Hood, y ya cuando el joven cursa la secundaria en el tradicional Colegio Nacional de Buenos Aires, la biblioteca personal se enriquece en cantidad y calidad.
Después vendrán las fallidas aventuras en Medicina y en Ciencias Exactas, la instalación definitiva en Filosofía y Letras -que no impide la doble pasión del humanismo y la ciencia-, y siempre escoltados estos movimientos por los libros necesarios. La historia del arte se convertirá en principal rubro académico y personal de Burucúa, pero la variedad de libros citados (y leídos), desde Divina Comedia, El Quijote, El rey Lear, En busca del tiempo perdido y Las obras maestras de la pintura en el Louvre, hasta Sarmiento, Borges, Natalio Botana, Beatriz Sarlo y Hugo Vezzetti, documenta un viaje sin ocaso.
El libro de Mairal, Maniobras de evasión, en cambio, afirma que pretende mostrar qué hace un escritor cuando no escribe. Ya se habrá adivinado: continúa escribiendo, en un inasible género que es mezcla de (un poco de) ensayo y (bastante) crónica. Parte del material ya ha sido publicado en revistas de jóvenes y en blogs especializados, y hay una buena cantidad de textos inéditos. Debe destacarse el excelente trabajo de edición de Leila Guerriero, que construye el libro de menor a mayor. Al final de la lectura, uno siente haber frecuentado un todo orgánico. Vaya una selección de títulos de estos capítulos sueltos y libres: "El sobrino de Bioy", "Conducta en los cócteles", "Latinoamérica queda en Europa", "Bajofondo bogotano", "Un mail" y "Las cosas cuando terminan", en el cual hace "un inventario de escenas de rupturas amorosas". Una de ellas tendrá una declaración informática: "Borro su contraseña para siempre".
Mairal se diferencia de Burucúa en su tono y estilo, pero no por el amor que los dos sienten por su lengua, instrumento que ambos usan con fervor juvenil. No importa que uno parezca recién salido de dictar un taller literario y el otro, de exponer en la universidad. Ambos, buenos lectores, merecen a su vez ser leídos un poco más que las modelos despechadas y los biógrafos de delincuentes.