Andrés Neuman. "El diccionario es el género literario más placentero"
Barbarismos, de Andrés Neuman, es una carta de amor a las palabras, un libro lleno de voces. Es, también, un contradiccionario, porque aspira a cuestionar la autoridad. Este libro, que define palabras políticas, románticas y literarias con humor y poesía tuvo su génesis en la niñez del autor, cuya familia encontraba placer en pasar el rato jugando con los vocablos del diccionario.
Siempre tuve un fetichismo con los diccionarios. Creo que tuve algún tipo de trauma o fascinación con estos juegos infantiles que había en mi familia: se abría el diccionario en una palabra desconocida, cuyo significado sólo el que lo abría podía verificar, y todos los demás tenían que improvisar definiciones. Después se votaba. Ahí comprobé que no siempre la definición textualmente transcripta convencía más a los jugadores que otras que eran perfectamente imaginarias pero mucho más persuasivas. Después estudié filología. Siempre me interesaron mucho los cruces entre la lingüística y la ficción, cómo una palabra cambia de opinión a lo largo de su vida útil, cómo las sociedades las van malinterpretando, reescribiendo. Y sobre este interés hay también una fuerte actitud crítica, ideológica, hacia los diccionarios, que muchas veces deslizan valores implícitos fingiendo neutralidad. Empecé a escribir una columnita en un diario español donde redefinía de forma provocativa, humorística, ciertas palabras. Trataba de hacer de radar de la temperatura de época. Un ejemplo: había toda una polémica sobre el reparto sobre los planes de maternidad y paternidad y de hasta qué punto hay una discriminación implícita y explícita con respecto a las trabajadoras. Entonces en la m puse "maternidad: momento de plenitud de una trabajadora justo antes de ser despedida". Otras son más personales. Por ejemplo, si me había pasado algo, escribía: "corazón: músculo peculiar que en vez de levantar peso lo acumula". O la palabra que más me costó definir, porque operaba como tabú: cáncer. Mi madre murió de cáncer y casi no hay familia que no haya perdido a alguien por esa enfermedad. Puse "cáncer: terrorista familiar". Empecé a darme cuenta de que estaba bueno trabajarlo como libro.
Las palabras pasaban un doble filtro. A algunas las pescaba: a las palabras que veía pasar con más frecuencia por encima de mi cabeza trataba de agarrarlas. Pensaba en una definición que pudiera resultar atractiva, irónica, sintética. Y el segundo filtro era dejar pasar un tiempo. Fui reuniendo estas palabras durante cuatro o cinco años. Salían de la actualidad pero después tenían que pasar el filtro de si decían algo dos años después. Si la respuesta era sí, entonces entraba. Yo quería escribir más o menos un millar. Podría ser infinito, pero había que terminarlo. Sino sería una labor increíble, el libro de arena. La lengua es un libro que nunca dice su última palabra y que además reescribe lo dicho y proyecta hacia el futuro. En ese sentido, si hay un libro que no se puede terminar, ése es el diccionario.
Mi intención era trabajar siempre con dos planos temporales, que estuviera presente la versión sincrónica y la diacrónica en todas las definiciones. Por un lado, tomar palabras muy milenarias, que estaban en el inicio de la cultura y que todas las sociedades escriben y releen, y pensarlas desde hoy. Democracia, por ejemplo. Y también hacer el ejercicio contrario: tomar una palabra que acaba de nacer, que es un neologismo, y tratar de inyectarle la memoria cultural mediante la asociación con otras. Traté de pensar en la actualización contemporánea de las palabras milenarias y en la memoria cultural de los neologismos digitales. Eso está todo el tiempo en el diccionario.
Trataba de que las definiciones fueran humorísticas, pero me interesa hacer una distinción entre el chiste y el humor. Para mí el chiste termina, se clausura en la risa. En el humor es sólo el punto de partida, la risa como vehículo para generar una idea, una discusión. Y el chiste en cierta forma es complaciente porque gratifica y se termina. Y el humor tiene un punto transgresor incómodo. También buscaba que las definiciones tuvieran cierta sintaxis que emulara la de los diccionarios: mi fantasía era parodiar la entonación contundente, la sintaxis sintética y esa especie de inapelabilidad rítmica que tiene la definición del diccionario. Por eso me divertía, porque muchas veces esa entonación inapelable se hace para transmitir una definición totalmente discutible.
Es un diccionario, pero no oficial. En lugar de aspirar a la autoridad, aspira a cuestionarla. Además me parece que los diccionarios, cuya función es tan utilitaria y aparentemente científica, analizados desde el punto de vista de la estructura literaria reúnen un poco todos los géneros: primero, son un proyecto totalmente articulado, unitario en su concepción, muy estructurales, es decir que necesitan cierto pensamiento novelístico; al mismo tiempo, cada definición se lee de manera autónoma, como si fuera un microcuento; por otra parte, la contundencia en la definición la acerca a la sintaxis del aforismo; y en ocasiones los diccionarios son involuntariamente poéticos. El diccionario sería el más absurdo y placentero de los géneros literarios.