El diálogo necesario entre fe y cultura
Una sugestiva película recientemente estrenada en Buenos Aires, De repente, el paraíso, del palestino Elia Suleiman, podría servir por vía poética para presentar una respetuosa mirada hacia las tradiciones religiosas y también como crítica al mundo occidental que parece olvidarlas. En el fondo, subyace un fracaso de la relación entre fe y cultura.
El politólogo jesuita Jean-Yves Calvez, quien tantas veces visitó nuestro país, observaba que, después del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas, había surgido un gran interés académico por el estudio de las religiones, dado que muchos investigadores tomaron conciencia de su desconocimiento al respecto.
En este sentido, el filósofo italiano Massimo Cacciari, ex alcalde de la ciudad de Venecia, declaradamente ateo y comunista, sostiene que es inaceptable la ignorancia religiosa porque nos impide entender el mundo. "La teología -afirmó en una entrevista- es interrogación sobre el verbo, no es repetición del dogma, y la filosofía occidental europea es impensable sin la relación con el cristianismo. ¿Cómo se puede hacer filosofía sin relacionarse con san Agustín, con santo Tomás? Sin el De Trinitate, de Agustín, no se entendería una sola línea de Hegel".
Recuerdo cuando, volviendo a admirar La conversión de san Pablo de Caravaggio, en la iglesia romana de Santa Maria del Popolo, una turista le preguntó al joven que la acompañaba quién sería el personaje caído del caballo. Él no supo contestarle. Lamentablemente, un sacerdote pidió que nos retiráramos: iba a comenzar la misa (para muy pocas personas en la nave central) y no podíamos distraernos con la pintura de un altar lateral. Imposible avanzar en una relación entre la pareja desprevenida, el cura mandón y Caravaggio. Oportunidad perdida de un posible diálogo entre fe y cultura.
En otro orden, no es novedad que en nuestro país la relación entre diferentes tradiciones religiosas, dejando de lado momentos de tensión que no faltaron en su historia, sirve de ejemplo para otras naciones y comunidades. Sin el acercamiento al judaísmo, que propició el Concilio Vaticano II, el cristianismo desecharía sus propias raíces y volvería, como otras veces, a la violencia y esa persecución que es una contradicción religiosa flagrante. Afortunadamente, las reuniones y encuentros interreligiosos son cada vez más frecuentes. Un gesto: al cruzarme el otro día con mi amigo el rabino Simón Moguilevsky, cuando supo que yo estaba preocupado por la salud de una pariente, me preguntó por su nombre y me dijo que se rezarían por ella en la sinagoga de la calle Libertad.
Además, la apertura al ecumenismo con las demás iglesias cristianas, el acercamiento a otras grandes religiones y colectividades, el interés por las culturas prehispánicas en nuestros territorios (un aporte puede ser el sínodo de Amazonia), e incluso el comienzo de ciertos entendimientos con personas ajenas a las religiones pero atraídas por la búsqueda de la verdad, son signos de estos tiempos. Tiempos que inquietan y preocupan bajo muchos aspectos, pero que también muestran algunas señales esperanzadoras.
Hubo momentos en que los fenómenos religiosos parecían destinados a desaparecer, por una desmedida fe en el positivismo o por mera indiferencia, si bien se le atribuye a André Malraux, escritor, militante antifascista y ministro de Cultura del general De Gaulle, haber afirmado que "el siglo XXI será espiritual o no será". Un deseo de espiritualidad después del siglo XX y sus dos grandes guerras mundiales.
Así como es imposible extinguir la sed de espiritualidad inherente a la condición humana o la inquietud por la pregunta sobre el sentido de la existencia o la incógnita del más allá, la religión no es solo una cuestión filosófica, sino que conoce dimensiones sociales y místicas. ¿A qué nos referimos? En el universo judeo-cristiano, a la conjugación entre el pensamiento filosófico, la tradición bíblica y la acción en favor de la justicia. O, también, entre las diferentes tradiciones filosóficas y las percepciones espirituales, tan antiguas como primordiales en toda cultura. Y a la relación entre pensadores y personalidades de profunda fe y apertura mental, como Gandhi, Henri Bergson y Carlo Maria Martini.
Esa cultura abierta con curiosidad por la trascendencia que brilló en figuras del siglo XX como Jacques y Raissa Maritain, Georges Bernanos, Francois Mauriac, Chesterton, Graham Greene, Joseph Roth, Heinrich Böll, Flannery O'Connor, Miguel Delibes, Gabriela Mistral y nuestro poeta Jacobo Fijman (el Samuel Tesler de Marechal), parecería hoy desdibujada. Tampoco se advierten grandes pensadores religiosos como Karl Rahner, Hans Urs von Balthasar o Pierre Teilhard de Chardin. Y figuras como Simone Weil, Edith Stein y Dorothy Day, entre muchas otras mujeres que marcaron la historia religiosa contemporánea. ¿Se trata de un desierto o de un impasse?