El Día Mundial del Saludo
Empezar el día recibiendo tal vez un cordial saludo familiar –¡hola pa, buen día!– o de un vecino –¡qué tal amigo gran jornada!– o sencillamente un: “hola, ¿qué tal?” le hace bien a nuestro espíritu. Esa tradicional costumbre que marca imperceptiblemente nuestra vida diaria .
El 21 de noviembre es el Día Mundial del Saludo. En principio parece un tema un tanto baladí, pero apenas uno inicia el recorrido de la reflexión sobre nuestros entornos laborales y familiares, nuestros vínculos aun con nuestro vecinos o clientes, es justo reconocer que un buen saludo, expresado con alegría y cierta cordialidad, tiene el mágico resultado de amigarnos con nuestro humor, revalorizar un vínculo; ya sea darle la bienvenida a un cliente o simplemente encontrarnos con nuestros compañeros en nuestra actividad laboral.
Saludar proviene de salutare y expresa desearle a otra persona salud con un gesto y en palabras o simplemente un buen deseo. La iniciativa de celebrarla nació de Brian y Michel Cormack, estudiantes de la Universidad de Harvard que en 1973, con el sentido de promover la paz y la cortesía entre los pueblos, las buenas relaciones y los vínculos más fraternos, rescataron estos milenarios hábitos y los valorizaron como una manera de establecer un diálogo cordial.
Las personas tienen variadas formas de saludarse y eso depende de las circunstancias. El registro más común fue estrecharse la mano, como una manera de avisarle al otro que no detentaba armas, extendiendo la mano derecha como muestra de cercanía y sinceridad. Obviamente las tradiciones, las geografías y las diversas culturas impusieron en el mundo modalidades y diversidades para presentarse o simplemente empezar a conversar. En América se acostumbra a dar la mano; un abrazo y un beso se han incorporado como hábitos razonablemente socializados.
En Rusia, las personas se saludan dándose de tres a seis besos en las mejillas, dependiendo de las regiones geográficas. En Oceanía, la cultura maorí optó por un ligero roce de narices. En Oriente se estrechan las manos inclinando ligeramente las cabezas. En el Tíbet, tal vez la fórmula puede parecer cuanto menos poco elegante: sacan la lengua para demostrar que no son la reencarnación de un temible rey que tenía la lengua totalmente negra, tratando de sembrar confianza en el interlocutor.
Los musulmanes se estrechan la mano, mientras que en la India presionan las palmas de la mano suavemente sobre sus corazones. El mero saludo, en cualquiera de sus formas, acompaña al hombre con un buen día, o buenas tardes o muy buenas noches, sin importar la latitud. En todo caso, el saludo, en cualquier circunstancia, también nos da un devolución de la persona con quien vivimos, trabajamos, o discutiremos seguidamente a continuación. El saludo es una manera de saber de antemano quién será nuestro interlocutor o en qué estado anímico se encuentra.
La empatía, la cordialidad y hasta esa forma sutil de contención que puede proveernos un saludo es, ciertamente, un buen embajador de lo que está por llegar. Obvio, sin omitir la hipocresía o la falsedad, que también conviven con nosotros, y muchas veces con inmediatez alarmante. Tampoco hay que olvidar el valor que implica un gesto de una mano que se agita en una despedida, o las lágrimas al momento de un reencuentro. Y qué decir de ese abrazo entrañable que puede dar un padre a un hijo cuando se ven en un aeropuerto o en una estación de trenes, después de meses o años de distancia.
Es justo también recordar ese silencio hondo que se agolpa en nosotros cuando estamos despidiendo a nuestros seres queridos en el último adiós. Valoremos esos silenciosos y hasta imperceptibles gestos, que hacen a toda nuestra vida, desde el nacimiento, hasta la ultima morada. Y saludemos siempre sin miedo, a viva voz, sin vergüenza: estamos deseando lo mejor. ß