El día después: cómo salir de la Gran Depresión
El mundo da por descontada una grave depresión económica después de la pandemia. Estados Unidos se apresta a emitir créditos por 2,7 billones de dólares y la Comunidad Europea otorgará créditos blandos no reembolsables por 700.000 millones de euros a los países miembros. La solución a la depresión es un aumento gigantesco de la liquidez. Esto solo se puede hacer en países que cuentan con un formidable sistema financiero.
No es el caso de Argentina que está en el peor de los mundos para generar liquidez: no tiene moneda, el sistema bancario es insignificante con una bancarización del 14% del PBI -la más baja de América Latina detrás de Haití, Bolivia o Paraguay- carece de mercado de capitales y está negociando trabajosamente para sortear un nuevo default internacional.
Necesitamos una política clara para tener moneda soberana propia, planificar y construir una bancarización profunda que supere el 100% del PBI. Como Chile, que ha alcanzado el 112 %. Ocho veces más que nuestro país.
El problema tiene solución, está estudiado y el proyecto de ley está preparado en mis libros "La Moneda Virtual" y "El Gran Cambio". La Argentina debe crear una moneda ontológicamente estable a perpetuidad. Para ello hay que seguir el modelo chileno, que en 1967 durante el gobierno de Eduardo Frei creó la moneda más estable del mundo: la Unidad de Fomento (UF). En los 53 años transcurridos desde entonces el dólar tuvo una inflación del 672%, mientras la UF gozó de estabilidad plena porque al estar indexada, no puede ser distinta al índice de precios. Se rige por la lógica: toda cosa es igual a sí misma. Y si la moneda es el índice de precios, no puede ser distinta a ese mismo índice. Está condenada a la estabilidad perpetua.
Debemos transformar esta herramienta en nuestra moneda de curso legal y forzoso. Según la cotización del BCRA al 11 de junio, una UVA cotiza $54,55. Aproximadamente medio dólar blue. Como está indexada, es menos proclive al atraso cambiario. Con ese régimen monetario, todas las obligaciones dinerarias relevantes -empezando por los sueldos, salarios y jubilaciones- deberían estar nominadas en UVA. Es decir, blindadas contra la inflación. Todos los créditos deberían pactarse en UVA. Esto permitiría crédito de largo plazo a una tasa de interés del 6% anual y plazos de 30 años. Generaría un crecimiento explosivo del mercado hipotecario.
Con moneda estable habrá ahorro y depósitos en los bancos. Pero además hay que aplicar una política audaz de bancarización inducida (obligatoria) que haga funcionar el Multiplicador Bancario, un instrumento revolucionario que permite el crecimiento sideral del crédito bancario en los países desarrollados. Con una reserva del Banco Central del 10% de los depósitos, el sistema bancario de cada país puede prestar diez veces la base monetaria. Hoy la economía argentina funciona con una base monetaria que no crece porque los depositantes retiran rápidamente el efectivo que les depositan (por ejemplo, los jubilados). Es un problema cultural: después del corralito y del corralón la gente tiene miedo a que el Estado le quite los depósitos y se apresura a ponerlo a buen recaudo. El Multiplicador Bancario no funciona cuando hay filtración de efectivo. Acá hay algo mucho peor que una tímida y discreta filtración: es una huida desordenada del peso. Es esencial cambiar esta conducta. Se puede hacer. Hay que hacer obligatorio el pago bancarizado de todas las operaciones relevantes, bajo apercibimiento de nulidad del pago. Y crear fuertes estímulos a la bancarización y severos disuasivos al uso de efectivo.
Impacto
¿Qué beneficio tendrá esto para la sociedad? Un meteórico crecimiento de los depósitos bancarios que tienen que llegar a diez veces la base monetaria, como pasa en Chile. Esto significa decuplicar los depósitos, que pueden alcanzar a 2,6 billones de UVA. Equivalentes a 1,3 billones de dólares.
Pero, ¿Servirán para algo los pesos y las UVA? La convertibilidad acostumbró a los argentinos a que todos los créditos deben ser en dólares. Acá hay un grave error de enfoque. Solo necesitamos dólares cuando compramos bienes importados. Pero si las obras que vamos a ejecutar se hacen íntegramente con insumos locales no necesitamos divisas. Justamente las grandes carencias que padece nuestro país se hacen con elementos locales que están en oferta excedente. Es decir, que son tan abundantes en la naturaleza que sobran y, por muchas obras que hagamos, nunca se acabarán. Necesitamos viviendas, redes de saneamiento -agua, cloaca, desagües pluviales y servicios públicos-, gas natural, caminos rurales pavimentados, autopistas.
Todas estas carencias se construyen con mano de obra local e insumos domésticos: básicamente arena, piedra, tierra y cemento, que no es otra cosa que piedra molida y calentada a 1300 grados. Antes los grandes acueductos eran importados y hechos con hierro fundido. Hoy se han reemplazado con PVC que se fabrica con sal gruesa y gas, ambos componentes locales en gran abundancia, sin costo de divisas.
Necesitamos pesos -y ningún dólar- para pagar salarios a millones de trabajadores, fletes, comprar camiones que se fabrican en nuestro país, combustible, materiales de construcción, impuestos, aportes jubilatorios, intereses. Todo es local. Todo es en pesos. Olvidémonos de los dólares. No son necesarios para poner el país en marcha y generar el pleno empleo, crecer al 10% anual y resolver lacerantes carencias sociales como la vivienda digna. Necesitamos construir dos millones de viviendas dotadas de todos los servicios. Esto es posible y es el gran desafío de los próximos cuatro años.
Sobre el final de la Segunda Guerra Mundial volvieron a Estados Unidos 15 millones de veteranos. Eran un problema peliagudo. No tenían oficio, no tenían casa, no tenían trabajo y encima estaban entrenados para matar. Un verdadero cóctel explosivo. Hacían ruidosas manifestaciones pidiendo plata para festejar el triunfo bélico. El presidente Roosevelt dijo: de ninguna manera. No hay plata para la vagancia. Y el Congreso otorgó por ley un aval para que cada veterano tuviera una garantía del Estado de que iba a pagar puntualmente la cuota de la hipoteca. Se construyeron 10 millones de casas. Los veteranos tuvieron trabajo, salario y vivienda y aprendieron un oficio. Vino el baby boom y hubo paz y progreso. Después Eisenhower hizo la red de autopistas. Y siguió el progreso y el equipamiento del territorio.
La Gran Pandemia que hoy nos aflige puede tener un final feliz. Si el pueblo aceptó el sacrificio de la cuarentena improductiva, puede fácilmente volcarse a producir con renovada energía las cosas que más necesita en su propio interés, poniendo fin a la ignominia malsana de las 4000 villas miseria y llegar a ser propietario de una casa digna como promete la Constitución Nacional.
Tenemos que poner a la gente sana a trabajar productivamente. Y por suerte la gente sana es la inmensa mayoría. Solo uno de cada 15.000 habitantes está infectado. Al infectado hay que curarlo y los que están sanos tienen que laburar.
Como decía Roosevelt: "Ningún país, por rico que sea puede soportar el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo generalizado es nuestro mayor despilfarro. Moralmente es la mayor amenaza de nuestro orden social".
El autor es presidente de la Fundación Metas Siglo XXI