El desatino presidencial compromete al país
Cristina Fernández actúa como si la elección del nuevo presidente no fuera a suceder dentro de un par de semanas. Busca guardar el centro de la escena y no perder protagonismo. El uso de la cadena nacional con una frecuencia que sólo debe registrar antecedentes en países totalitarios es uno de los instrumentos para marcar su presencia, decirles a todo que el futuro depende de su decisión y que lejos de apartarse del poder lo ejerce y lo ejercerá. No es el único método; además, toma decisiones que comprometen el funcionamiento de nuestro país para los meses y años por venir.
Lo hace en materia económica, en política interior e incluso -gran novedad- en política exterior, materia en la cual el Gobierno estuvo ausente por más de una década. Uno de sus últimos gestos fue amenazar, a causa del paradero de Stiuso, con degradar el nivel de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Hasta Héctor Timerman se atrevió a salir de su mutismo protector para atacar a la administración Obama.
Lo ideal sería no polemizar con esta estrategia, dejar que el Gobierno crea que el 10 de diciembre de 2015 no existe, pero, desafortunadamente, la desesperación del abandono del poder produce costos importantes para nuestro país. Para el futuro gobierno, cualquiera que sea, será una tarea difícil reconstruir la red de vínculos y respetabilidad con el resto del mundo. Si, además, Cristina Kirchner insiste en mantener protagonismo haciendo y diciendo extravagancias y promoviendo ataques, todo se hará mucho más difícil.
La Presidenta sugirió ante la Asamblea General de las Naciones Unidas que el grupo Estado Islámico estaba promovido por los Estados Unidos y que las ejecuciones de los rehenes eran producciones cinematográficas. Estas alucinaciones no son gratuitas. Todos toman nota y la cuenta no la paga la Presidenta, sino el próximo gobierno.
Pedir recato y responsabilidad a Cristina Kirchner sería un ejemplo perfecto de acto gratuito, es decir, de un acto que no puede generar efectos. Contestar lo que dice y hace sería entrar en su juego. De esa manera, no sólo los candidatos no podrían discutir con Scioli, sino que terminarían haciéndolo con Cristina Kirchner.
Otro camino sería ignorar lo que dice y hace, pero sus actos traen consecuencias negativas que es necesario limitar.
Queda, hasta donde imagino, un solo camino: la oposición debe advertir a la opinión pública lo que está haciendo la Presidenta y las consecuencias que genera.
Advertir y denunciar no es una acción irrelevante. Al contrario, pone los reflectores sobre un comportamiento inaceptable para quien dice preocuparse por los intereses de la Nación.
El silencio haría pasar la búsqueda de protagonismo como algo normal. Todos entrarían en el juego, discutiendo u horrorizándose, de las insensateces presidenciales. Pero, en definitiva, estaríamos legitimando su protagonismo anacrónico. Si la oposición no ilumina el escenario, todas estas cosas sucederán como si fueran normales.
No son necesarios grandes discursos ni acusaciones encendidas, sólo se necesita decir lo que está pasando, develar el juego presidencial y advertir a la ciudadanía.
lanacionar