El desamparo de los "Polaquitos"
Usando las redes sociales como indicación de los sentimientos de la gente promedio, vemos cuánta ternura y solidaridad despiertan los niños golpeados o desnutridos. Toda imagen de abandono desata ofertas de ayuda y comentarios sensibles. Pero cualquier referencia a un adolescente delincuente o adicto a las drogas provoca sentimientos agresivos, que van desde la demanda de mano dura hasta pedidos de encarcelamiento temprano. Ninguna compasión. Esos jóvenes -aún casi niños- son la amenaza de la posible muerte de los lectores, mientras que la de ellos no sólo importa poco, sino que además será bienvenida.
Un reflejo de ello es la cantidad de instituciones que se dedican a cuidar a unos y a otros. Prestigiosos ciudadanos abrigan a niños con diversos desamparos y son aplaudidos en los medios. La pobreza infantil es el más desgarrador ejemplo del fracaso argentino.
Nada parecido sucede con los jóvenes. Para ellos, encierro. Cierto es que es más fácil sacar a un niño de la desnutrición que a un adolescente de la droga, pero la imagen de los jóvenes en los medios esta más asociada a droga, delito y violencia que a las naturales dificultades que tiene la adolescencia en la pobreza. Los niños no son responsables de su desnutrición; los adolescentes parecen responsables de sus carencias.
Pero este camino no conduce a ningún lado. No habrá solución para los "Polaquitos" únicamente por la exclusión y el castigo. El castigo es necesario, pero es tardío. Sanciona pero no previene.
Las causas por las que los "Polaquitos" caen en ese infierno de violencia están más presentes en la sociedad que lo que nosotros vemos, y se originan en la crisis de las parejas, el embarazo temprano y no deseado y una pobreza cronificada que impide a las familias contener a sus hijos o sacarlos de la droga. Los "Polaquitos" son mayoritariamente hijos de madres adolescentes que en un 60% no planearon tenerlos y que hoy están solas porque el 40% de los padres que dejan el hogar no ven más a sus hijos después de cinco años de la separación. Son el resultado de la violencia que sufren sus madres embarazadas, que los marca para siempre. Son hijos del aumento brutal del consumo de drogas, que se ha triplicado en los últimos 10 años, en especial entre los más pobres. Son víctimas de un hábitat degradado en el que ninguna aspiración de progreso es posible.
En síntesis, así como los niños no son responsables de su desnutrición, los jóvenes violentos no son responsables de su violencia. Ningún "Polaquito" es dueño de su destino porque no tiene herramientas para construir un futuro mejor que el que heredaron.
Dicho así puede sonar a justificación o garantismo. Pero es un llamado de alerta ante las recetas fáciles que no conducen a nada. El camino va a ser largo y complejo, pues no se trata sólo de tener buena nutrición en la infancia.
Necesitan un afecto que la crisis de las familias no les asegura. Para darles cariño hay que trabajar uno por uno, cara a cara. Bajar la tasa de embarazo adolescente, tema que el Gobierno ha tomado como prioridad. Asegurar trabajo digno a las madres, porque hoy menos del 5% de las madres más pobres tienen un empleo formal.
El miedo de la gente a los jóvenes violentos es comprensible. Pero no lo resolveremos sólo con más violencia, sino entendiendo las razones por las que han llegado a esta degradación y trabajando sobre las verdaderas causas, entre las cuales la crisis de las familias tiene un lugar predominante.
Diputado nacional- Cambiemos