El desafío ganadero
Hasta antes de conocerse la noticia del foco de aftosa en Corrientes, el sector ganadero argentino enfrentaba la mejor coyuntura en mucho tiempo, después de décadas de declinación, en las cuales fuimos desplazados por Brasil y otros países, como principales exportadores mundiales. El problema estaba centrado en la probable recuperación de los precios de la hacienda, y su consecuente impacto en la inflación y los bolsillos de los asalariados. Con la confirmación de nuestra vulnerabilidad sanitaria, surgen nuevos temas, y la necesidad de entender la complejidad de una industria que podría tener un gran futuro en nuestro país, pero solamente si los principales actores y las autoridades actuaran con responsabilidad.
En el ámbito internacional, se habían superado los inconvenientes de la aftosa del año 2000, y estaban cerca la reapertura de mercados tan grandes como los de Asia y los Estados Unidos. El brote recientemente detectado demorará estas mayores exportaciones, pero la coyuntura sigue siendo muy atractiva en el mediano plazo, si se reacciona con rapidez y energía.
En el ámbito local, el éxito de la política económica, especialmente el mejoramiento de los ingresos de las clases medias y bajas, ha provocado un incremento en la demanda, lo que se ha reflejado en el alza de los precios de los llamados cortes populares, en los últimos meses.
Esta mayor demanda se enfrenta con el clásico efecto perverso de los mejores precios sobre la oferta ganadera: en lugar de estimular la mayor oferta, provoca una disminución por la necesidad de retener vientres para aumentar la producción futura. Este período de retención suele provocar alzas exageradas de los precios de la carne, lo que impide el incremento de las exportaciones y provoca la intervención de los gobiernos de turno, para evitar la inflación y defender los bolsillos de los consumidores locales. Esta intervención se ha verificado muchas veces en anteriores ciclos ganaderos, y puede tomar la forma de controles de precios, vedas al consumo, prohibición de exportar, o tipos de cambio diferenciales, todas ellas nocivas para incentivar el aumento de la producción.
Consecuentemente, el alza excesiva de los precios de la carne, provocado por el libre juego de los mercados, termina por anular el auge del sector, y lo que era una perspectiva favorable, rápidamente se evapora, como ha sucedido numerosas veces en el pasado. Si en cambio, la Argentina pudiera moderar el excesivo aumento de los precios de corto plazo, y transitar el ciclo productivo, incrementando simultáneamente la oferta interna y externa, se generaría más riqueza en una industria que ya emplea a más de medio millón de personas, en todo el país, y es la base de muchas otras actividades.
El problema es el inevitablemente largo período de casi tres años que pasan desde que un productor retiene una vaca para preñarla, hasta que vende un novillo de más de 400 kilos. Comparemos estos 900 días con los 50 días que se tarda en terminar un pollo y los 180 días que demanda criar y engordar un cerdo, y entenderemos la necesidad de mirar el problema desde una óptica de largo plazo y no como una coyuntura pasajera.
Mirar a largo plazo
Esto, en la práctica, se traduce en moderar el potencial ciclo alcista en los precios que ya se había manifestado, y que seguramente se hubiera agravado en la próxima primavera, de no ser por la cuestión sanitaria, que ahora genera incertidumbres. Para esto hay herramientas mucho más eficaces que un incremento de las retenciones, que, finalmente, reduce la rentabilidad del sector y desalienta la inversión, incluyendo la sanitaria.
Entre otras medidas, es necesario abandonar la comercialización “en media res”, que finalmente obliga a las carnicerías de pueblo, que venden fundamentalmente asados y milanesas, a malvender los lomos y los bifes, mucho más cotizados por el mercado internacional. Este absurdo sistema lleva a que en nuestro país el kilo de ojo de bife sea un 50% más caro que el de milanesa, y en los Estados Unidos esa relación es del 150 por ciento.
Para poder pasar a una comercialización por cortes es necesario dotar a los frigoríficos regionales de la capacidad de frío adecuada y de un estándar básico sanitario que los habilite a exportar. Esto, inevitablemente, llevará a la desaparición de los que no tienen la dimensión suficiente para justificar semejante inversión. Pero, simultáneamente, se consolidarán los frigoríficos que puedan alcanzar esos niveles y el negocio de exportación estará menos concentrado que en la actualidad. El Estado, en el nivel nacional y provincial, podría ayudar con incentivos financieros, en la consolidación de estos frigoríficos repartidos por todo el territorio nacional. En la medida en que más frigoríficos participen del muy rentable negocio de exportación, se podrían mantener estables los precios domésticos de los cortes populares.
Los productores deberían poder aspirar a que, en un mediano plazo, los precios internos se acercaran a los internacionales. Esto se podría lograr sin generar bruscos aumentos de corto plazo que solamente servirían para detonar medidas que finalmente desalentarían la producción, para perjuicio de todos. Para que esto sea consistente con un aumento de la producción, sería necesario lograr un aumento del peso promedio de faena con incentivos fiscales y financieros, y alentar así la inversión en pasturas y en sanidad reproductiva. Y, como contrapartida, lograr en todo el rodeo nacional un estándar sanitario básico trazable y una mayor transparencia fiscal.
En el corto plazo, deberían funcionar las políticas de autocontención de la demanda para exportar, y también una campaña para instruir al consumidor de la necesidad de aumentar el consumo de otros alimentos igualmente nutritivos. El Gobierno debería preocuparse porque los cortes populares siguieran a precios accesibles, pero no debería oponerse a que los cortes de exportación tuvieran una tendencia alcista, ya que sólo son demandados por los sectores de altos ingresos y por los turistas. La mejor manera de defender el bolsillo de los pobres es generando trabajo y consolidando el crecimiento económico, con justicia social y solvencia fiscal, y no necesariamente controlando el precio del lomo.
La inseguridad sanitaria
Si la Argentina tiene vocación de volver a ser una potencia ganadera mundial, tiene la oportunidad de demostrarlo en las próximas semanas, adoptando las medidas necesarias para que el foco aftósico de Corrientes no vuelva a repetirse. En primer lugar, los responsables, por influyentes que sean, deberían recibir sanciones que les eliminaran por varias generaciones las ganas de contrabandear ganado desde Paraguay. También es imprescindible dotar al Senasa de los recursos y la fuerza pública necesarios para que pueda efectivamente controlar las fronteras del norte argentino. El sector ganadero está generando ingresos fiscales por cientos de millones de dólares, y la mejor inversión pública hoy es proteger esta industria de un flagelo que rápidamente la excluye de los mercados externos.
La oportunidad está ahí; sólo hace falta aceptar el desafío.