El desafío del ChatGPT en la educación
En el campo de la educación, a escala global, se está originando una auténtica revolución a partir de la presentación en sociedad del ChatGPT, proyecto lanzado por OpenAI, una organización cuya misión es trabajar para “que la inteligencia artificial beneficie a toda la humanidad”. Propósito loable en épocas de algoritmos perfeccionados para la persecución de fines netamente comerciales.
En la Argentina no cunde el pánico aún debido al receso de verano, pero el spoiler de lo que vendrá lo tenemos al mirar hacia el hemisferio norte. Por aquellas latitudes se está produciendo una acalorada disputa en torno a esta aplicación, que alteró por completo los sistemas educativo y mediático, y promete extenderse hacia los más variados espacios de la vida diaria.
Quienes tuvimos la posibilidad de chatear con GPT antes del aluvión de usuarios que saturó su disponibilidad, experimentamos un encuentro con algo radicalmente distinto. Pudimos percibir un salto cualitativo respecto de los tradicionales entornos de búsqueda o consulta. Del otro lado del cursor se sitúa una entidad inteligente con quien conversar, que integra nociones, que se excusa cuando se le marca un error, que puede modificar su línea argumental y aportar otra perspectiva de lectura de un fenómeno. Y esta entidad es diferente también, en particular, por su flexibilidad y su ductilidad para establecer relaciones conceptuales y ejecutar ciertas rutinas de pensamiento que le permiten seguir ampliando sus capacidades.
“Como los humanos, las máquinas aprenden y cometen errores”, aseguran en OpenAI. Se nutren de la retroalimentación humana a través de un ejercicio conversacional: aprenden con nosotros. Son redes neuronales que se entrenan con cantidades ingentes de datos extraídos de la web y afinan sus performances mediante la interacción dialógica. No se trata de preguntarle al oráculo, como en la antigua Grecia, sino de entablar diálogos para descubrir la riqueza que estos intercambios pueden tener, creando una reciprocidad entre inteligencias.
Hasta aquí algunos apuntes sobre el estado de situación. Crucemos ahora al terreno de la práctica educativa. El problema se plantea especialmente en los niveles medio y superior, y conecta con el tipo de evaluación que los docentes implementamos. De ahí que transformar esta instancia, más que una tendencia, sea hoy un imperativo. Encarar una evaluación con mirada de proceso es una alternativa que no tiene discusión. Porque, en definitiva, el desafío no será cómo evitar el uso de estas herramientas, sino cómo incorporarlo con sentido.
Cualquier intento de bloqueo o prohibición está condenado al fracaso. Resultará apenas un impulso desesperado por aferrarnos a un esquema vetusto que ya dejó de ser. Muy pronto habrá más chats GPT, por lo que negar su uso jamás podrá ser una opción válida. El debate actual es por la integridad académica y no por el control. El debate es por la honestidad intelectual, por la equidad y la justicia, por la responsabilidad que cabe a cada miembro de una comunidad educativa.
El gran desafío formativo es generar un ámbito de respeto por esos valores sensibles y fundamentales a los que nos apegamos. Nos tocará por tanto ocuparnos de lo importante: del desarrollo de virtudes críticas dentro de un enfoque por competencias en el que coexistir con redes neuronales artificiales, en una colaboración que potencie nuestras humanas facultades, sea una realidad positiva. Todos, profesores y estudiantes, estemos prestos a plantarnos frente a este reto y a asumir el compromiso.
Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral