El desafío de ser padre en la era de los bumbling dads
El cliché desvalorizador del progenitor tirando a zopenco e inoperante, largamente instalado en sitcoms y series animadas, merecería ser renovado en favor de los nuevos papeles familiares
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En una recordada escena de la serie animada El increíble mundo de Gumball, el protagonista felino y sus hermanos Anaïs (coneja) y Darwin (pez con patas) se asustan muchísimo cuando ven a su papá al borde del colapso. “Está usando su... cerebro”, exclaman perplejos los pequeñajos, y se preocupan: ¿podrá Richard sobrevivir a semejante hazaña? ¿Dos de sus neuronas harían sutil sinapsis? Programa de culto con 6 temporadas y 240 capítulos, está latente aún el anuncio de Cartoon Network, que el año pasado aseguró un pronto retorno por todo lo alto; con una película y un spin-off que los más esperanzados aguardarían para este año, quizás. Aunque siguen las dudas sobre la fecha, no hay vacilación alguna sobre la suerte del patriarca de la familia Watterson en los futuros episodios: orondo conejo rosado, glotón y haragán, Richard seguirá mandándose macanas, tan propenso al ridículo como a devorar comida basura cada 2 horitas. Y por supuesto, con el cerebro en perenne pausa.
Sí, el señor conejo resulta constante motivo de carcajada entre jóvenes espectadores. No es el único, claro. Corre la misma suerte otro popular progenitor animado, asimismo target de mofas entre un público menor, de preescolar, que se desternilla viendo cómo Papá Cerdito mete la pata. Injustificadamente pagado de sí mismo, torpe, voraz y perezoso, su hija –la fetichista de los charcos de lodo– le dice constantemente “Sos un tonto” o “Qué barriga más grande” en Peppa Pig, la archimegapopular serie para la primera infancia, que se transmite en la friolera de, aproximadamente, 190 territorios.
Tan extendido el predicamento de este show entre niños y niñas con menos de 5 años, que se lo ha mirado con lupa. Y con saña. No han sido pocos los varones adultos, de hecho, que le han saltado a la metafórica yugular estos últimos años, indignados porque –a su entender– hace ver a los padres de familia como unos inútiles sin remedio, inherentemente incapaces de tostar una rebanada de pan, leer una mapa, hacer bricolaje, colgar un estante. En verdad, las reacciones están divididas entre papás que no se hacen mala sangre, contentos de que el chanchito miope represente una paternidad presente, comprensiva y amorosa, con fallas inevitablemente… humanas. Y entre quienes, como se ha apuntado, ponen el grito en el cielo porque Peppa Pig perpetúe un estereotipo recurrente: el del marido inoperante que, si no fuera por su esposa, ni siquiera sabría donde dejó los anteojos y, menos aún, cómo mantener a las criaturas sanas y salvas. ¿Una cuestión de egos masculinos machucados o con miras a un mayor involucramiento en esos menesteres?
Una tradición muy arraigada
Lo cierto es que no son casos aislados, ya que tanto Richard como Papá Cerdito responden a un tropo con nombre propio: le dicen bumbling dad a ese personaje sin demasiadas luces, casado con una mujer sensata y paciente que le tolera todas las trastadas. Por lo general, este bonachón y holgazán goza del cariño de sus hijos, no así de su respeto. Y se la pasa solucionando entuertos… que él mismo ha ocasionado. El linaje en sitcoms y series animadas viene de largo, es un cliché tan “prehistórico” como el dúo Pedro y Pablo de Los Picapiedras; con otros ejemplos modélicos, inamovibles, como Homero de Los Simpson, Peter Griffin de Padre de familia, Stan Smith de American Dad. Y ya saliendo de los dibujitos, siguen los ejemplos poco constructivos: está Tim Allen en Home Improvement; Bryan Cranston en Malcolm in the Middle; Ty Burrell como Phil Dunphy en Modern Family; por momentos, Sebastián Wainraich en Casi feliz, recurriendo a su exmujer para lograr que los hijos cenen de una buena vez, y otras situaciones por el estilo.
La figura del bumbling dad, por cierto, vino antaño a subvertir la del estereotípico Father Knows Best, actualmente caído en desuso, donde el progenitor sabelotodo impartía disciplina –y poco más– a sus chicuelos
La figura del bumbling dad, por cierto, vino antaño a subvertir la del estereotípico Father Knows Best, actualmente caído en desuso, donde el progenitor sabelotodo impartía disciplina –y poco más– a sus chicuelos. Casado con su novia de toda la vida (a la sazón, ama de casa), se trataba del ciudadano honrado y suburbano de los años 50, que leía el diario y nunca decía palabrotas ni empinaba el codo; tampoco se quitaba la camisa abotonada, ni siquiera para cortar el césped. Obviamente no lavaba ni medio plato y, tranquilo y reflexivo, pocas cosas lo sacaban de quicio: una hija noviando, que su laburo corriera peligro o, ¡la hecatombe!, que su mujer quisiese trabajar fuera de casa. Ward Cleaver, interpretado por Hugh Beaumont en el programa de tevé Leave It To Beaver, clásico de los Estados Unidos, es un ejemplo de este formato.
Pero así como las relaciones intrafamiliares, la tevé ha ido mutando, y hoy conviven diferentes tipos de paternidad en la ficción, incluida la susodicha representación del padre tontolón, que puede tocar el nervio sensible de más de un varón. Nótese que unos años atrás, la factoría Disney preguntó a padres de Reino Unido, España, Alemania y Suecia cómo se sentían con la imagen que les devolvían programas de tevé, películas y comerciales. Independientemente de sus edades, ubicaciones geográficas, niveles educativos y pasares económicos, coincidieron todos y cada uno: dijeron estar hasta la coronilla de ser mostrados como “bromistas desventurados que, por sobrecarga de trabajo o por elección personal, no están suficientemente presentes en la crianza de los chicos”.
Este lugar común –a decir de los varones consultados– se contradecía con su día a día y con sus motivaciones principales: proteger a sus niños, lograr un vínculo emocional significativo, educarlos y divertirlos en pie de igualdad con sus esposas. Anna Hill, la entonces directora de marketing de Disney UK, destacó la importancia del estudio en pos de aplicar los resultados, o sea, “de contar historias que verdaderamente retraten a las familias modernas”. Invitaba a abandonar fórmulas cristalizadas y presentar modelos más edificantes y evolucionados de los padres del siglo XXI, producto de una dinámica social cambiante.
¿El mejor de los mundos?
Aunque el ejercicio de la paternidad transite un cambio significativo y haya más varones responsables que participen de la alfabetización emocional de los hijos o, por caso, preparen la cena sin alharaca y sin quemar ollas y sartenes, todo sea dicho: dista el escenario de ser idílico. Meses atrás, sin ir más lejos, Naciones Unidas lanzó la campaña #ContemosLosCuidados con estadísticas bien ilustrativas de lo que sucede en la Argentina, donde actualmente el 89% de las mujeres realizan actividades relacionadas a la crianza frente al 56% de los hombres. Además, acorde a la ONU, ellos dedican 3,4 horas diarias a tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, en promedio. ¿Y ellas? El doble de tiempo, 6,4 horas. En otras palabras, las mujeres asumen aún la mayor carga sin ningún reconocimiento a cambio.
Así las cosas, la persistente imagen del bumbling dad le haría flaco favor… a las mujeres. Tal la opinión de Allison Daminger, socióloga de la Universidad de Harvard, especializada en familia y roles de género. En el ideario popular, explica, ellas son hipercapaces de hacer malabarismos con su maletín, los fogones y las criaturas lloronas, mientras los esposos solo logran ejecutar una tarea a la vez, siempre y cuando las supermadres los direccionen. “Admito que suele causarme risa la afirmación de que las mujeres somos más competentes en el frente doméstico que nuestras contrapartidas masculinas. Pero si, como sociedad, nos tomamos en serio la igualdad de género, es hora de jubilar la caricatura del esposo y padre inútil. Por divertida que se pretenda, su persistencia en las narrativas culturales solo afianza las históricas desigualdades domésticas”, subraya la experta, temerosa de una naturalización que hace mella tanto en las madres como en aquellos padres que manifiestan un deseo de ser algo más que el entretenedor de los hijos.
Tras charlar con decenas de parejas, Daminger observó que, aún en aquellas que dividían las tareas físicas (cocinar, limpiar, ir de compras, etcétera), recaía mayoritariamente sobre los hombros de las mujeres el “trabajo mental”, es decir, el manejo general de la casa y de la crianza de los nenes: planificar comidas, anticipar y resolver problemas, coordinar horarios, recordar y organizar actividades extracurriculares para los niños, además del secretariado afectivo.
Cuando les preguntaba las razones, ellos le respondían que a ellas se les daba mejor por su personalidad, su naturaleza, su temperamento; que ellos no tenían el “reflejo”, debido a su educación de larga data. Sin embargo, según marca Allison, “son habilidades aprendidas, no cualidades innatas”. Mientras las esposas salgan a apagar incendios, los maridos no adquirirán la práctica suficiente para hacer todos los malabarismos previamente mencionados. Solo así se compartirá equitativamente, no como una graciosa concesión, la famosa carga mental que lleva al burn-out a tantas mujeres, acorde a la socióloga citada.