El desafío de la oposición: ¿Unidos es mejor?
La movilización del 18-A y la cuestionada reforma judicial pusieron a la oposición frente a la alternativa de unirse para enfrentar al Gobierno en las urnas. Pero, pese al reclamo popular, la perspectiva de un frente común no es para todos la mejor opción. ¿Cómo podría consolidarse una alianza electoral antikirchnerista que atraiga votos? ¿Es la mejor táctica frente a la oferta unida y organizada del Gobierno?
Quizás el 18-A sea una fecha más en el calendario de la historia. O, quizás, el comienzo de una nueva etapa que asoma en lo que algunos consideran un final de época y el ocaso del ciclo kirchnerista, que se expresa en las grietas de un gobierno y un "relato" que durante años se mostraron blindados frente a los reclamos de parte de la ciudadanía y las críticas de los líderes opositores.
La manifestación del 18-A , el tratamiento de la cuestionada y resistida reforma judicial en el Congreso y las iniciativas de distintas organizaciones de la sociedad civil para frenar el avance del Poder Ejecutivo sobre el Poder Judicial han colocado a la oposición en por lo menos dos encrucijadas. Por un lado, unirse o no para derrotar al kirchnerismo en las elecciones de octubre, o a lo sumo evitar que obtenga una mayoría que le permita reformar la Constitución e imaginar un tercer mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Por otro, diseñar una coalición sólida y viable que venza al kirchernismo en las elecciones presidenciales de 2015.
Esa coalición debería constituirse como una opción atractiva frente a un peronismo que, en el poder, ejerce al mismo tiempo el rol de oficialismo y de oposición, y termina engendrando alternativas de sí mismo. Basta un ejemplo: hoy, los candidatos que mejor miden en las encuestas de opinión son Daniel Scioli y Sergio Massa.
"El sistema político gira alrededor del peronismo y el resto son espectadores fragmentados en una sociedad que todavía sigue convencida de que los únicos que saben gobernar en la Argentina son los peronistas. Aunque así gobiernan: siempre que tienen una crisis dejan un desastre y una hipoteca para el futuro", afirma Liliana De Riz, socióloga e investigadora superior del Conicet.
Aunque la reforma judicial forzó en las últimas semanas el acercamiento en público de varios líderes opositores, no todos los dirigentes ni los analistas políticos coinciden en que la perspectiva de un frente común sea la mejor opción de cara a las elecciones legislativas si se considera, además, la memoria traumática de alianzas fallidas en las que los dirigentes pagaron altos costos internos y externos en términos de imagen, votos y resultados.
Dada la enorme fragmentación del campo opositor y la facciosidad que caracteriza la vida política de la Argentina, ¿es viable y conveniente armar en lo inmediato una coalición opositora al kirchnerismo? ¿Qué forma adoptaría y cuáles serían los límites de ese frente? ¿Cómo hacer convivir en un mismo espacio a la UCR, Pro, el Frente Amplio Progresista, GEN, Proyecto Sur y la Coalición Cívica?
Un acuerdo en común
Según la historiadora y politóloga María Matilde Ollier, el principal desafío que enfrenta la oposición, de cara a las legislativas de este año, es lograr frenar el intento de modificación de la Constitución Nacional, y para eso no es necesario que el conglomerado opositor se una, sino que obtengan, todos sumados, la cantidad de legisladores necesarios para que el oficialismo no alcance los 2/3 necesarios para aprobar una reforma constitucional. "Podría firmarse un acuerdo, por parte de los candidatos a legisladores nacionales y sus partidos, en el cual se comprometan a no apoyar el intento de reforma constitucional. Esto permitiría leer si las fuerzas opositoras sumadas obtuvieron más o menos votos que el oficialismo, independientemente de la cantidad de expresiones opositoras que vayan a las elecciones", explica.
Las posibles alianzas futuras están atadas a lo que ocurra en las elecciones de este año. En este sentido, Ollier advierte tres escenarios posibles: "Victoria oficialista, empate técnico o victoria opositora. Una victoria oficialista impulsaría a las fuerzas opositoras a la unidad, asumiendo el modelo de la oposición venezolana. Un empate técnico impediría la reforma constitucional y permitiría que la oposición se reagrupara en dos grandes bloques: uno neoliberal/neoconservador y otro progresista/socialdemócrata. Ambos disputarían entre sí para dirimir cuál de los dos tiene mayores chances de enfrentar con éxito al oficialismo. Una derrota oficialista, aún por poco margen, generaría realineamientos en el conglomerado kirchnerista".
Para el consultor en temas de estrategia y comunicación política Mario Riorda, el 18-A no representa un momento bisagra ni un reclamo opositor de unidad. "Las consecuencias de esa manifestación apuntan a consolidar y radicalizar el voto duro oficialista y el voto duro opositor, más que a generar un trasvase de voto de un lado a otro. En todo caso, la duda es el tercio o más de un tercio de votos que no son ni oficialistas ni opositores y que en un 70% fueron votantes de CFK en 2011. Hoy no se sabe qué harán y están desencantados con un lado y con el otro", explica.
Además, Riorda considera que no están dadas las chances para un bipartidismo o bicoalicionismo abrupto. "No al menos frente a una elección legislativa, que es algo así como un campeonato federal de egos regionales. Y está bien que así sea, por eso son elecciones dentro de cada distrito y es literalmente imposible pensar en una acción colectiva coordinada en todo el país. Los grandes movimientos coalicionales que se ven en la prensa son más de algunos grandes distritos visibles como Capital, Buenos Aires o Córdoba y no representan la mayoría del país, menos conmovible por esos movimientos". Por eso, sostiene Riorda, no se visualiza un final de ciclo. "En todo caso, lo que habrá que ver es si se acaba el liderazgo preponderante. Además, si ganan actores de la oposición en varios distritos grandes, como es previsible, surge otra duda: quién liderará una unión opositora si todos se sentirán con derecho tras su triunfo".
Pulverizado el sistema partidario desde 2001, el armado de una coalición se vuelve primordial. "Eso no quiere decir que todos estén con todos, pero sí tiene que haber consensos sobre algunas cuestiones básicas. No es una tarea imposible y es prioritario para una oposición que quiere ser una alternativa. Esas coaliciones, además de ser amplias, tienen que ser pacientes y generosas, y desterrar los personalismos narcisistas", dice De Riz.
Para ella, la incapacidad de la oposición de generar un programa mínimo de consensos básicos, incluso en un programa parlamentario, se debe a la larga herencia de considerar a los acuerdos como contubernios y a la incapacidad de negociación de los conflictos. "A la rabia hay que negociarla, y al odio hay que desterrarlo de la política. Aquí somos cada vez más inflexibles y más anacrónicos. Cuando uno observa a los partidos tradicionales, difusos en su ideología, y que incluyen a la izquierda y la derecha, preguntarse si el otro está o no en el campo progresista no lleva a ninguna parte", enfatiza.
Dispersión y personalismo
¿Pueden los integrantes de una alianza acordar sólo en cuestiones tan generales que esa unión se termine desdibujando?
Para el analista político Manuel Mora y Araujo, la clave para una alianza exitosa es justamente ponerse de acuerdo en unos pocos puntos fundamentales y pensar cuáles serían los matices que una alianza podría aceptar sin desdibujarse. "También es cierto que ponerse de acuerdo no es tan sencillo y hay que ver si después ese acuerdo termina convirtiéndose en una oferta electoral atractiva. Algunos dirán que sí a una unión de todos y otros dirán que no. La realidad es que hay mucha dispersión y mucho personalismo", concluye.
A diferencia del reclamo que se escuchó el 18-A pidiendo una oposición unida, hay quienes sostienen que un frente en elecciones parlamentarias no sería el camino más recomendable para la oposición.
"La oposición es heterogénea y dentro de ella hay diferencias muy importantes, ideológicas, políticas, territoriales y personales. En elecciones parlamentarias, en un país con un sistema electoral proporcional, no está tan claro que sea siquiera conveniente para la oposición ir junta. Bien puede ir separada, tener un resultado favorable y después contar sus porotos y, con los porotos sobre la mesa, negociar el futuro", explica Carlos Gervasoni, profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella. "En elecciones parlamentarias, especialmente en distritos grandes, la unidad de la oposición no necesariamente es la forma más efectiva de controlar al que tiene el poder. Esto es diferente en las provincias chicas, en las que eligen dos o tres diputados por períodos legislativos".
Sin embargo, de inmediato se encarga de marcar las diferencias respecto de 2015 porque en una elección presidencial la unidad tiene más sentido. "Esa unidad va a depender de en qué medida la política argentina se polarice más o menos respecto de lo que está ahora. Una condición para lograrla es que las cosas que estén en juego sean muy graves. Con esto quiero decir que no sería normal que Hermes Binner y Mauricio Macri fueran juntos, o que Pino Solanas y Francisco de Narváez armaran una alianza. Es razonable que estos señores no quieran estar en el mismo espacio porque no piensan igual en casi nada", agrega.
Entonces, ¿en qué situación es posible pensar en alianzas heterogéneas? "En una situación a la venezolana, con el atropello a las libertades y las instituciones, con el cierre de canales de televisión y un tribunal electoral manipulado, en donde está en juego todo. Quizá la Argentina esté transitando ese camino y ahí las diferencias se dejan de lado temporariamente para frenar un poder que tiene una ambición excesiva de hegemonía", agrega.
A pesar de eso, Gervasoni sostiene que cuando los políticos ponen tantos límites o condiciones a las alianzas es que todavía no perciben que la situación sea de tanta gravedad institucional como para unirse. "No hay consenso en las elites opositoras de que en la Argentina la situación sea lo suficientemente grave en lo institucional como para que se unan los que piensan diferente. No es que no sea grave, es que la percepción que tienen no es de gravedad", concluye.
Para armar una coalición opositora habría que preguntarse sobre qué temas concretos se podría plantear una estrategia política cuando la oposición ha explorado ya todos los temas. "Todo ha sido usado y con igual resultado. Temas concretos y temas abstractos. La marcha del 18-A fue un claro ejemplo: había sido convocada varios meses antes, pero los grandes temas (las demandas anticorrupción y por la Justicia) fueron los que estaban dos semanas antes. Eso demuestra que a un importante segmento opositor de la sociedad no le interesan los temas de la agenda, sino que cualquiera le sirve para oponerse", opina Riorda.
Los tiempos políticos se han acortado y el ajedrez electoral exige destreza y eficiencia para hacer frente exitosamente al kirchnerismo. Si durante el transcurso de esta década la oposición ha tenido reacciones desorientadas, tardías y defensivas, tiene hoy una oportunidad de probar que ha despertado del letargo.
La memoria de las alianzas fallidas
La experiencia traumática de alianzas que han naufragado en la política argentina reciente ha dejado huellas y aprendizajes que admiten, según cada caso, múltiples lecturas y lecciones.
Según María Matilde Ollier, la fallida experiencia de la Alianza, que asumió en 1999, consagrando la fórmula de Fernando de la Rúa y Carlos "Chacho" Álvarez, y en la que confluyeron el radicalismo y el Frepaso, tuvo que ver con dos cuestiones que, al darse simultáneamente, generaron una gran inestabilidad institucional: "La ausencia de un liderazgo democrático firme y la crisis económica producto del agotamiento de la convertibilidad. Hoy no tenemos convertibilidad y debe constituirse un liderazgo democrático firme que convenza a la ciudadanía que se puede gobernar respetando las instituciones y sin robar. Si se dan esas condiciones, el fantasma de la Alianza habrá desaparecido".
También los partidos sufren desgaste, pagan costos y asumen consecuencias cuando hacen alianzas difíciles de explicar al electorado. "Y no me refiero a la alianza UCR-Frepaso, que, en su concepción, fue una alianza muy razonable. Después terminó mal, pero era una alianza razonable. Tenían ideas similares y se oponían a un gobierno muy poderoso. Podrían haber terminado mejor esa historia si no hubiera tenido esa herencia del pasado con la que tuvo que lidiar", afirma Gervasoni y recuerda otras experiencias fallidas recientes.
"Pensemos en Udeso, la reciente alianza de Francisco de Narváez con los radicales. Es una alianza inexplicable por la cual todavía hoy Ricardo Alfonsin está pagando precios, de explicarle a un electorado que va del centro para la izquierda y que es radical, por qué se alió con un peronista de derecha".
Otro ejemplo que rescata Gervasoni es lo que sucedió con Julio Cobos cuando aceptó ser candidato a vicepresidente de Cristina y una parte del radicalismo lo consideró – y todavía lo considera– un traidor. "El electorado no sabe si el radicalismo es oficialista u opositor y los dirigentes empiezan con legítimos conflictos internos porque le pasan factura por haberse aliado al partido históricamente opositor al radicalismo. Dentro del radicalismo todavía se sienten los coletazos de esa decisión".
No sólo las alianzas que combinan elementos ideológicos heterogéneos pueden fracasar. También lo hacen los acuerdos entre líderes y partidos con afinidad ideológica, como fue el que conformaron Francisco de Narváez y Mauricio Macri en 2009 y que sirvió para derrotar a Néstor Kirchner. Esa alianza también mostró rápidamente sus límites y tuvo corta vida.
Sin fórmulas mágicas ni manuales de procedimientos, la creación de alianzas exige alquimia y, sobre todo, un análisis pormenorizado de cada contexto. Por eso Mora y Araujo afirma no saber si una alianza es el único o el mejor de los caminos. "Puede ser que sí. Puede ser que no. Hay que ver cada proceso", concluye.
Imagen positiva
El ranking de la aceptación popular
Según un sondeo de la consultora Management & Fit, realizado hace un mes entre 2000 personas en todo el país, Daniel Scioli y Sergio Massa encabezan el ránking de imagen positiva de los líderes políticos considerados alternativas al kirchnerismo; el resto, con sus variantes, tiene en general el mayor caudal en el rubro "regular".