El desafío de la inversión para fortalecer la competitividad
El panorama de la inversión en la Argentina se ha modificado en los últimos años de modo dramático. Este cambio se debe fundamentalmente a la influencia de dos factores muy interconectados: el institucional y el económico. Los dos han actuado, al parecer, en detrimento del monto actual y las expectativas de inversiones futuras, con claras señales de que el país se encuentra en un punto de inflexión hacia la baja, en esta variable fundamental, que había crecido de modo sostenido desde 2003 hasta 2011. Este aumento de la inversión durante la posconvertibilidad se vinculó con la evolución del nivel de actividad, que fue claramente expansiva en ese período.
La producción industrial crece en forma amesetada durante 2021, muy poco entre puntas. Los analistas subrayan que ha caído fuerte, con una recesión brutal en la manufactura en 2020. Como ejemplo, las ventas de las fábricas automotrices a los concesionarios aún subieron poco en lo que va de 2021.
Esta desaceleración de la economía se suma al surgimiento de varios desequilibrios del patrón de crecimiento (el “modelo”) que han terminado por destruir, hacia 2006, dos de los bastiones de la política pública del kirchnerismo: el superávit fiscal y el externo. En cuanto al primero, por la expansión del gasto público y las enormes transferencias al sector privado a fines de sostener las tarifas de servicios públicos, se convirtió en un déficit primario significativo en 2011. Por su parte, el superávit de cuenta corriente fue casi nulo en 2011, por primera vez desde 2001. Estos dos pulmones, que configuraron la política económica de la década inicial del kirchnerismo en el poder, desaparecieron. ¿Cómo se reacomodará el Gobierno en presencia ahora de déficit gemelos? Esta Incertidumbre actúa negativamente en la ponderación de factores a la hora de tomar decisiones de inversión.
Otro indicador relevante para analizar lo que sucede con la inversión es el precio de los activos productivos (inmuebles, tierras, activos de empresas manufactureras y de servicios, entre otros), el cual se desaceleró de modo marcado desde 2018. Este freno en el valor de los activos productivos desincentivaría la inversión, ya que el potencial inversor prefiere comprar activos preexistentes (acciones en la bolsa o vivienda usadas, por ejemplo).
Respecto a la cuestión institucional, la Argentina hoy abre varios frentes que la complicarían como receptor de inversiones en el corto plazo. Un primer problema es la prolongación y profundización de los obstáculos en la administración del comercio exterior. Las trabas a las importaciones, que se han propagado a extensas áreas de la actividad, han logrado reducir la tasa de crecimiento y constituyen otro elemento de incertidumbre, ya que no queda claro mediante qué mecanismos se toma semejante decisión, generando dudas acerca de la transparencia en todo el proceso. Mientras, el riesgo país de la Argentina volvió a superar los 1500 puntos: el rendimiento que exigen los inversores globales para poner su dinero en el país es el más elevado del continente, con la excepción de Venezuela.
La inestabilidad del contexto, caracterizado por las fluctuaciones de la propia política del oficialismo, impide predecir qué sucederá con la inversión en los próximos meses. Los fundamentals parecen apuntar a una contracción de esta variable clave, la incertidumbre política también. La calificadora Morgan Stanley ha sido muy dura en su visión de nuestro país y conspira contra la inversión doméstica y extranjera.
En definitiva, la falta de inversión es la consecuencia natural de la debilidad institucional del país, la falta de crédito, el riesgo país, la desconfianza. Son todas variables relacionadas. No hubo inversión con Macri, que no terminó de mover los “animal spirits”, como diría Keynes, hacia la inversión. El círculo rojo intuía el regreso de Cristina, cuestionó la presión tributaria, tipo de cambio no conveniente, falta de reformas laborales.
La inversión externa directa tampoco acompaña, es marginal en el conjunto, pero manda una señal. Con falta de reforma laboral y esta presión tributaria, la inversión no va a superar los 15 puntos del PBI a mediano plazo. Sabemos que, en algunos países, esta variable representa 30 puntos del PBI; en China es de una cifra espectacular, cercana a 43 %. Por supuesto que no todo es tamaño de inversión, hay que considerar su calidad, lo que añade complejidad a una ya desafiante agenda de reinvención de la inversión, para lograr crecer en forma sostenida.
Director Área Economía IAE Business School, Universidad Austral