El desafío de hacer un mundo nuevo
Según la OMS, nueve de cada diez personas respiran aire contaminado, lo que provoca enfermedades pulmonares y cardiovasculares, y millones de muertes anuales. Diversos especialistas aseguran que el aumento de la obesidad, la diabetes y el cáncer es producido por la elevada ingesta de alimentos industriales y ultraprocesados, dado que somos cautivos de un modelo alimentario que nos persigue, que nos impregna y que se refuerza con mala información.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) acumula evidencias acerca de que el calentamiento global es un hecho y de que está claro que la causa principal es la actividad humana, con graves consecuencias climáticas y eventos extremos que ya estamos padeciendo. Los científicos usan las expresiones "antropoceno" y "sexta extinción masiva" para hacer referencia a la acelerada destrucción de los ecosistemas y pérdida de la biodiversidad como resultado de la acción del hombre, con pronósticos de dos tercios de fauna desaparecida para 2020, lo que pondría en riesgo nuestra supervivencia.
Medio siglo atrás Mafalda se preguntaba frente al globo terráqueo si Dios habría patentado la idea del manicomio redondo. El ingenio de Quino hoy cobra más vigencia que nunca. Porque las cuestiones antes descriptas, en realidad, son los síntomas de una crisis mayor. Más allá de observar que el cambio climático y la depredación planetaria son dos caras de una misma moneda, es preciso reparar en que esta severa problemática ambiental es, a la vez, el reverso de la complicada situación social. Ahora, seguramente sea más importante todavía comprender que la compleja crisis socioambiental es la contraparte de la profunda crisis existencial-espiritual que atraviesa la humanidad.
De hecho, éste es el planteo central de la encíclica Sobre el cuidado de la casa común. Allí Francisco sostiene que un cúmulo de actitudes provoca al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social, ya que el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de responsabilidad, valores y conciencia. También señala que la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a las eventuales consecuencias negativas, y afirma que el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que su sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie en una única dirección.
Y, mientras advierte que nos hacen falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que nos contenga, el Papa nos insta a no dejar de preguntarnos por el sentido de todo, fundamentalmente para qué vinimos a esta vida.
Si nos animamos a recoger este interrogante, posiblemente una de las respuestas que obtengamos sea que nos toca ser protagonistas de un gran viraje, reemplazando los patrones civilizatorios imperantes por otros superadores, y encarar las transformaciones que nos arrimarían al mundo nuevo que ya está amaneciendo. ¡Y que late en cada uno, pues humano viene de humus, tierra fértil!
En la medida en que logremos librarnos de los miedos y egoísmos, probablemente vayamos sacando el dinero del centro de nuestras vidas y dejando atrás el consumismo desenfrenado/alienante con una producción rentista/devastadora, y empecemos a revisar las reales necesidades para esmerarnos por satisfacerlas sustentablemente. ¡Así experimentaremos que la auténtica felicidad brota cuando el amor y el altruismo son más fuertes y los plasmamos en acciones positivas!