El desafiante espejo de los sistemas nórdicos
La comparación más trillada puede ser la más engañosa. Especialmente al hablar de la carga impositiva, suele ser muy común escuchar comparaciones entre la Argentina y los países nórdicos, pero ¿cuánto hay de parecido entre estos modelos? ¿Es posible justificar los altos niveles de presión fiscal utilizando el “espejo” de Suecia, Noruega o Finlandia? ¿Qué tanto distorsiona ese espejo?
Más allá de las evidentes diferencias en la calidad de vida y de los servicios públicos de los países nórdicos, existe otra notable distorsión al comparar con ellos a la Argentina. Como un espejo de feria de diversiones, que deforma a quien se pare adelante, los modelos económicos de los países del Primer Mundo también proponen un desafío.
Puede que los nórdicos paguen impuestos tan altos como los que se pagan en la Argentina, pero allí el peso de la recaudación está sobre las personas y no sobre la producción.
El teorema básico que aplican los nórdicos es que las personas pueden ser ricas y las empresas pueden ser productivas. Y como corolario: a mayor productividad de las empresas, más personas podrán ser ricas. Si una empresa reside en la Argentina, debe usar el 52% de sus ganancias para pagar impuestos. Más de la mitad de su beneficio lo captura el Estado. En cambio, si está en Finlandia o en Noruega, debe pagar solamente el 26%, y en Suecia, el 33% (datos del Banco Mundial). Además, las utilidades que las empresas generan en nuestro país no pueden dolarizarse ni transferirse al exterior, lo que las vuelve virtuales. No parece muy razonable invertir en un país con el doble de impuestos que Suecia y tantas restricciones. Nadie quiere entrar en una habitación de la que no podrá salir.
Contrariamente a lo que se suele creer, la idea de un Estado gigante financiado con impuestos impagables no es propia de los modelos neokeynesianos ni de las socialdemocracias, sino de los populismos. Ni siquiera China –excomunista– tiene impuestos al estilo argentino: en el país asiático, una empresa paga casi la mitad que en el nuestro. Agobiar a los creadores de riqueza y de empleos no es una política que favorezca el crecimiento. El único resultado de liderar el ranking de los impuestos más caros a la producción es que cada día se vayan más empresas del país, con la consecuente caída de puestos de trabajo.
Una cuestión relacionada salió a la luz durante la pandemia. Según datos del observatorio internacional Tax Foundation, durante 2020 fueron 51 los países que redujeron impuestos o tomaron medidas para aliviar la carga fiscal. Esto incluye a China, que disminuyó el IVA del 16% al 13% para las empresas pequeñas, o Noruega, que bajó el IVA del 12% al 7% y además disminuyó las contribuciones laborales. A contramano, el gobierno argentino insiste en incrementar impuestos. Un ejemplo gráfico es la tasa de coronavirus creada en algunos municipios para los nuevos emprendimientos, que tiene como contrapartida a un inspector que fiscaliza el cumplimiento de los protocolos. Como si fuera poco, se debate una reforma a la ley de ganancias corporativas que va a elevar aún más estos impuestos, especialmente a las empresas que reinviertan sus ganancias, y a generar un esquema diferenciado con claros incentivos a no crecer.
La filosofía populista contamina la política económica de la Argentina lanzando un ancla en el medio del río. Es hora de volver a mirarse en el espejo de los países nórdicos, pero esta vez de forma completa, sincera y reflexiva.
Economista, máster en Finanzas y profesor en UBA y UCA