¿El declive de las religiones?
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Las encuestas que miden religión en Occidente están mostrando que hay menos religión que antes. Los datos de Gallup presentados hace unos días corroboran lo que vienen midiendo la World Value Survey, Latino Barómetro y, en nuestro país, un grupo de investigadores del CEIL-Conicet. La pandemia, según un estudio dirigido en la Argentina por Hugo Rabbia (UNC-Conicet), ha incrementado marginalmente (6% de los encuestados) algunas prácticas (meditación, yoga), y migrado muchas otras al mundo digital, pero ha mantenido la cantidad en los mismos niveles: los que no hacían nada, siguen sin hacerlo; los que hacían algo, ahora hacen lo mismo (servicios, grupos, oraciones) pero online.
El problema es qué se entiende por religión. Todas estas encuestas miden, básicamente, membresía (la conexión explícita con una organización religiosa) y la asistencia al templo (semanal). Estas formas de medir tienen un problema fundamental: el contexto de tiempo y espacio. La encuesta de Gallup empezó a medir religión en 1947. Una gran virtud de estos datos es que son consistentes: desde hace más de 70 años miden lo mismo. La desventaja es que miden como si estuviésemos en 1947. Y esto no es así. Las religiones (al menos su parte humana) son construcciones sociales que interactúan con otras instituciones sociales. Piense usted, lector, en la vida familiar, laboral, política de hace 70 años… todo ha cambiado. ¿Por qué asumir que las religiones tienen que seguir igual? Las formas de amar, trabajar y hacer política han cambiado. Las de practicar la religión también.
El otro problema es el espacial. En el intento de “homologar” las religiones, las encuestas asumen que la práctica religiosa, y lo que se entiende por religión, es lo mismo en todo el mundo. La idea de una afiliación, de registrarse en una iglesia a la que se asiste semanalmente, es algo propio del mundo protestante del Atlántico Norte que acríticamente se usa como norma para medir la calidad de la vida religiosa de otras comunidades. ¿Por qué asumir que la vida religiosa de Holanda o Estados Unidos es la norma con la cual medir la práctica religiosa de la Argentina o Filipinas?
Muchas investigaciones coinciden en marcar que, al menos en América Latina, hay más religión que la que los laicistas quisieran, pero no es tan ortodoxa como desearían los líderes religiosos. En un trabajo conjunto realizado en la Argentina, Perú y Uruguay, las personas entrevistadas responden que “rezan” (conectan, piensan en Dios, dan gracias y piden ayuda) todo el tiempo. Se conectan con poderes suprahumanos (Dios, orixás, difuntos, espíritus, energía) habitualmente, en el trabajo (la más secular de las esferas), al hacer un trámite, en la mesa con sus hijos. Y esa práctica, más que la adhesión a un conjunto de normas, es lo que entienden por “religión”.
Pero esto no quiere decir que necesariamente practican lo que sus tradiciones les indican. Muchos entienden la religión como un work in progress. La mayoría no abandona ni rechaza lo enseñado; lo modifica. Ana Lourdes Suárez, en su trabajo en las periferias de CABA, por ejemplo, encontró que un 12% de los entrevistados manifiesta haber acudido a una mae o un pae por consejo espiritual, aunque solo el 1% se declaró umbanda. Las personas, como recomiendan muchas tradiciones (como la católica o la evangélica), recurren a un director espiritual, pero van al que tienen a mano, aunque no sea de la tradición propia.
Es como si las religiones tradicionales fueran un lenguaje que las personas usan para contar su propia historia. Hay elementos comunitarios y tradicionales, pero que los sujetos usan, crean y recrean para contar su experiencia de vida. En este sentido, seguir midiendo la religión como hace 70 años es como suponer que el lenguaje debería ser usado en la misma forma que hace 70 años, que los redactores de este diario deberían seguir empleando los mismos modismos y giros idiomáticos de entonces. Sabemos que esto no es así.
Si, en términos religiosos, lo que se sigue midiendo es lo que pasaba hace más de medio siglo, es cierto: las religiones declinan. Pero si miramos la práctica religiosa de las personas comunes y corrientes, cómo conectan con lo suprahumano y dan sentido a sus vidas, vemos que lo religioso no ha disminuido, sino que se ha transformado.
Jesuita, sociólogo. Autor de Una modernidad encantada. Religión vivida en América Latina