El deber urgente de la oposición
Tras su contundente triunfo electoral, el oficialismo ha redoblado la apuesta y quiere dominarlo todo, aprovechando la ausencia de controles y contrapesos. Si el avasallamiento suple el diálogo y no existen posibilidades ciertas de alternancia, nuestra preciada democracia se devalúa hasta el punto de convertirse en una ficción. No hemos llegado a esta instancia por causa exclusiva de la endeblez de la oposición; sin embargo, sólo podremos reconstruir el sistema político a partir de su fortalecimiento.
Debemos reconocer que estamos lejos del escenario de las democracias maduras en las que al menos dos fuerzas políticas, de sesgos ideológicos diferentes pero alejadas de los extremos, se suceden en el poder. Ocurre que el bipartidismo que rigió entre nosotros en las últimas décadas ha diferido de este esquema.
El justicialismo ha prevalecido largamente como una eficaz maquinaria para ganar elecciones basada en el poder sindical y en los sectores populares, con una creciente flexibilidad para albergar corrientes de diverso signo. El centenario radicalismo, que supo canalizar históricamente las expectativas de los sectores medios, ha perdido predicamento y parece errático en su lucha por lograr reponerse de la severa crisis que atraviesa desde 2001. Si durante años pugnó por consolidarse una tercera fuerza, hoy en verdad parece faltar una segunda, más allá del "panperonismo" dominante.
El kirchnerismo gobernante ha evidenciado habilidad para acumular poder a cualquier precio, a expensas de los valores republicanos y la concordia social, entre otros graves daños. Goza de la novedad de un tercer mandato consecutivo y aspira a perpetuarse, sin descartar el intento de diluir en su seno al peronismo tradicional. Ha logrado reunir en un conglomerado múltiple a varias figuras, algunas de ellas de muy buena proyección, que dadas las circunstancias podrían llegar a jugar con la oposición en el futuro.
Pero la oposición abierta y declarada no tiene margen para esperar cruzada de brazos la oportuna decisión de los "tiempistas" políticos. Cada una de sus expresiones debería aprovechar estos días propicios para el balance y reflexionar acerca de su situación actual y los posibles errores cometidos, además de trazarse un camino lógico para recorrer con vistas a las próximas elecciones de medio término y a la renovación de cargos ejecutivos en 2015.
Es preciso organizar y fortalecer las estructuras partidarias, para procurar que la política no termine siendo sólo una puja entre liderazgos caudillescos. Los partidos deberían tratar de conformar una red de suficiente despliegue territorial, lo que implicará naturalmente la gestación de acuerdos. Parece conveniente privilegiar la formación de fuerzas de mayor alcance con distintas líneas en su seno antes que, según la expresión de Natalio Botana, reincidir en la "excitación del pluralismo" con una excesiva fragmentación en agrupaciones de forzosa menor viabilidad.
Para esto resultará prioritario lograr coincidencias básicas sobre ideas y propuestas referidas al muy amplio abanico de cuestiones que afectan la vida de la gente, más allá de los relevantes temas de la agenda institucional. Se trata de elaborar y difundir una imagen del país que difiera del relato oficial o que demuestre que esa construcción está alejada de la realidad. El mérito de este esfuerzo residirá no sólo en alcanzar un resultado, sino en transitar el benéfico camino del debate de ideas.
Finalmente, hará falta contar con el elemento humano, los actores políticos capaces de formar equipos y convocar al compromiso y la militancia. Y, por cierto, también con líderes que, está visto, no se consagran sólo por una decisión unilateral, ni como consecuencia de un acto de aislada inspiración, ni por la portación de apellido o algún reconocido mérito pasado. Sin desconocer los límites de la condición humana, sería deseable exigir también como patrón genérico que al mérito personal se sume una cuota mayor de grandeza o, si se prefiere, una dosis menor de vanidad.
No le alcanzará a la oposición con aguardar los cambios de escenario que puedan sobrevenir de las crisis o dificultades económicas que se prenuncian, de las rupturas ajenas o de la imprevisibilidad propia de la política. Tampoco debería confiarse en los efectos de las denuncias de graves escándalos, frente a una sociedad que parece anestesiada. Todo eso puede contribuir, pero lo indispensable será tener una voluntad de construcción firme y vocación de protagonismo. Se trata de una cuestión de actitud, de sentir que la pelota se encuentra en la propia cancha y que la suerte no depende por entero de lo que acontezca en el juego del adversario.
En política, todo puede suceder. Pero una atenta mirada de la actualidad revela hasta aquí dos realidades incontrastables. De un lado, un gobierno sin límites que ha profundizado los preocupantes matices de la "democracia delegativa" que describió el recordado Guillermo O'Donell y que camina hacia un peligroso hegemonismo. Del otro, una oposición inerme que, frente a un contexto tan adverso como restringido, no debería gastar sus energías distraída sólo en cuestiones personales; esto, sumado a la tradicional dificultad evidenciada en la política argentina para establecer nuevos partidos e impulsar liderazgos modernos, así como para aprender de los propios errores.
Es cierto que se trata de un anhelo que aparece todavía muy lejano en su concreción. Pero si queremos de verdad lo mejor para el país, con la esperanza que revive cuando el año recién comienza, cabe también desear en estos días que pueda renacer entre nosotros una vigorosa oposición.
© La Nacion
El autor es licenciado en Ciencias Políticas, abogado y profesor universitario
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