El debate, una cuestión de credibilidad
En los países donde no existe el debate preelectoral consagrado por el peso de la ley (cada vez son menos), hay dos conductas básicas que, alternativamente, suelen adoptar los candidatos. Ambas se sustentan en las encuestas. Una, que podríamos llamar del "discreto desertor", dice que no se debe participar en debates mientras uno va ganando en las encuestas; la otra, que calificaremos del "valiente reservista", afirma, al revés, que en tanto las encuestas no le otorguen a uno la victoria, deberá reclamar, mejor dicho exigir, su participación.
¿Puede el debate ser una adecuada culminación de una campaña electoral? Debería serlo, pero a veces se convierte en el lugar de la mera especulación, a la espera de un gesto sesgado, un error de discurso, un tartamudeo, una actitud inútilmente agresiva o hasta un mínimo descuido en la higiene de los candidatos que puedan causar un daño irreparable. Episodios de esta índole han ocurrido y siguen ocurriendo. Y entonces no hay seriedad programática ni atractiva exposición de proyectos gubernativos que valgan. Lo que más se necesita son maquilladores, psicólogos, expertos en modas, directores de escena y profesores de sintaxis de la lengua que corresponda.
Por suerte, el debate que protagonizaron nuestros dos candidatos a la presidencia, Mauricio Macri y Daniel Scioli, no fue un puro artificio ni dejó de tener momentos de interés y hasta aproximaciones -muy limitadas, es cierto- a los programas de gestión de cada uno de los competidores. El simple hecho de haber aceptado el debate aun yendo adelante en las encuestas constituye un punto a favor de Macri, mientras Scioli no pudo evitar, según le dieran los números, desempeñar sucesivamente los papeles de desertor y de reservista.
El formato, en realidad, no pareció ni el más interesante ni el más flexible. La rígida división de las intervenciones de los candidatos en unidades de tiempo, a veces insuficientes y a veces excesivas, igualaba la importancia de temas que, a todas luces, no eran igualmente importantes. Tampoco parecieron oportunas las sugerencias de los moderadores respecto de desarrollos y bifurcaciones de esos temas centrales que los equipos de campaña de los dos candidatos habían acordado. Se trataba, aunque en forma bienintencionada, de un nuevo recorte a la espontaneidad de los rivales.
Caracterizaremos con dos frases, dos sellos con palabras, la puerta de ingreso a los dos discursos, a lo que podemos llamar "textos" de Daniel Scioli y Mauricio Macri, textos que cada uno desarrolló por su cuenta y que casi nunca se encontraron. Las palabras mágicas de Scioli, que repitió a lo largo de todo el debate como un conjuro religioso, que incluso siguió repitiendo en las entrevistas posteriores y que proponían una figura poco menos que demoníaca de Macri, fueron "devaluación, ajuste, buitres".
Era la verbalización de la campaña del miedo que el oficialismo había estado estructurando en las últimas semanas, sobre todo en una catarata de spots publicitarios. Hasta la noche del debate, esa campaña tuvo pocos efectos o ninguno, y más bien sirvió para un cómodo tránsito hacia la victoria de la fórmula de Cambiemos. No sabemos si esa tendencia pudo revertirse a partir de la actuación de Scioli en el debate, pero lo cierto es que cumplió plenamente con las instrucciones de los estrategas de su campaña y repitió como una máquina parlante el único tema que podría favorecerlo, la bala de plata que, por lo menos, sería capaz de retener a sus propios votantes, ante la amenaza de la ola macrista.
No hubo modo de mover a Scioli de esta obsesión que criminalizaba a su rival e imbecilizaba a los votantes de Macri. De cualquier forma, sólo gracias a los sondeos de intención de voto de los próximos días sabremos si la movida ha sido efectiva. Es decir, si valió la pena jugarse ciegamente a una sola carta.
En cambio, la frase con la que definiremos la participación de Macri fue: "En qué te convertiste, Daniel". A lo largo de todo el debate, Macri intentó que el diálogo se canalizara "entre Daniel y Mauricio", pero no lo consiguió en absoluto. Scioli se refirió a Macri siempre en tercera persona, como si su rival estuviera ausente. En el fondo, el "en qué te convertiste, Daniel" implica cierta amargura, una especie de lamento ante la incapacidad para el diálogo democrático.
Parece que hubiera resultado más sencillo y seguro, para Macri, que ha venido llevando una sólida ventaja en todas las encuestas, plantarse frente a Scioli en su propio terreno, rebatir con más y mejor teoría las inculpaciones apocalípticas de su rival y mostrar, por ejemplo, cómo el propio Scioli ha mantenido contactos, directos o indirectos, con organismos económicos internacionales a los que vitupera en público. Creemos, asimismo, que Macri, aun manteniendo la cruzada en favor del cambio y la onda de alegría que le han dado tan buen resultado, pudo adoptar un tono de mayor dureza con el que lo acusaba nada menos que de ser el portador de la destrucción y el mal. Los dos candidatos, apretados por el tiempo, no alcanzaron a exponer sobre temas cruciales, más allá de que estuvieran o no en el temario fijo. Sólo mencionaré dos: el caso Nisman y la posición de la Argentina en la región y en el mundo.
¿Por quién decidirse? ¿Por el acusado de "la devaluación, el ajuste y los buitres" o por el que no contesta a la pregunta "en qué te convertiste, Daniel"? Carezco de la objetividad requerida para responder, pero sí considero que puedo recomendar, a quienes han visto el debate y a quienes no lo han visto, un procedimiento, una simple opción para su voto del próximo domingo. Vote según la credibilidad que le inspira cada candidato. Si cree en lo que dice Scioli, vote a Scioli. Si cree en lo que dice Macri, vote a Macri. Su voto es el instrumento que recrea la democracia republicana, el menos malo de los regímenes.