El curioso pasado del Albergue Warnes
Fue la chacra donde Cané robó una sandía, el armadero de aviones pioneros y, hoy, supermercado, todo de origen francés
El próximo sábado se cumplen 11 años de la espectacular implosión del llamado Albergue Warnes. La imagen del estallido podría considerarse el símbolo anticipado de una Argentina que se hace añicos por obra de contradicciones y desaciertos.
Aquel día, los diez pisos y 94.000 inútiles metros cubiertos de lo que jamás llegó a ser el "más grande complejo hospitalario-pediátrico de Sudamérica" -parcialmente erigido a principios de los años cincuenta-, podría dar la pista de ciertos errores de proyectos políticos basados en urgencias propagandísticas y la falta de una planificación sustentada en la realidad del país.
Después de 1955, hubo 13 años más de gobiernos del signo partidario que elevó la mole y, más allá de otros culpables -por acción u omisión-, la salubridad de los chicos argentinos cayó -irremediablemente- en grave emergencia.
Las obras se eternizaron sin presupuesto para concluirlo y mucho menos para equiparlo, dotarlo de personal y hacerlo funcionar. Languideció aun antes de los sucesos de junio y septiembre de 1955 y lo que más se divulgó en las últimas décadas fue su hediondo uso (por absolutas carencias sanitarias) luego del traslado de más de 2000 habitantes desde una villa de emergencia (1961).
Finalmente desembocó en albergue sin puertas ni ventanas -ni agua ni cloacas-, con huecos de ascensores sin protección -tentación de suicidas-, y asentado en terrenos en pleito. Ese monumento al ridículo planificador surgió sin consentimiento de los herederos propietarios de esas 19 hectáreas encerradas por las calles Warnes, Chorroarín, Constituyentes y vías del ex ferrocarril Urquiza.
Registró una historia marginal y de delito. Fue "aguantadero" de malvivientes y también "chupadero" -en la jerga que campeó en el último proceso militar- y hasta sospechado como marginal escenario de ejecuciones durante esos años cruentos. Más allá de semejantes horrores, el lugar conserva otra historia menos tenebrosa, poco develada y muy curiosa.
Del vasco al dinamitero
Resultó una sorprendente casualidad que para la programada destrucción del Warnes, con media tonelada de explosivos, interviniera Adrien Colonna, presidente de la Societé Europeenne de Dynamitage. La participación de este maquis dinamitero que se inició adolescente con las voladuras de puentes y rutas francesas durante la ocupación nazi, fue un francés más en la crónica de esta cadena de relatos y personajes.
Originalmente fue una llanura entre los villorrios que llegaron a ser los municipios de Belgrano y Flores, y más estrecho y reciente hueco urbano entre La Paternal y Chacarita. Poco tiempo después de 1800 se ofertó como una "suerte" de 40 hectáreas obtenidas por el vasco francés Miguel Etchevarne, natural de Bayona -al pie de los Pirineos-, asociado con otros compatriotas.
Fue una compra al Estado en tiempos de Rivadavia y era una campiña con laguna y hasta un escuálido arroyo. Próxima a ese bajío surgió -en 1829- la casona que Etchevarne mandó hacer con paredes de 65 centímetros de espesor y cuyos restos perduraron hasta 20 años atrás sobre la calle Warnes 2619, junto a la extensión donde corretearon no menos de seis generaciones de Etchevarne.
Las tierras eran colindantes con la "chacrita de los estudiantes" aludida por Miguel Cané en el capítulo 25 de su Juvenilia ( finalmente Cementerio del Oeste o Chacarita). Pero en los tiempos en que Cané pasaba las vacaciones estudiantiles y consumó la incursión en la quinta "de los vascos" (con robo de una pesada sandía incluido), el Etchevarne que entonces estaba al frente de los cultivos era el homónimo hijo del comprador original. Este segundo Miguel Etchevarne murió en 1881, diez años después que los primeros entierros se cavaron en el hoy arbolado Parque de los Andes, sobre Corrientes y Dorrego. La Chacarita, al lado, hacia el Oeste, extendió las exhumaciones poco después.
La sucesión del segundo Miguel Etchevarne -fueron cinco familiares con ese nombre- ha sido una peripecia judicial inacabable y que ha sumado a diferentes juicios que totalizaron 62 cuerpos. Fue a principios del siglo XX que Miguel de los Angeles Etchevarne se casó con la bella francesa Ana Desobry. Esta boda trajo consecuencias diferentes para el predio de alfalfares, pasturas y lecheras, ya que apareció Julio Desobry, el hermano de la muchacha, teniente del ejército francés, piloto de aerostatos, fanático de la naciente aviación y amigo de Farman, Bleriot, Voisin y Mareschall, entre otros. Fue el gestor de una misión aeronáutica francesa que viajó hasta la romántica Buenos Aires, y así llegaron Pablo Castaibert, Marcel Paillette, Goubat y el mecánico jefe Pasebón. Fueron derecho a la casona de la calle Warnes.
Pasó poco tiempo para que en la campiña aludida en Juvenilia se irguieran unos galpones, se agregara un carpintero argentino de apellido Carvallo y surgiera una fábrica de montaje de aviones, seguramente la primera en estas tierras rioplatenses y sudamericanas. Se armaron allí monoplanos con licencias Farman, Bleriot y Voisin, y también Castaibert. La parte mecánica y motores llegaban de Francia y la carpintería era tan autóctona como la tela que los forraba y que eran cosidas a máquina, entre otras costureras, por Adela Viola de Etchevarne.
Su nieto Oscar Alberto Félix Viola Etchevarne relató en 1984 que todos los descendientes del primitivo inmigrante vasco que se asentó allí vivieron en la casona de la calle Warnes y él mismo conoció los galpones con los vestigios de la fábrica: piezas de motores, poleas, palancas de mando y hasta un fuselaje casi completo de un Farman y en cuya cabina concretó los mejores juegos de la infancia.
Aviones en la calle Warnes
Hubo dificultades para probar los aviones porque, entre el arroyo y la laguna, la depresión del terreno resultaba inconveniente. Pero como si fueran potros, los aviones se amarraban a un palenque para poner a fondo los motores para el ablande. La madre de Viola Etchevarne recordaba las visitas al lugar de Jorge Newbery "en una baquet Humber, de la que descendía con bombones de la Confitería del Gas e invitaba a dar una vuelta". También estuvieron Aaron Anchorena, el barón Demarchi y todos los pilotos famosos de la época.
Los aviones se llevaban desarmados por la calle Warnes hasta la estación La Paternal del entonces ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. Los bajaban en El Palomar donde después surgió el aeródromo militar. La troupe de pilotos franceses emigró en 1914. Iban a su patria para combatir en la Primera Guerra Mundial. Goubat fue derribado, pero volvieron los demás. El pariente de Etchevarne -Julio Desobry- trajo una placa de platino a su espalda: una granada le voló las costillas. Pero los pilotos se mudaron de La Paternal a Villa Lugano.
El lugar fue luego sembradío forrajero. Pastaban vacas, caballos, ovejas y cabras. Fue tambo y partida de lecheros con ordeño a domicilio. Se atendían y hospedaban caballos de carros sifoneros, panaderos y de fúnebres. Hubo hornos de ladrillos y se vendían panes de gramilla.
Toda esa parte de esta historia terminó para la familia propietaria cuando se vio invadida. "a las 15.30 del 26 de setiembre de 1951. Se hizo presente el doctor Méndez San Martín, que era ministro de Educación y secretario de la fundación (un organismo que había creado Eva Perón).
Vino con camiones y obreros. Procedió a aislar la vieja casa que había construido mi tatarabuelo en 1829. Cortó los alambrados y se metió dentro del predio", recordó Oscar Alberto Félix Viola Etchevarne, un día primaveral de octubre de 1984.
La historia francesa de las tierras de los Etchevarne no terminó con ese episodio ni con la implosión de las moles inútiles por un maquis francés. Donde el vasco Miguel Etchevarne (h.) vio huir con una sandía al adolescente Miguel Cané, hoy vende esas calabazas dulzonas un supermercado Carrefour que se instaló en el mismísimo lugar.