El crimen artístico del siglo o de cómo cicatrizan las heridas del 11S
No había cámaras de alta definición ni sponsors, solo pasión por la aventura como desafío
Se lo llamó el "crimen artístico del siglo" y sucedió a partir de las siete de la mañana del 7 de agosto de 1974. El lugar: Manhattan, Nueva York. Más precisamente el World Trade Center, al sur de la isla. Durante la víspera de un día que amanecería nublado y algo ventoso, el mago y funambulista francés Philippe Petit, de 25 años, había logrado infiltrarse dentro de las Torres Gemelas y tender un cable entre los dos edificios. El plan era el siguiente: como lo había hecho antes en Notre Dame en París, y en el Puerto de Sidney, Australia, Petit quería unir los dos edificios caminando. Sin elementos de seguridad, sin redes posibles, solo en medio del silencio y sobre el abismo. Esta vez, el desafío tenía una altura de más de cuatrocientos metros. Minutos después de las siete de la mañana, entonces, Petit caminó por el cable tendido durante cuarenta y cinco minutos. Fue y vino de una torre a la otra ocho veces frente a los ojos del mundo. Se lo llamó el "crimen artístico del siglo". Y dio pie a un libro que Petit publicó en 2002 (Alcanzar las nubes), a un documental estrenado en 2008 (Man on Wire) y a la película The Walk (En la cuerda floja), que acaba de estrenarse en la Argentina.
La historia de los seis años de planificación que consumió el hecho están magníficamente retratados en Man on Wire. La caminata a través del cielo de Manhattan había demandado cuatro planes distintos: la investigación previa, que incluyó un falso documental para la televisión francesa en la que Petit y su comitiva se hicieron pasar por un equipo de periodistas; la preparación para entrar al WTC, que incluía disfraces y la falsificación de documentos; el plan de ingeniería que supuso conectar las dos torres mediante un cable de doscientos kilos de peso en medio de la noche; y finalmente, sí, la extremadamente peligrosa actuación del equilibrista. "Además de lo hermoso del acto, lo que más lo excitaba era que todo el plan era como un robo bancario", dice en el documental la pareja de entonces de Petit. El funambulista pasaba noches en vela viendo películas de asaltos, persecuciones, ladrones y policías. El "golpe", como él lo llamaba, terminaría siendo un sustituto del robo perfecto: una proeza delictiva de carácter performático realizado a la vista de todos y sin peligro para nadie más que él mismo. Cuando viajó por primera vez a Nueva York, cuenta Petit en Man on Wire, quedó petrificado ante la altura de los edificios y pensó: "Bueno, todo esto es imposible. Eso seguro. Así que pongámonos a trabajar".
Toda la historia tiene un halo de romanticismo imposible de imaginar hoy: no había cámaras de alta definición ni sponsors, solo pasión por la aventura como desafío y el acontecimiento como valor supremo. El documental registra cómo la experiencia de un hecho único puede seguir pulsando la cuerda de la emoción en cada uno de sus protagonistas a cuarenta años de la proeza. Quedan, porque nada es perfecto, algunos enigmas que todo espectador atento quisiera develar: ¿cómo se financiaban las múltiples expediciones de Petit? ¿De dónde sacaban él y sus compañeros el dinero para ir y venir en avión de París a Nueva York, pasar días enteros alojados en la ciudad, alquilar incluso un helicóptero para sobrevolar el World Trade Center?
Toda la historia tiene un halo de romanticismo imposible de imaginar hoy: no había cámaras de alta definición ni sponsors, solo pasión por la aventura como desafío
Pero la pregunta que importa en verdad es la siguiente: ¿Cuál es el sentido de producir hoy una ficción como En la cuerda floja después de un registro tan magnético como el de Man on Wire, que lejos de pasar inadvertido ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance y obtuvo el Oscar al mejor documental? Con mirar apenas el trailer de En la cuerda floja luego de haber visto Man on Wire alcanza para decidir saltearse la nueva película de Robert Zemeckis (como dice la broma que se le atribuye a Osvaldo Lamborghini: ¿además de que el libro es malo hay que leerlo?): las mejores imágenes son una réplica de las del documental, los actores llevan la caracterización como un disfraz, cada detalle de la historia real es deformado hasta el grotesco.
Entonces, de nuevo, ¿por qué existe una película como En la cuerda floja? Hay, por lo menos, dos explicaciones. La primera tiene que ver con la lógica del cine industrial, que depende del permanente desarrollo de las posibilidades tecnológicas y los efectos especiales. ¿Cómo mejorar imágenes que son originalmente espectaculares como las de Man on Wire? Con planos manieristas que tienen la obligación de satisfacer a un público cada vez menos exigente estéticamente pero cuyo umbral de asombro es cada vez más alto. La segunda es que muy probablemente En la cuerda floja se trate del tardío homenaje que los Estados Unidos le rinden a las Torres Gemelas, a casi quince años de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Queda claro tanto en el trailer, con sus enfoques incónicos y devocionales, como la declaración que Sony Pictures ofreció en un comunicado oficial: "La película es una carta de amor a las Torres Gemelas y la ciudad de Nueva York en todo su esplendor".
No deja de ser extraño que la performance aérea de Petit, con toda su carga de idealismo hippie, sea utilizada cuarenta años después para honrar la memoria de los muertos del 11-S y poner en escena una hegemonía geopolítica cada vez más dudosa. Sobre todo porque el propio Petit se ríe, en más de una ocasión, de los estadounidenses, a los que considera incapaces de comprender el caracter de su actuación: "Apenas me arrestaron, después de la caminata, todos me preguntaban por qué. Por qué. Era lo único que querían saber: por qué. Es algo tan americano: acababa de realizar un acto magnífico y misterioso. Y lo único que conseguí es que la gente me preguntara por qué lo había hecho". Por ahí debe andar hoy Petit, a sus 66 años: riendo de la adaptación del acto más trascendente de su vida (esa locura gratuita que se volvería irrepetible después de 2001) que, suponemos, le habrá deparado nada despreciables ingresos en materia de derechos de imagen.
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