El crepúsculo de la democracia
Una recorrida por la Latinoamérica de la ultima década nos obliga a preguntar si la tercera ola democrática ha llegado a su fin y el péndulo ya se encuentra nuevamente del lado autoritario
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El 16 de agosto de 1978, Antonio Guzmán entraba en la historia de República Dominicana. No solo por asumir la presidencia, sino por ser el primero en asumirla como producto de la alternancia política por la vía electoral. Pero en ese mismo instante, sin saberlo, también estaba entrando en la historia de América Latina: su presidencia le daba inicio al período democrático de mayor duración en la historia de América Latina. Trece años mas tarde, el politólogo Samuel P. Huntington, lo bautizaba a nivel mundial como la tercera ola democrática.
En América Latina, luego se fueron sumando otros países a la ola democrática, como Ecuador, Honduras, Bolivia, Argentina, El Salvador, Uruguay, Brasil, Nicaragua, Guatemala y Chile. Los líderes eran muy conscientes del profundo cambio que estaban iniciando para toda la región. Claramente tenían una concepción fundacional y de largo plazo para las nuevas democracias.
“Esta República, que nació para la democracia, ha vivido 11 años de gobierno de facto, y ello no ocurrirá mas” le expresaba Sanguinetti al pueblo uruguayo desde el hemiciclo del Parlamento. Años mas tarde su colega chileno, Patricio Aylwin expresaba en su discurso inaugural: “Desde este recinto, que, en triste días de ciego y odioso predominio de la fuerza sobre la razón, fue para muchos compatriotas lugar de presidio y de tortura, decimos a todos los chilenos y al mundo que nos mira: ¡Nunca Mas!”. Años antes, Jaime Roldos desde Ecuador, aunque tal vez con un tono mas realista, había sentado las primeras bases de esta nueva era democrática al expresar con su característica parsimonia que “El pueblo ecuatoriano en todos los rincones de la patria se suma al regocijo de empezar una nueva etapa democrática. Anhelo fervientemente que nada interrumpa en el futuro el proceso de cambios profundos que empezamos a trabajar.” Las emotivas palabras finales de su discurso resumían el espíritu en las que deberían sentarse las bases para una nueva era democrática en América Latina: “Mi poder en la Constitución y mi corazón en el pueblo.” Se le estaba dando inicio a un nuevo contrato social basado en el respeto a la ley y en resolver los perennes y graves problemas de desigualdad y violaciones a los derechos humanos que azotaban a la región.
En el 2004, el expresidente Alfonsín, resumió ese momento muy especial que vivía América Latina: “El pasaje del Estado salvaje al Estado de derecho sin concesiones, sin justicia por propia mano, sin venganza era una realidad que se expandía por América Latina, sentando los cimientos de un definitivo ordenamiento social.”
Pero ese optimismo sobre un nuevo contrato social basado en democracia y progreso no era una novedad para América Latina. En 1959 el corresponsal para Sudamérica del New York Times comienza su famoso libro Twilight of the Tyrans (Crepúsculo de los Tiranos), diciendo: “Los largos años de los dictadores en Latinoamérica llegaron a su crepúsculo. En efecto, con la caída de Trujillo en la República Dominicana en 1961, la mayoría de los países de la región tenían gobiernos elegidos por la voluntad popular. En EEUU, el presidente Kennedy ponía en marcha la Alianza para el Progreso buscando fortalecer el desarrollo económico y la justicia social. Democracia, desarrollo económico y justicia social, el optimismo de Szulc era justificado. Pero la fuerza del péndulo es mas fuerte que la fuerza de la voluntad, y para finales de la década, 15 de los 21 países de América Latina eran nuevamente dictaduras militares”.
Una recorrida por la Latinoamérica de la ultima década nos obliga a preguntar si la tercera ola democrática ha llegado a su fin y el péndulo ya se encuentra nuevamente del lado autoritario. Cuba, Nicaragua y Venezuela ya están del otro lado. El Estado de derecho en Haití, prácticamente nunca existió, y el reciente magnicidio del presidente Jovenel Moïse acentuó el grave vacío de poder. Bukele en El Salvador, luego de un resonante triunfo en las urnas, en lugar de optar por enriquecer la débil democracia heredada, optó por profundizar el autoritarismo y aniquilar la independencia judicial removiendo a los Jueces de la Corte Suprema. En Honduras, Juan Orlando Hernández llegó al poder luego de elecciones seriamente cuestionadas y en Guatemala el presidente expulsó a la oficina contra el crimen organizado apoyada por las Naciones Unidas, y hace unas semanas expulsó del país al fiscal contra la corrupción porque sus investigaciones se acercaban demasiado al circulo presidencial.
La persecución a periodistas y los ataques permanentes a la independencia del poder judicial y otros poderes independientes del Estado es recurrente en varios países; a la lista de los ya nombrados, se deben sumar México, Brasil y Argentina. La participación de los militares en política, que en gran parte había estado ausente las ultimas décadas, recuperó en los últimos años mucho espacio en países como Brasil, México y El Salvador. Por ultimo, la brutalidad policial, en particular en manifestaciones pacificas, si bien nunca dejó de acompañarnos, parece estar fortaleciéndose, como se pudo observar no solo en Nicaragua y Venezuela, sino también en democracias como Colombia y Chile.
En nuestro hemisferio, esta claro que el deterioro del Estado de derecho no es exclusivo de América Latina. El rechazo de Donald Trump al resultado electoral de 2019 y la instigación a la población a atacar al Congreso son indudablemente parte del complejo panorama de las Américas. Sin embargo, nuestra historia pendular marcada por dictaduras, masacres, genocidios y desapariciones, le otorgan al actual retroceso democrático una mayor gravedad.
El rechazo de Donald Trump al resultado electoral de 2019 y la instigación a la población a atacar al Congreso son indudablemente parte del complejo panorama de las Américas
La nueva ola autoritaria tiene una característica distinta a las previas. En esta oportunidad no son las botas militares las que impulsan el péndulo. En la década del 90, el gobierno autoritario de Fujimori plantó una semilla que luego seria magistralmente cultivada por Hugo Chávez; la destrucción del Estado de derecho por vías democráticas o con apariencias democráticas. Los golpes militares tradicionales tenían partida de nacimiento con día, hora y lugar; inclusive comunicaciones oficiales anunciando pomposamente el nacimiento de una dictadura. En cambio, los golpes actuales ocurren en un espacio y tiempo difuso. ¿En que momento Venezuela pasó de la democracia a la dictadura?, ¿En que momento lo hizo Nicaragua?, ya lo hizo Bukele o todavía es una democracia? Esta vaguedad de origen facilita el engaño de millones de personas que normalmente no estarían de acuerdo con el tradicional golpe militar, y encuentran motivos para justificar que las acciones de su líder son nimiedades exageradas por la oposición, los medios de comunicación o la sociedad civil.
Mientras, en general, las elecciones gozan de buena salud, el Estado de derecho está en terapia intensiva. Son muchos los factores que nos han llevado hasta aquí, pero hay uno que esta por encima del resto: actualmente hay una grave sequía de estadistas con apego al Estado de derecho. Basta comparar a algunos lideres como Alfonsín, Sanguinetti, Aylwin, Cardoso, Mujica, Chinchilla o Bachelet, con algunos de los líderes de hoy. Con el mayor respeto por los actuales, sería como comparar una mosca con una mariposa, las dos vuelan y tienen alas, pero la mosca es molesta, horrible y transmite enfermedades.
Director, Peter D. Bell Rule of Law Program del Inter-American Dialogue