El costo verdadero de la guerra
Un informe realizado en EE.UU. muestra el impacto de los conflictos bélicos en los niños como víctimas indirectas
- 5 minutos de lectura'
NUEVA YORK
La agresión rusa contra Ucrania demuestra que no hemos aprendido las lecciones de la historia y estamos pagando un alto precio por ello. Las generaciones futuras también pagarán un elevado precio por los pecados de la nuestra: familias fracturadas y destruidas; servicios sociales y de salud deficientes y un ambiente contaminado. Los niños con problemas mentales y de desarrollo son los ejemplos más claros de los efectos intergeneracionales de la guerra.
El tremendo estrés del conflicto bélico aumenta las posibilidades de violencia interpersonal, particularmente contra las mujeres. Cuando las víctimas de la violencia son mujeres embarazadas, el efecto intergeneracional se manifiesta en el aumento de fetos muertos y partos prematuros. Se demostró que las madres que eran hijas de sobrevivientes del Holocausto tenían niveles más altos de estrés psicológico y menores habilidades para la crianza. Durante el sitio de Sarajevo, la mortalidad y morbilidad perinatal casi se duplicó y hubo un significativo aumento en el número de niños nacidos con malformaciones.
Al analizar el número de personas muertas indirectamente por la “guerra contra el terrorismo” en Afganistán, Irak, Libia, Pakistán, Somalia, Siria y Yemen, un informe del Proyecto Los Costos de la Guerra –Costs of War Project– del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown, estima que la guerra en esos países resultó en 3,6 a 3,7 millones de muertes indirectas, mientras que el número total de muertes en esos mismos países podría alcanzar al menos a la cifra de 4,5 a 4,6 millones.
Stephanie Savell, codirectora de Los Costos de la Guerra y autora del informe, afirma que “las guerras a menudo matan a muchas más personas indirectamente que las que mueren en el combate directo; en particular, a niños pequeños”. Casi todas las víctimas, dice Savell, pertenecen a las poblaciones más empobrecidas y marginadas. La mayoría de las muertes indirectas de guerra se deben a la desnutrición; a problemas relacionados con el embarazo y el parto y a enfermedades infecciosas y crónicas.
Según el informe, más de 7,6 millones de niños menores de cinco años en las zonas de guerra posteriores al ataque contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 sufren de desnutrición aguda. La desnutrición tiene efectos graves a largo plazo en la salud de adolescentes y jóvenes. Entre esos efectos se encuentran una mayor vulnerabilidad a las enfermedades; retrasos en el desarrollo y en el crecimiento e incluso ceguera. A los niños afectados por la desnutrición también les impide lograr éxito en la escuela u obtener un trabajo decoroso como adultos.
En su informe “25 Años de Conflictos Armados y la Infancia: Actuar para Proteger a los Niños y Niñas en la Guerra”, Unicef provee cifras aterradoras del impacto de la guerra sobre los niños y niñas. Desde el 2005, más de 104.100 niños y niñas han muerto o han resultado mutilados en situaciones de guerra. Durante ese mismo período, más de 315.000 ataques contra niños y niñas han sido verificados por las Naciones Unidas. “Me he quedado sin alma”, solloza una mujer ucraniana cuando le informan la muerte de su hijo.
Aunque utilizar a médicos, pacientes y civiles como escudo humano es un crimen de guerra, estos son objetivos frecuentes de la violencia descontrolada. En Sudán, Médicos Sin Fronteras (MSF) informa que su personal en múltiples lugares se ha enfrentado repetidamente a combatientes que ingresan a las instalaciones de salud y roban medicamentos, suministros y vehículos. Se estima que el 70 por ciento de los establecimientos de salud en áreas en conflicto están fuera de servicio y 30 % de ellos son blanco de ataques.
En misiones de salud patrocinadas por la ONU, pude ver las consecuencias de la guerra en países como Mozambique, Malawi, Angola, El Salvador y Nicaragua; una experiencia aleccionadora que me dejó recuerdos dolorosos. La tristeza y el sentimiento de impotencia que vi en los ojos de las mujeres y los niños todavía me persiguen.
La violencia repetida nos ha insensibilizado a sus consecuencias, pues nuestros sentidos resultan abrumados por la crueldad. Ante la trágica complejidad de la vida, somos incapaces de disfrutar sus felices momentos de cuidado y ternura. Ansiosos por escapar de la realidad brutal, miramos las últimas noticias de televisión y luego, sin pensar, cambiamos el canal a un programa de gastronomía o repostería.
Pero, ¿la guerra solo produce efectos negativos? Lo que vemos ahora en Ucrania es que la agresión rusa contra personas de todas las edades –tanto militares como civiles– ha producido millones de desplazados, pero también ha suscitado la solidaridad de los vecinos de Ucrania, quienes a un alto costo personal y social han proporcionado refugio a decenas de miles de familias que huían de la guerra.
Mujeres ucranianas de todas las edades también han tomado las armas para defender a su país de la agresión rusa. Actualmente, más de 60.000 mujeres ucranianas sirven en el ejército, mientras que decenas de miles más ayudan a su país como periodistas, paramédicas, maestras y políticas mientras que, al mismo tiempo, siguen siendo el centro de apoyo de sus familias. Dado que los hombres están en la línea de combate, las mujeres deben mantener en funcionamiento los hospitales, las escuelas, y sus propios hogares, a menudo sin suministros básicos. Aunque estas acciones son un ejemplo de lo mejor del espíritu humano, no borran la desgarradora crueldad de la guerra.
Consultor Internacional de Salud Pública y coganador de un premio Overseas Press Club of America al mejor artículo sobre Derechos Humanos y de dos premios de ADEPA. También es autor de Violencia en las Américas: la Pandemia Social del Siglo XX, una publicación de la Organización Panamericana de la Salud.