El coronavirus y el efecto Marco Polo
Un domingo cualquiera, la imagen de Ronaldo tomándose la cabeza al perder la oportunidad de alcanzar el récord de conversión de goles en partidos consecutivos, hubiera sido la foto que recorriera con más rapidez el mundo. Sin embargo, el domingo no fue uno cualquiera y la foto que se erigió en global no fue la del jugador de la Juve, sino la del estadio vacío que estaba detrás de él. Para contener el coronavirus, el futbol italiano había decidido prohibir el ingreso de espectadores a todos los partidos. Unos días después, el gobierno anunció que toda la población italiana entraba en cuarentena. A estas medidas, han seguido otras en todo Occidente, siendo la más drástica hasta ahora, la de prohibir la entrada de todos los vuelos desde Europa hacia los Estados Unidos y en la Argentina que no lleguen vuelos de los países afectados.
El coronavirus es la pandemia que paraliza hoy al mundo y ha entrado desde China a Occidente por Italia. Desde comienzos de la era cristiana, Italia ha sido la puerta de entrada hacia Oriente. La invasión a las Islas Británicas en el siglo I, brindó al Imperio Romano la plata necesaria para comprar bienes suntuarios en China. Los romanos apreciaban la seda china, cuya elaboración los emperadores guardaron como el secreto industrial más importante hasta la era moderna. La senda fue atravesada miles de veces pero fue el veneciano Marco Polo quien en el siglo XIII la hizo famosa. Con el tiempo, sería conocida como la Ruta de la Seda.
La Ruta de la Seda llevó a Occidente descubrimientos de masivas consecuencias, como la pólvora. En 1453, el uso de ella por el ejército de Mehmed II produjo la destrucción de las murallas de Constantinopla, que habían repelido ataques por mil años. La caída de Constantinopla interrumpió el comercio de Occidente con Oriente hasta que, casi 40 años después, el genovés Cristóbal Colon propuso a los reyes de España la idea de llegar a Oriente desde el oeste. Hacia esa época, el más preciado bien no era ya la seda sino la pimienta, cuyo valor en Europa era multiplicado varias veces del que se lo adquiría en la India.
Los intercambios transcontinentales no solo trasladaron bienes y personas, sino también enfermedades. Virulentos brotes de peste asolaron Europa durante siglos. El estudio de estos casos, llevó al historiador Alfred Crosby a acuñar el concepto de intercambio colombino para describir el flujo de humanos, flora, fauna y gérmenes que desató la llegada de Colon y los europeos a América. Se calcula que los nuevos gérmenes que trajeron a América los europeos, inmunizados por el contacto con ellos a través de siglos, aniquilaron al 90 % de la población originaria.
Casi un siglo después del primer viaje de Colón, el descubrimiento de plata en Potosí y el trabajo forzado de miles de originarios, le brindó a Europa los recursos necesarios para volver a sostener el intercambio con Oriente. A los mercaderes, se le agregaron misioneros y evangelizadores y, tras la Revolución Industrial británica, ejércitos y funcionarios, ávidos por abrir nuevos mercados.
El flujo comercial se mantuvo en forma pareja hasta que el imperialismo obligó a China a abrir completamente sus puertas tras la Guerra del Opio. La conversión de Hong Kong en colonia británica en 1842, señala el comienzo de la decadencia china y su disminución en el comercio mundial, hasta la famosa visita de Richard Nixon en 1972, que comenzaría a reabrir el flujo con Occidente. Hacia 2017, ese flujo se volvió tan denso que llevó a los Estados Unidos a replantear todas sus pautas comerciales y, por ende, también las del mundo.
La pólvora, pero también la imprenta y la brújula, han sido inventos que se conocieron antes en Oriente que en Occidente. Los historiadores se siguen preguntando porque estos inventos cuya introducción en Occidente los volvió revolucionarios, sirvieron en Oriente para consolidar el poder central de los estados. Hoy, las medidas tomadas en China para contener el coronavirus parecen estar siendo más eficientes que las tomadas en Italia o en el resto de Occidente. Los especialistas se lo han adjudicado a diferencias de idiosincrasia y, sobre todo, al estricto control que ejerce el estado comunista en China. El tiempo dirá si el mismo virus produce diferentes consecuencias sociales y económicas para dos mundos que se han relacionado de tan diversas maneras en los últimos 2000 años.