El corazón errante de Luis XVII
Por Suzanne Daley De The New York Times
PARIS
EN plena Revolución Francesa, el pequeño delfín fue encarcelado junto con sus padres, Luis XVI y María Antonieta, que poco después fueron enviados a la guillotina. El ahora rey Luis XVII, de apenas ocho años, quedó solo en la prisión del Temple, mal alimentado, desatendido y, por largos lapsos, a oscuras.
Hasta allí, los historiadores concuerdan. Lo que sucedió después ha dado pie a muchas polémicas. Según la versión tradicional, Luis XVII murió de tuberculosis a los diez años, con el cuerpo plagado de tumores y sarna. Sin embargo, hubo quienes afirmaron que ese niño era un impostor: en algún momento, el verdadero rey había sido rescatado del Temple por sus partidarios.
La disputa engendró más de cien pretendientes al trono. Uno de ellos, Charles-Guillaume Naundorff, murió en Holanda en 1845; su lápida sepulcral reza: "Aquí yace el rey de Francia". Los expertos hablan de varias docenas de supuestos descendientes directos.
Tal vez estemos a punto de resolver el misterio.
En la cripta real de la basílica de St.-Denis, al norte de París, se guarda una urna de cristal que contendría el corazón del niño muerto en 1795. En una ceremonia breve pero formal, la urna, previamente envuelta en un paño púrpura, fue trasladada a un laboratorio situado en el extremo opuesto de la ciudad. Allí cortaron dos tajadas diminutas con una hoja de afeitar, las pusieron en sendos sobres lacrados y enviaron una a un laboratorio alemán y la otra a uno belga, donde intentarán someterlas a los mismos análisis. El propósito es comparar su ADN con el de cabellos de María Antonieta. Los resultados se esperan para febrero.
Pruebas genéticas
"Teníamos el corazón desde hacía un tiempo -dice el duque de Beauffremont, presidente del Memorial de Francia, organización privada que custodia las tumbas reales en St.-Denis-, pero las técnicas no eran tan buenas como las actuales. Salta a la vista la conveniencia de estas pruebas. Es una cuestión muy importante para Francia. ¡Se han tejido tantas hipótesis! Ahora quizá sepamos de una vez por todas qué pasó."
Puede no ser fácil. Ante todo, por las dudas sobre la autenticidad del corazón. Llegó a la cripta real en 1975, tras una larga odisea, y esto podría dificultar la extracción de material suficiente para las pruebas de ADN. "Las condiciones de preservación distan de ser las mejores para esta clase de tests. Es difícil decir si podremos efectuarlos. Lo único que podemos hacer es intentarlo", advierte Jean-Jacques Cassiman, científico del Centro de Genética Humana de la Universidad de Lovaina, Bélgica. (Cassiman ya comparó el ADN de Naundorff con el de unos cabellos de María Antonieta y dos hermanas suyas; las probabilidades de parentesco son mínimas.)
Para quienes sostienen la autenticidad del corazón, las cosas sucedieron así: al morir el niño, le hicieron la autopsia; uno de los médicos, Philippe-Jean Pelletan, aprovechó una distracción de sus colegas para envolver el corazón en su pañuelo y llevárselo de recuerdo. Lo guardó en su casa, en un frasco de vidrio con alcohol, pero éste se evaporó y el corazón se desecó. Pocos años después, uno de sus ayudantes lo robó; a su muerte, su viuda lo devolvió a Pelletan.
Durante la fugaz Restauración de 1815, Pelletan habría intentado entregar el corazón a Luis XVIII, pero el rey no quiso saber nada. Ya al borde de la muerte, el médico decidió confiarlo al arzobispo de París. Durante los tumultos de 1831, las turbas atacaron el palacio arzobispal. Un tal Lescroart, tipógrafo, intentó poner a salvo la reliquia y los documentos que demostraban su autenticidad. Esperaba devolverlos al hijo de Pelletan para su custodia, pero, al forcejear con un guardia nacional, la urna cayó y se hizo añicos. Más tarde, vuelta ya la calma, Lescroart regresó acompañado del hijo de Pelletan: encontraron el corazón tirado en el suelo, entre fragmentos de cristal, algunos con lises grabadas.
Seguir soñando
El hijo de Pelletan lo conservó hasta su muerte y lo legó a los miembros de una rama de la familia real francesa, en cuyo castillo permaneció por más de ocho décadas. En 1975 lo entregaron en custodia al Memorial de Francia, en St.-Denis.
Su presidente dice haber conocido a muy pocas personas, en su mayoría ya fallecidas, que reivindicaran su descendencia directa de Luis XVII. "No eran locos. Sus alegatos eran muy convincentes. Uno era profesor universitario; otro, ingeniero. Estaban segurísimos de su identidad."
Beauffremont desearía que el corazón fuese el de Luis XVII, pero admite que, de no concordar el ADN, muchos podrían "seguir soñando". "Es un gran misterio que suscita grandes pasiones", concluye.