El contrasentido de la censura La ópera bomarzo
La obra de Mujica Lainez, actualmente representada en el Teatro Colón, y su prohibición en tiempos de Onganía llaman a una reflexión sobre el autoritarismo y la supresión de lo divergente
Otoño de 1967. Río de Janeiro. Un automóvil avanza por la carretera. Sus ocupantes son Manuel Mujica Lainez y el doctor Mario Amadeo, embajador argentino en Brasil. Cuando media un embajador, ya se sabe, a la larga o a la corta, hay malas noticias. "Manucho -dispara de pronto Amadeo sin anestesia- debo darte una noticia muy rara..." El escritor elevó más de lo habitual una de sus hirsutas cejas, autorizándolo a proseguir. "Han prohibido "Bomarzo" en Buenos Aires", espeta, extendiéndole el telegrama de Ginastera en el que da cuenta del decreto que lo dispone, a causa de "relaciones con una osa. Firmado, Alberto" (sic).
Voceros bienintencionados pero mal informados alertaron a las autoridades argentinas que la historia trataba sobre un noble paranoico, impotente y, por lo menos, bisexual. Con esos antecedentes, el 18 de julio de 1967 se publicó la disposición oficial de la Intendencia de la Ciudad de Buenos Aires que prohibía la ópera, por "el argumento de la pieza y su puesta en escena, reñidos con elementales principios morales en materia de pudor sexual".
Siguiendo los pasos de la Cantata de 1964, la ópera conexa del binomio había tenido un arranque triunfal en Washington el 19 de mayo de 1967. Y tras su escala brasileña, el autor de La Casa , asiduo colaborador de este diario, disponía su regreso a Buenos Aires, a tiempo para el estreno local de "Bomarzo" en el Teatro Colón.
Tiempos difíciles azotaban por la época a nuestro país. Pasada una leve primavera democrática, un año antes de lo narrado (28 de junio de 1966) otra de los recurrentes gobiernos militares acababa de precipitar su telón oscurantista y represivo sobre nuestra sociedad. Tras una puja de facciones azules y coloradas, la rama liderada por el general Juan Carlos Onganía se había hecho con el poder. El tema del sexo era signo de anatema durante el onganiato, que ya había hecho víctima de su mojigatería provinciana al montaje del ballet "El mandarín maravilloso", de Bela Bartok.
En cuanto al menos ofendido que divertido Mujica Lainez éste se vengó años después en "De milagros y de melancolías", de sus antiguos inquisidores con un apunte lapidario en más de un sentido: "...un Coronel Cabezón y un Obispo Desadvertido de Marras, que hoy por hoy, de no mediar el cómico interdicto, no recordaría casi nadie".
A treinta y seis años de aquella prohibición, en estos días, los medios periodísticos se ocupan con solvencia diversa, sobre la ópera y sus meandros, ya en su tercer ascenso al escenario del Colón. La ópera de Ginastera-Mujica Lainez, sobre libreto de éste, se basa en su propia novela de proyección internacional: un ejercicio de literatura lírica, barroca, de vocación introyectiva, involuntariamente psicologista, menos involuntariamente autoconfesional.
Los censores
Manucho trabajó gran parte de su literatura sobre el paradigma de la ambigüedad y del eterno retorno. Así se acercó a una vida probable del torturado y tortuoso noble del renacimiento italiano, Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, constructor para la posteridad de un extravagante capriccio in pietra : el laberíntico Sacro Bosque. Jardín de Maravillas al estilo grotesco que prosperaba en el primer barroco, pero tocado por un aire feérico cuando no infernal, pesadillesco. Desde aquella configuración, Mujica Lainez se adentró en el bosque interior de su personaje, entreviendo un desgarro patológico de insospechados rebordes.
Pero Manucho y su Orsini, pseudo álter ego sublimado, se vieron de pronto enfrentados a un estado político y religioso surgido de similares estamentos aristocráticos, pero antagónicos con su libertad de vida. Juan Carlos Onganía y el cardenal primado de la Argentina, a la sazón monseñor Caggiano, provenían de formas de poder diversas pero concurrentes. Ambos, para consolidar la seguridad de su preeminencia adquirida, cultivaron una ortodoxia que, en muchos casos, desfiguró los preceptos mejor intencionados y los socavó, al rigidizarlos hasta el quiebre.
¿Cómo y por qué esos poderes temporales y no temporales apuntaron sus cañones contra "Bomarzo"? La ignorancia tiene participación activa en este equívoco. La pregunta viene a cuento sobre todo porque no lo habían hecho oportunamente, ante la novela, conocida en 1962 y acreedora al Gran Premio Nacional de Literatura (1963), al Premio John F. Kennedy y a la Medalla de Oro del gobierno italiano. Ambos inquisidores no estaban pues sobre autos respecto de la aprobación de esas organizaciones mediadoras y, como militar en el poder y religioso por delegación, pecaron ambos en la pretensión de ser más papistas que el Papa. Esa fue la razón de que quedaran expuestos al escarnio y la burla universal. A cinco años de sancionada su muerte cultural, otro régimen menos mojigato, la dictablanda del general Lanusse, habilitó, en 1972, a "Bomarzo" y sus inocentes perversidades su acceso a nuestro gran teatro. La misma sala que reprisará la frecuentación de la historia extraña y su no menos perturbadora partitura musical en 1984 y hoy nuevamente.
Al cabo, el escándalo provinciano que acompañó su frustrado estreno original está visto, a la distancia justiciera de los años, preñado de contrasentidos. Así como de inquietantes reminiscencias de ingrato cuño, respecto de aquello que no hesitaron en calificar de arte degenerado, corriendo a destiempo y contracorriente de los últimos esplendores culturales del siglo, que refulgieron bajo la consigna "prohibido prohibir".
Son las esencias y no una frívola percepción de su hojarasca, las que permanecieron ocultas sobre "Bomarzo". No es casual que lo oculto resulte al fin revelador. Así ha acontecido desde Freud en adelante. Más allá de la anécdota y sus oropeles, Bomarzo , ópera y novela, hablan de una tragedia que nos alcanza a todos, la tensión entre la finitud cierta de la existencia, contra la idea de inmortalidad inalcanzable.
Pier Francesco Orsini, neé Vicino, había nacido el 6 de marzo de 1512, segundón de una noble familia de militares renacentistas, con tradición de condottieri , dueños de ejércitos en alquiler. Los Orsini eran por tradición güelfos, fieles al Papa. Mas, si se les nutrían convenientemente los morrales, podían devenir gibelinos en la siguiente contienda. En tal ámbito bélico-mercantil, la aparición del hijo giboso, con una pierna más corta, incapacitado para el combate, resultó para su padre, Gian Corrado, un estigma. Residente de Roma, de haber vivido aquél en tiempos de los Césares, su malformado vástago hubiera sido suprimido de facto. Caída en desuso tal tajante práctica, el padre halló pronto otras formas de anularlo afectiva y civilmente. Vicino creció, por omisión, en el clima mujeril del entorno de su abuela Diana; contrastante con la belicosa virilidad en que prosperaban sus dos hermanos, el mayor y el menor. Si el horóscopo le prometía vida eterna, su propio padre escamotearía tal certificado mágico, no sin anotar en sus márgenes: "Los monstruos no mueren".
Al tiempo, dispone que si el hijo mayor, Girolamo, falleciera antes de heredarlo, sus bienes, el ducado, fueran a manos del menor, saltando por encima de su contrahecho descendiente. "Que Dios nos perdone y que la gente olvide que Pier Francesco existió nunca". Con su proceder, Gian Corrado condenó a su renegado vástago a la sutil tortura de anularlo en vida, negándole legitimidad de descendencia. Algo semejante a lo que siglos después perpetrará el nazismo con ciertas multitudes bajo el decreto Nacht und Nebel (Noche y niebla), que promovía la desaparición de un individuo considerado peligroso al grupo. Es decir, a la manera de Gian Corrado, bajo acusación no formulada de ser "diferente" y subversivo al estándar.
La lección perfeccionada
"Mi hijo -anotó para la posteridad- carece de las condiciones morales y físicas que exige la sucesión". Ante su cruel método de eutanasia filial, otros, en el futuro, levantaron la lección, perfeccionándola. Ora lo hizo la doctrina nacionalsocialista en contra de un grupo considerado peligroso a los intereses del Reich de los Mil Años. Y ora, otra vez, el modelo devendría perfecta solución final en la Argentina de los avanzados setenta. La vida imita al arte, el arte imita a la vida, y así la rueda.
Volviendo al avatar de la propia Noche y Niebla de Vicino Orsini, aquel repudiado y privado de toda legitimidad y pertenencia, nos conduce, por asociación, hacia el título de una obra teatral de Ricardo Monti, actualmente en cartel: "No te soltaré hasta que me bendigas". No sólo por su contenido, que habla de ambigüedad y de países latinoamericanos con destino equivocado o abortado. Junto a esto, la pieza persevera sobre lo ambiguo, entreteje asociaciones que hablan sin precisión de imposturas varias e, incluso, sobre un incesto casi ritual.
De regreso a esa frase que se hace título, me dejo conducir hacia el bíblico Jacob que la pronunció, según el Génesis (32 25, 27), tras luchar toda una noche contra un ser misterioso, bien Jahve, un ángel o un demonio. El mismo ser oscuro que pide abandonar la lucha antes que raye el día. Jacob exige como trueque, su bendición. Y un nuevo nombre y estirpe, que será llamada Israel. Para la tradición judía, la bendición es fundamental al destino del hombre, y va unida al reconocimiento del padre hacia su primogenitura. El derecho que reclama Jacob es puesto en jaque ya desde el vientre de su madre, del que emerge segundo a la vida, prendido al talón de su hermano mellizo. Una disputa que se prolongará, con buenas y malas artes, por el derecho a la línea de descendencia familiar. También por ella lucha, blandamente sí, Vicino Orsini. En complicidad con su abuela adicta, dejarán morir desangrado a su hermano Girolamo para agenciarse de la primogenitura vacante; anulando, de paso, el testamento perverso. El jorobado no podrá estar jamás a la altura de su posición. La falta que ninguna bendición perdonará. Víctima de su extravío erótico tendrá siete hijos de la amada-odiada Julia Farnese, su bella primera esposa. Esa desdichada que acabará involuntaria amante del hermano sobreviviente, Maerbale, al que Vicino no tardará en suprimir. Y así, así, siempre la contradanza estéril para justificar la promesa del patético horóscopo de Sandro Benedetto. Al cabo, deberá admitir que su lugar está entre los anómalos. Será cuando construya su Parque de los Monstruos, para refugiarse entre ellos.
Una lectura libre que acaba de presentar el autor teatral y psicoanalista Tato Pavlovski sobre la obra de Shakespeare Coriolano ("La gran marcha") arrima, si las forzamos, algunas luces para las sombras. El ahora exegeta del autor inglés juega, en su abordaje del romano general Coriolano, una basa inquietante: el posible carácter homosexual latente de aquél y, por elevación de las amistades viriles, las complicidades extremas entre pares. En la exacerbación de la violencia que los enlaza y aísla del resto de los mortales, esos militares de su historia ejercitarían entre sí relaciones peligrosas, al menos, particulares, más o menos consumadas. Aquellas que los espartanos prescribían para sus huestes, en búsqueda de un más fiero y comprometido combatir la guerra.
Que este extraño discurso, suscitado por la evocada prohibición de la ópera de Mujica Lainez-Ginastera, y guiado por reminiscencias de otros dos teatristas argentinos tan diversos (Monti y Pavlovski), consiga que esta reflexión final se muerda la cola y halle diversas asociaciones libres. Aquellas que el lector dúctil, mejor que yo, sabrá componer y acomodar a su albedrío.