El consumo como anestésico civil
Según la teoría marxista, la base material determina la conciencia. Este principio, interpretado desde la doctrina peronista, explica, por lo menos en parte, la noción de justicia social que está presente en la génesis del PJ. Para el justicialismo, la capacidad de consumo, traducida en la posibilidad financiera para adquirir bienes y solventar servicios, determina la inclusión. En este sentido, con dinámicas y estrategias diferentes, el decenio menemista y la experiencia kirchnerista representan claros ejemplos de éxito consumista.
Al calor de la bonanza económica, ambos gobiernos edificaron una ciudadanía de baja intensidad, esto es: sectores sociales en los cuales el poder de compra tiene un efecto disciplinador; núcleos heterogéneos en los que el bienestar monetario socava el interés por temas políticos e institucionales que trascienden el beneficio inmediato. Sobran ejemplos: Menem impuso la paridad cambiaria entre el peso y el dólar (sostenida por el "voto cuota") al tiempo que privatizó empresas públicas y logró su reelección tras el Pacto de Olivos; el kirchnerismo, en tanto, junto a la Asignación Universal por Hijo, los subsidios, las paritarias y el Futbol para Todos, construyó medios afines a fuerza de pauta oficial, dividió organizaciones y entidades civiles, intervino el Indec y designó a César Milani como jefe del Ejército. A la vez, desde la anunciada "democratización judicial" pretendió cambiar el Consejo de la Magistratura. Todo ocurrió ante la atenta mirada de miles de personas.
La apatía también justifica la tolerancia ante la corrupción. La aceptación de lo espurio, argumentada puerilmente con el "todos roban", tiene un correlato político en las urnas. Durante el menemismo, el caso IMB-Banco Nación, la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, el enriquecimiento ilícito de los funcionarios y los atentados a la embajada de Israel y la AMIA no pesaron electoralmente en contra del entonces presidente. Por el contrario, el lema "robo para la corona" se impuso como marca de época.
Hoy, lejos de estar ausente, la cultura de los años 90 brilla rutilante. Como en el pasado, el crédito y las compras en cuotas son un cheque en blanco que encubre lo inaceptable: Hotesur, Ciccone, la fortuna repentina de militantes y dirigentes, los dólares comprados con información privilegiada, el patrimonio presidencial, el desvío de fondos en obras públicas, etc. En palabras de Beatriz Sarlo, este cuadro de situación hace del kirchnerismo una "burguesía delictiva"; una elite que acumula dinero desde el Estado. Una vez más, entonces, las administraciones peronistas nacidas en La Rioja y Santa Cruz quedan empardadas.
La resultante histórica demuestra que el poder adquisitivo actúa como anestésico civil frente a las arbitrariedades del poder político y los manejos gubernamentales alejados de la decencia y la honestidad. Como contrapartida, mientras se ensancha la brecha que separa al dirigente del ciudadano, el interés por la cosa pública queda en manos de una minoría que, al tener resueltas sus necesidades básicas, integra el debate. Esta realidad debe ser diferente en adelante.
El desafío, por tanto, es de índole cultural. Resulta imprescindible ir a las urnas y elegir un gobierno que haga de la ejemplaridad en la función pública y la austeridad republicana valores fundantes, distintivos. Sólo así, desde un nuevo paradigma moral, se podrá convocar a quienes, por consumo narcotizante y corrupción naturalizada, se alejan de la política.
El autor, licenciado en Comunicación Social, es miembro del Club Político Argentino