El Congreso y la guerra de los Roses
Es una situación extraña: el Presidente y la vicepresidenta venían sin hablarse. Aunque los dos pertenecen al mismo partido, manejan distintas porciones del Estado, se arrogan sendas cuotas de poder, hace rato que no se juntan para unificar el rumbo del gobierno, para discutir próximas candidaturas ni para ninguna otra cosa. Como en una pareja malavenida o en una sociedad comercial rota de hecho, el vínculo se tramita a través de terceros, categoría que llegó a incluir a los medios de comunicación.
Pero hoy, como todos los 1° de marzo desde 2020, les toca estar casi dos horas a setenta centímetros sentados uno del otro como presidente del país él y como presidenta de la asamblea ella, no sólo con los seiscientos ojos de los legisladores clavados en sus rostros sino a la vista de todos sus gobernados. Eventuales televidentes que más allá del saludable interés cívico en la cosa pública también han de ilusionarse con algún resabio gestual de la guerra local de los Roses.
Cristina Kirchner podría no estar ahí, hacerse reemplazar en la tarea de abrir y cerrar la asamblea por la presidenta provisional del Senado, quien casualmente la cubrió durante la reciente sesión preparatoria de esa cámara. La vicepresidenta faltó a aquella sesión sin explicaciones. Pero ahora faltar no tendría sentido político. Ella ya aceptó anteriormente por imposición institucional aparecer como segunda, papel que en cualquier otra circunstancia repele.
El ritual del presidente que va una vez al año a rendir cuentas ante el Congreso, obviamente basado en el supuesto originario del Poder Ejecutivo unipersonal, no constituye una mera tradición. Es una disposición constitucional, aunque no faltó quien la desoyera. Dice el artículo 99 inciso 8 de la Constitución que el presidente “hace anualmente la apertura de las sesiones del Congreso, reunidas al efecto ambas Cámaras, dando cuenta en esta ocasión del estado de la Nación, de las reformas prometidas por la Constitución, y recomendando a su consideración las medidas que juzgue necesarias y convenientes”.
El que la desoyó fue el parco Yrigoyen, que en 1917 ni fue al Congreso ni se excusó, en 1918 mandó a su vicepresidente a leer el mensaje, y entre 1919 y 1922 sólo dejó que el Congreso, resignado, diera la cita por cancelada, conducta que Yrigoyen repitió en los dos años de su segundo mandato. Mitre en 1866 también había faltado pero por estar en el frente, y Ortiz (entre 1939 y 1942) por la diabetes que acabaría con su vida, lo que hizo que el vicepresidente Castillo presentara los mensajes a la asamblea. Eso evitó que Ortíz y Castillo, quienes se llevaban mucho peor que Alberto Fernández y Cristina Kirchner, tuvieran que compartir el estrado de la Cámara de Diputados.
El compromiso institucional de hoy interrumpe la creciente enemistad de los Fernández, por lo menos en su versión corpórea. Causante es, paradójicamente, la formalidad de la comparecencia anual en el Congreso, un acto que Cristina Kirchner siendo presidenta llevó a los bordes de la informalidad a cambio de que reluciera su histrionismo y se subrayara su centralidad. Lo hizo con discursos no leídos estilo stand up, que intercalaron con las autocelebraciones y las humoradas ataques personalizados a opositores, infrecuentes en el género.
Alberto Fernández, quien suele concentrarse en denostar a Macri, en cuanto a estilo produjo también alguna pieza digna del stand up, pero al parecer sin proponérselo. “Todos somos sujetos y sujetas de la solidaridad hacia el otro y la otra” dijo, hablando en serio, en su discurso de 2021, tal vez presionado por la respiración vicepresidencial y la exigencia de ofrendar lenguaje “inclusivo”.
También es cierto que este es el cuarto discurso de Fernández ante la asamblea, lo que conforma un dato de importancia histórica. Debido a la inestabilidad institucional que padeció la Argentina no han sido muchos los presidentes que tuvieron ocasión de inaugurar sesiones ordinarias del Congreso en el último año del mandato. Cuando lo hizo Alfonsín en 1989 (era su sexto año, porque regía la Constitución de 1853) renacía verdaderamente la democracia: el anterior presidente que había logrado llegar al último año de mandato había sido Perón, en 1951.
Alfonsín habló ante la asamblea legislativa el 1° de mayo de 1989 apenas dos semanas antes de las elecciones en las que Menem derrotó a Angeloz. Pero el país no aguantó medio año con crisis económica y con dos presidentes. Anunció el 12 de junio que anticipaba la entrega del poder.
“Hubo cosas que no supimos hacer, a veces nos equivocamos en los cambios básicos que debíamos llevar a cabo -dijo el presidente Alfonsín en aquel último discurso ante el Congreso, en el que no hizo un solo nombre propio-. Por error de diagnóstico en algunas oportunidades, por falta de perseverancia en la aplicación de las políticas o por mal cálculo de los tiempos, en otras. Y aunque honradamente pienso que se hizo mucho, si no avanzamos al ritmo que queríamos para transformar de raíz un sistema económico perverso, para modernizar un Estado burocrático e inmanejable, para quebrar de cuajo un funcionamiento cerrado de la economía, de espaldas al mundo y poco eficiente, eso queda como parte de una herencia que otro gobierno constitucional deberá complementar”.
Menem concurrió diez veces seguidas a inaugurar sesiones ordinarias. Su sucesor, De la Rúa, sólo dos. Después, en la agitada transición, Rodríguez Saá ninguna, y Duhalde , ante una asamblea legislativa presidida por Juan Carlos Maqueda, hoy miembro de la Corte Suprema perseguida por el oficialismo parlamentario, otras dos veces.
Esta es la parte virtuosa del evento de hoy: aunque la democracia celebra en diciembre 40 años, Alberto Fernández es apenas el cuarto presidente consecutivo que cumple el mandato constitucional (medido en términos de discursos ante el Congreso) desde 1983. Hasta hoy no se pudo conseguir que la serie de presidentes que se suceden de manera puntual, ordenada, sin finales traumáticos, sea mayor de cuatro.
Es cierto, hubo cinco mandatos seguidos porque uno de los cuatro últimos presidentes (Cristina Kirchner) gobernó dos períodos, pero es interesante recordar que la serie anterior es del siglo XIX: Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca. En 1890 Juárez Celman arruinó la regularidad.
La parte defectuosa del evento, sin embargo, es la degradación de la palabra presidencial. En 2020 Fernández informó escandalizado al Congreso: “hemos encontrado una inflación récord de 53,8 por ciento”. Prometió “detener la caída de los argentinos en la pobreza” y anunció, como repetiría en los años siguientes, una reforma judicial que nunca se consumó. El anuncio más aplaudido en ese momento y que sí se cumplió fue la legalización del aborto.
En 2021 insistió fuerte con la herencia que había recibido. Calificó a la presidencia de Macri como “la mayor administración fraudulenta y malversación de caudales públicos de la historia” y anunció que le iba a iniciar una querella criminal a los miembros del anterior gobierno. La denuncia efectivamente está en manos de la jueza María Eugenia Capuchetti, pero dormida debido a su falta de consistencia, por un lado, y a que el propio gobierno no querría moverla, porque afectaría las delicadas relaciones con los funcionarios del FMI.
Plena pandemia, en una asamblea limitada, sin invitados y con normas sanitarias, Fernández se quejó en aquel discurso de los “banderazos” contra un gobierno “que sólo quería cuidar la salud del pueblo”. En aparente alusión a la fiesta de Olivos y al vacunatorio vip dijo que “si se cometen errores, la voluntad de este presidente es reconocerlos y corregirlos”. Sin embargo, el 28 de noviembre de 2022 el exministro Ginés González García, tras ser homenajeado en la Casa Rosada por su sucesora Carla Vizzotti, dijo que “nunca hubo un vacunatorio vip”. Y en la misma línea hace un mes el presidente Fernández negó en Chaco que hubiera habido privilegios en la administración de las vacunas. “Se distribuyeron equitativamente en cada rincón de la Argentina”.
En 2022, al hablar del acuerdo alcanzado con el FMI, el Presidente prometió que no habría ninguna reforma laboral ni previsional y dijo que iba a segmentar los subsidios para lograr niveles de tarifas “razonables”. Cuando habló sobre la deuda externa el bloque del Pro se levantó y se retiró del recinto.
El sitio Parlamentario.com realizó un inventario de las decenas de proyectos que Alberto Fernández anunció en sus tres primeros discursos ante el Congreso, la mayoría de los cuales no fue aprobada. En parte ello se debió a cierta paridad en las cámaras o a la inferioridad numérica del oficialismo. “En más de un caso –dice el sitio especializado- uno se queda preguntándose cuál es la razón de determinados anuncios cuando el proyecto ni siquiera termina presentándose”. Difícil pregunta.
Este verano no le fue mejor con las sesiones extraordinarias. Son formas de entender el liderazgo. Las formas deficitarias que quedan expuestas en el estrado de Diputados este 1° de marzo más crudas que nunca.