El Congo, una presa codiciada
PARIS.- EL Congo está siendo desmembrado por sus vecinos. Los detonadores de la desintegración son los pueblos tutsi étnicos de Ruanda y de Burundi en la zona fronteriza del este del Congol, y en la propia región del este congoleño, todos aquéllos con relaciones étnicas en Uganda. Están tratando de restituir el poder que los reinos tutsi, y otros pueblos nilóticos, anteriormente ejercieron sobre las regiones del centro y del este de Africa.
Las actuales fronteras interiores de Africa fueron delimitadas por las potencias coloniales europeas en 1885, durante la Conferencia de Berlín. Las discusiones se centraron en el Congo, a la sazón reclamado por una corporación privada controlada por el entonces rey de Bélgica, Leopoldo II, que había financiado la exploración de la cuenca del Congo por parte de Henry M. Stanley entre 1879 y 1884.
La Conferencia de Berlín aprobó los aspectos sustanciales de los reclamos de la corporación y rechazó los de Francia y Portugal. El Estado que surgió tenía -y tiene- poca cohesión política y ética, y carece de elites responsables. Es, al mismo tiempo, extremadamente rico en recursos minerales, lo cual lo convierte en una presa codiciada, especialmente para los más inescrupulosos integrantes de su pueblo y de pueblos vecinos.
Sobrevivió como Estado debido a que el Africa independiente, que temía el estallido de guerras para restablecer las viejas unidades étnicas y los reinos del continente africano precolonial, respetó las fronteras territoriales delimitadas en la Conferencia de Berlín, que en gran medida ignoró tanto las divisiones como las afinidades étnicas. Ese prudente compromiso ahora se está quebrando, y el Congo es la primera víctima importante del fracaso. El país es un botín demasiado rico como para no ser invadido, y es social y políticamente demasiado débil como para poder defenderse.
Desde la época de su independencia hasta fines de la Guerra Fría, el Congo fue, en efecto, un protectorado de los Estados Unidos. Posteriormente, Francia también se interesó, puesto que el Congo (en ese momento, el Zaire), junto con Burundi y Ruanda -también ex colonias belgas- parecían candidatos naturales para su bloque neocolonial de Estados francohablantes.
El genocidio en Ruanda y el gobierno socialista en Francia entibiaron el fervor francés de intervenir en Africa. Hoy el patente interés norteamericano está centrado mayormente en su política interna. Las compañías multinacionales mineras y petroleras siguen activas, incluso hiperactivas, pero funcionan en condiciones anárquicas, acaparando aliadas locales.
Desde 1960 en adelante, el Congo (Zaire) estuvo dominado por el corrupto Mobutu Sésé Séko, que fue depuesto en 1997 por una invasión conjunta y una agitación interna promovida por fuerzas ruandesas. Su sucesor, Laurent Kabila, que pareció estar dispuesto a regir el país al estilo del Mariscal Mobutu y que rompió relaciones con sus patrocinadores ruandeses, se halla ahora amenazado por una segunda rebelión organizada por ruandeses y ugandeses.
Kabila sigue vivo gracias a la intervención y apoyo de otros países vecinos con intereses políticos o mercenarios en partes del territorio congoleño, o que reciben fondos del gobierno de Kabila a partir de los recursos minerales del Congo. Angola y Zimbabwe son sus principales aliados. Las autoridades angoleñas han estado librando desde hace años su propia guerra civil contra los rebeldes del movimiento Unita con bases en zonas congoleñas, y les complació extender esa guerra para beneficio mutuo.
Kabila recibe tropas y apoyo aéreo desde Zimbabwe (ex Rhodesia), cuyos máximos funcionarios de gobierno, según ciertas versiones, tienen intereses comerciales privados que defender (con un tremendo costo social para su país) en el Congo de Kabila. También trabó una alianza con milicias hutu y soldados desertores ruandeses, implicados en el ataque genocida de 1994 contra los tutsi de Ruanda, el acto criminal que desencadenó la actual serie de enfrentamientos armados.
Contra Kabila se formó una alianza de pueblos nilóticos, que incluye a tribus del propio Congo (los llamados banyamulenges, o tutsi congoleños) y a tutsi de Ruanda, la cual recibe apoyo de Burundi, Uganda y de algunos otros grupos implicados en el conflicto por motivos políticos, geográficos u oportunistas.
Cuando estuvo en Africa en marzo último, el presidente Bill Clinton le expresó al presidente de facto ruandés, Paul Kagame: "Los Estados Unidos lo acompañan... en el esfuerzo que realiza para crear una sola nación..." Y agregó: "...En la cual los ciudadanos puedan vivir en libertad y con total seguridad". Pero sólo la primera parte del elogio fue lo que contó.
De manera que lo que quizá comenzó como un respaldo burocrático -con la intención de persuadir a Kagame para que extendiera la libertad y la seguridad en su país- fue en gran medida interpretado como un apoyo al irredentismo tutsi. Y eso fue tanto más verosímil puesto que Kagame recibió cierto adiestramiento militar en los Estados Unidos, mientras que su patrocinador ugandés, el presidente Yoweri Museveni, se convirtió en el líder africano favorito de Washington (por estar orientado al mercado).
Desde Sudáfrica, Nelson Mandela trató de evitar esta tragedia, pero fracasó. Desde las Naciones Unidas, Kofi Annan hizo lo propio, pero sin resultados favorables hasta ahora. El gobierno de Clinton ya no está con Kofi Annan, pero debe asumir una significativa responsabilidad en la cuestión, debido al apoyo que Washington dio públicamente a Kagame y a Museveni.
Si las Naciones Unidas también fracasan, con o sin él, el Congo estará inexorablemente condenado a un desmembramiento tanto por parte de aliados como de enemigos. Posiblemente sea ése el mejor destino para los pueblos del Congo y de Ruanda, aquellos que sobrevivieron a las mutuas masacres étnicas. Pero la desintegración política del Africa moderna, que ya es notoria, se confirmará.
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