El choque inevitable entre gobiernos y bancos centrales
Asistimos hoy en las economías más avanzadas a una tendencia recesiva con repercusiones globales. Las miradas sobre qué hacer para resolver o atemperar lo inevitable tiene, por un lado, el puño firme de los bancos centrales para bajar la inflación, cueste lo que cueste. Por otro lado, la carrera contra el reloj de los gobiernos para evitar una nueva recesión.
Tal conflicto era quizás inevitable, porque sus mandatos son profundamente distintos. Los bancos centrales, que deben actuar con independencia del poder político, tienen misión única: controlar los precios. Asimismo, responden en primera instancia ante los mercados financieros, donde cualquier abuso de confianza puede resultar en una peligrosa depreciación de la moneda y de la propia credibilidad del país.
Los gobiernos, a su vez, trabajan en una ecuación con múltiples variables. Por supuesto que valoran el nivel de precios y su impacto negativo sobre los salarios reales y el empleo. Pero están (o deberían estar) obligados a buscar en todo momento el equilibrio posible entre la solidez financiera y la paz social. De lo contrario, corren el riesgo de no seguir gobernando. La Argentina es la excepción, el gobierno decide las políticas y el Banco Central se somete a sus dictados. El resultado está a la vista: una inflación de casi 3 dígitos que corroe los salarios, los precios van en una alocada remarcación, los impuestos cada vez más imposibilitan el funcionamiento adecuado y competitivo del sector productivo.
Ahora bien, en medio de una pandemia y con una guerra incierta en Europa, los electorados esperan hoy que los poderes públicos minimicen los efectos de la inflación, gastando más dinero o cobrando menos impuestos. Paralelamente y al mismo tiempo, los inversores internacionales esperan que el Banco Central Europeo o la Reserva Federal suban los tipos de interés para responder a la inflación galopante, independientemente de que esta subida de precios sea o no temporal.
Hemos llegado así a un posible círculo vicioso: cuanto más gasten los gobiernos más ricos, más agresiva será la intervención de los bancos centrales para frenar el consumo y controlar la inflación, incluso si esto implica inducir una recesión.
Es curioso registrar un cierto intercambio de roles respecto a lo ocurrido en la crisis financiera de 2008. En ese momento fueron los gobiernos a hacer de policías malos con políticas de austeridad agresivas y los bancos centrales a ponerse el uniforme del policía bueno, practicando tipos de interés cero para evitar mayores daños a la economía.
Esta vez, sin embargo, es probable que la política monetaria prevalezca sobre la política fiscal. Es precisamente lo que ocurrió en el Reino Unido cuando, bajo la presión de los mercados y del banco central inglés, la ahora exprimera ministra británica Liz Truss revocó los recortes de impuestos por los que había hecho campaña y renunció a su cargo.
Tengamos aún menos dudas sobre los impactos negativos de esta coyuntura en la economía mundial en general y en la Argentina en particular. Si las economías más ricas entran en recesión, habrá menos demanda de los productos que necesitamos exportar. Asimismo, un puerto seguro como el dólar, que en el último año se ha apreciado casi un 70% frente al peso, quedará aún más fuerte. Es decir, para nosotros no hay literalmente ninguna noticia positiva en este enfrentamiento entre los policías buenos y los policías malos de la alta finanza internacional. Solo vemos al gobierno tratando de mantener su clientela y llegar a las próximas elecciones con alguna posibilidad de conservar el poder, aunque ya no tengamos moneda y haya perdido absolutamente la confianza internacional.
Secretario General PDP y exembajador en Portugal