El Centro Cultural Recoleta
Tuve el honor de ser el primer secretario de Cultura de la ciudad de Buenos Aires luego de la dictadura del Proceso por designación del brillante intendente porteño doctor Julio César Saguier, siendo entonces presidente el doctor Raúl Alfonsín. Se trataba de generar políticas culturales que diferenciaran democracia y tiranía. Se puso en marcha el Programa Cultural en Barrios para que la cultura no fuera exclusividad de los sectores pudientes; se abrió el Colón a públicos más amplios; se organizaron espectáculos gratuitos al aire libre, entonces una novedad, para que la gente recuperase las calles y los parques; se puso en marcha “La música va a la escuela”, para difundir nuestro folklore; se organizó la Feria de Mataderos, etc.
Lo que es hoy el Centro Cultural Recoleta, que entonces se denominaba “Manuel Belgrano”, un magnífico edificio reciclado por Testa, Benedit y Bedel, sin destino definido, languidecía a pesar de los afanes de Guillermo Whitelow. Con Saguier decidimos que merecía ser un símbolo de los tiempos nuevos que soplaban en la Argentina. Para eso era necesario dar con la persona adecuada para dirigirlo. Debía ser alguien innovador, creativo, al tanto de las corrientes artísticas que campeaban en el mundo y que eso no lo alejara de la raíces nacionales.
Durante mi exilio en tiempos del Proceso supe que en los “Teatros de San Telmo” se presentaban espectáculos vanguardistas de mucha calidad que hicieron de esas salas un espacio de resistencia desde lo artístico. Averiguamos que su dueño y director artístico era el arquitecto Osvaldo Giesso, a quien no conocíamos personalmente. Lo cité y me encontré con alguien de mirada franca y voz calma, de buena presencia, vestido con elegancia, pero sin ostentación. Me causó una excelente impresión también porque demostró una entusiasta disposición a colaborar. No fue difícil ponernos de acuerdo.
Nunca olvidaré esa primera caminata por ese bello espacio vacío que había sido un asilo de ancianos, transformado en una joya arquitectónica que esperaba el soplo que le diera vida. Con Osvaldo acordamos que debía ser un espacio de vanguardia y experimentación en todos los rubros del arte y la cultura: la música, las artes plásticas, el teatro, la literatura, las creaciones audiovisuales, también perspectivas innovadoras entonces como el diseño, la moda y otras.
Corrió la especie entonces de que mi instrucción habría sido hacer del Recoleta “el Pompidou argentino”. No fue así. La idea desde un principio fue hacer algo original, que reflejara el talento y la creatividad autóctonos, que no necesitara emular lo ajeno, sin despreciar las influencias enriquecedoras.
Otro plausible mérito de Osvaldo fue su honesto y eficiente manejo administrativo, que calificaría de milagroso, pues llevó adelante su gestión en paupérrimas condiciones económicas, pues la dictadura había dejado las arcas municipales en rojo y alguna absurda ley prohibía los aportes privados. La gestión de Giesso al frente del Centro Cultural Recoleta fue admirable y dejó una impronta indeleble que marcó a sus sucesores, algunos dignos y otros no tanto.
Una anécdota que lo pinta: en una de las exposiciones que Giesso organizaba al aire libre, algo novedoso entonces, una artista había envuelto con una red uno de los árboles que crecen en el parque enfrente del Centro Cultural. Una noche alguien prendió fuego la red. La artista me comunicó su indignado reclamo, que transmití al “responsable”, quien con brillo en los ojos me respondió: “Felicitala de mi parte, ¡logró lo que muchos artistas buscan en vano, que el público participe en su obra!”.ß