El cementerio más famoso de París se transformó de manera radical
Père-Lachaise, un clásico del circuito turístico donde descansan estrellas como Jim Morrison, Oscar Wilde y Édith Piaf, entre otros, cambió su imagen: de un lugar austero y pedregoso, ahora luce reverdecido y colmado de aves
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PARÍS.- Benoît Gallot se abre paso por el terreno rugoso. Las hojas secas crujen bajo sus pies, pero se detiene entre las matas de laurel y de sauco para descorrer el follaje y revelar una columnata de piedra en ruinas. Desde los árboles cercanos se oye el chillido de las cotorras.
El lugar parece uno de los frondosos bosques de Francia, pero se trata del interior de uno de los camposantos más visitados del mundo, el cementerio de Père-Lachaise, un lugar recóndito entre las bulliciosas avenidas del este de París.
El cementerio es famoso como lugar de descanso final de célebres artistas como Jim Morrison, Oscar Wilde o Édith Piaf, pero en los últimos años también se ha convertido en un santuario de la flora y fauna de la Ciudad Luz. Y entre los muchos animales que lo consideran su hogar hay búhos y zorros.
“La naturaleza se está ocupando de recuperar sus derechos”, dice Gallot, curador del cementerio y supervisor del mantenimiento y otorgamiento de las parcelas, mientras sigue su recorrido entre tumbas tragadas por enredaderas y malezas.
El reverdecimiento de la necrópolis es resultado de la decisión de hace más de una década para dejar de usar pesticidas y convertir el cementerio en uno de los pulmones verdes de París, mientras la capital francesa rediseña su espacio urbano para hacerlo más amigable con el clima frente al aumento global de las temperaturas.
Al alentar la proliferación de la vida en un lugar dedicado a honrar a los muertos, los esfuerzos que realizan en Père-Lachaise también desataron una pequeña revolución de las costumbres en los cementerios de Francia, donde la presencia de vida no humana siempre ha sido poco respetuosa con los fallecidos.
“Dimos un giro de 180 grados”, dice Gallot. “Père-Lachaise es la evidencia de que la vida y la muerte pueden coexistir.”
Actualmente, en Père-Lachaise hay enterradas alrededor de 1,3 millones de personas, la mitad de la actual población de París, entre ellos Marcel Proust, Chopin y Sarah Bernhardt.
El reverdecimiento de la necrópolis es resultado de la decisión de hace más de una década para dejar de usar pesticidas y convertir el cementerio en uno de los pulmones verdes de París, mientras la capital francesa rediseña su espacio urbano para hacerlo más amigable con el clima frente al aumento global de las temperaturas.
Inaugurado en 1804, este cementerio de 44 hectáreas y bautizado en honor al sacerdote François de La Chaise d’Aix, confesor del rey Luis XVI, está encaramado en una colina que desciende hacia el centro de París. En ese entorno parquizado, las primeras lápidas compartían el espacio con árboles y plantas.
Pero a medida que fue creciendo la reputación del lugar, la vegetación empezó a ceder espacio. Primero fue la llegada de los presuntos restos del dramaturgo Molière y del poeta Jean de La Fontaine, que fueron transferidos a Père-Lachaise en 1817 e impulsaron a muchos parisinos a reclamar su lugar de descanso definitivo entre esos ilustres residentes. Así, el escarpado terreno del cementerio empezó a poblarse de capillas y bóvedas esculpidas, espantando a la vida silvestre.
Después, en la segunda mitad del siglo pasado, la naturaleza siguió retrocediendo como resultado de los intensos trabajos de desmalezamiento. A diferencia de Europa Central y del Norte –como en Gran Bretaña y Austria, donde las tumbas están esparcidas en amplios espacios verdes–, Francia y otros países latinos siempre han preferido cementerios más austeros y pedregosos, según comenta Bertrand Beyern, historiador y guía de cementerios de París.
Por respeto a los muertos, en Père-Lachaise no debía quedar la menor señal de vida.
“Hasta los tréboles debían ser eliminados”, dice Jean-Claude Lévêque, jardinero del cementerio desde 1983, y recuerda que varias veces al año, él y sus colegas echaban litros y litros de pesticida sobre las parcelas. “Era el estilo cancha de golf.”
Basta de pesticidas
Ese enfoque empezó a cambiar en 2011, cuando el municipio alentó a los cementerios de París a abandonar el uso de pesticidas, por cuestiones medioambientales. Gallot, que por entonces trabajaba en otro cementerio de las afueras de la ciudad, dice que al principio se opuso fuertemente a la iniciativa.
Pero cuando vio florecer las plantas y los pájaros volvieron a hacer sus nidos, Gallot se convenció.
En 2015 se prohibió por completo el uso de herbicidas, y como resultado, dice Xavier Japiot, un naturalista que trabaja para el municipio de París, “volvió a desarrollarse un rico ecosistema”.
Entre las imponentes bóvedas florecen las violetas de los Alpes en toda su variedad de colores, y un coro de pájaros –petirrojos, papamoscas–, se ha instalado en las copas de los árboles.
De hecho, muchos visitantes descubren que el cambio no solo es agradable, sino reconfortante.
“Esta diversidad natural te corre la atención del tema de la muerte”, dice Philippe Lataste, un jubilado de 73 años, mientras recorre los adoquinados corredores de Père-Lachaise. “Es menos angustiante.”
El estallido de vida silvestre más espectacular se dio durante un tiempo marcado por la muerte: la pandemia de coronavirus. En abril de 2020, en una París fantasmal por la cuarentena, Gallot se cruzó con una pareja de zorros con sus cuatro cachorros, una presencia sumamente rara dentro de los límites de la ciudad.
Y el reverdecer del cementerio también atrajo a una nueva categoría de visitantes, cuyo número en un año cualquiera supera los 3 millones. Ahora, además de la horda de turistas globales que llegan para visitar las tumbas de los famosos, con las narices enterradas en el mapa de “tumbas célebres” del cementerio, también hay vecinos y paseantes locales, seducidos por la promesa de un contacto con la naturaleza.
“En ese momento tan oscuro, fue realmente hermoso cruzarme con esos cachorros”, dice Gallot al recordar ese periodo de “entierros en hilera”.
Y el reverdecer del cementerio también atrajo a una nueva categoría de visitantes, cuyo número en un año cualquiera supera los 3 millones. Ahora, además de la horda de turistas globales que llegan para visitar las tumbas de los famosos, con las narices enterradas en el mapa de “tumbas célebres” del cementerio, también hay vecinos y paseantes locales, seducidos por la promesa de un contacto con la naturaleza.
Hace un par de domingos, unos 20 amantes de la naturaleza participaron de un tour de avistamiento de aves en el cementerio, sin hacer caso al frío que les enrojecía las narices en medio del crudo invierno europeo. Con sus binoculares en mano, siguieron atentamente las explicaciones de Philippe Rance y Patrick Suiro, dos ornitólogos amateurs que han convertido Père-Lachaise en su salida favorita.
Entre zorzales y orquídeas
El grupo se quedaba inmóvil ante el mínimo piar de un zorzal o de un pinzón. La especie más famosa del lugar es la cotorra de Kramer, o periquito de anillos rosados, cuyo verde plumaje y agudos chillidos son difíciles de ignorar. Cuenta la leyenda que sus antepasados, nativos de África y la India, escaparon de un contenedor de un aeropuerto de París en la década de 1970, y desde entonces las bandadas de cotorras se fueron extendiendo por la ciudad.
Suiro dice que en las últimas dos décadas ha identificado más de 100 especies de aves. Y no oculta su satisfacción por la disminución de la inmensa población de gatos que había en el cementerio, por la costumbre de la gente de dejarles alimento balanceado frente a las puertas de las bóvedas. Gracias a las campañas de esterilización, los gatos retrocedieron y dejaron lugar para la proliferación de petirrojos.
Suiro es un apasionado de la naturaleza y también ha documentado decenas de orquídeas, a las que le gusta llamar por sus nombres en latín. “Epipactis helleborine”, dice con entusiasmo al señalar un frágil tallo que brota entre dos lápidas.
Beyern, el historiador y guía de cementerios, dice que el reverdecimiento de Père-Lachaise refleja el cambio más amplio de la sociedad hacia el ambientalismo.
En París, ciudad de pocos árboles, la fronda del cementerio ayuda a mitigar el impacto de veranos cada vez más abrasadores. Los cementerios “eco-amigables” han surgido en toda Francia, donde se alienta el uso de ataúdes biodegradables y lápidas de madera.
Pero la nueva impronta verde de Père-Lachaise también tuvo consecuencias inesperadas.
Los empleados del cementerio ya estaban acostumbrados a tener que lidiar con los fans alcoholizados de Morrison que se concentraban frente a su tumba, pero ahora también tienen que desalojar a los runners y a la gente que se instala con un mantel de picnic, comenta el curador Gallot.
“¡Su cementerio parece Paris-Plages!”, se quejó recientemente ante Gallot un histórico visitante del cementerio, en referencia a las playas artificiales instaladas durante el verano en las riberas del Sena.
Al curador, por el contrario, le gusta la idea de un cementerio activo, lleno de gente y de vida.
En un libro de reciente publicación sobre la “vida secreta” de Père-Lachaise, Gallot describe la tumba donde a él mismo le gustaría descansar: en un pequeño jardín, cerca de un arbusto donde puedan anidar los petirrojos, con un banco cerca para los paseantes, con un macetero que sirva de bebedero para los zorros y como piscina para las aves.
“En pocas palabras, me gustaría que mi tumba sea un lugar con vida”, escribió Gallot.