El caso Santiago Maldonado y su manipulación política
El Estado debe hacer todo lo necesario para encontrar al joven artesano y la oposición, abstenerse de buscar ganancias políticas de su desaparición
Pocos días después de la desaparición de Jorge Julio López, visto por última vez en La Plata el 18 de septiembre de 2006, señalamos desde esta columna editorial que, en momentos en que se agitaban en las calles imputaciones contra los gobiernos nacional y provincial de entonces, un deber de equidad, justicia y prudencia nos imponía decir que con la vida de un hombre no se podía jugar para obtener ganancias improcedentes a costa de quienes conducían los destinos del país. Lo mismo debemos sostener hoy, ante la dolorosa y no esclarecida desaparición del joven artesano de Esquel Santiago Maldonado, ocurrida hace un mes.
Banalizar este caso, como inexplicablemente se lo está haciendo con inusitada y lamentable frecuencia en redes sociales y medios de comunicación, o pretender usarlo políticamente, como desde ciertos sectores políticos de la oposición, sólo daría cuenta de lo poco que se ha aprendido de las duras lecciones de nuestro pasado trágico.
Corresponde bregar, desde ya, para que los organismos competentes, en todas las instancias, lleven a cabo los máximos esfuerzos para ubicar el paradero de Maldonado.
Entretanto, resulta absolutamente condenable que su desaparición se haya convertido en un instrumento político-electoral orientado a minar la legitimidad del gobierno nacional, atentando contra la sinceridad del propio reclamo.
Las miserias de la política y el autoritarismo intolerante que anida en algunos dirigentes que actúan bajo la bandera de los derechos humanos han quedado tristemente de manifiesto en las últimas horas. El caso de la titular de la agrupación Madres de Plaza de Mayo es, una vez más, emblemático. Al cuestionar a quienes comparan a Maldonado con Jorge Julio López, Hebe de Bonafini afirmó: "Son diferentes personas: Maldonado era un militante y López era un guardiacárcel. ¿No sabían? López trabajaba de guardiacárcel. Igualmente no tiene que estar desaparecido, pero no es lo mismo que un militante comprometido como este pibe".
No quedan dudas de que el kirchnerismo pretende encontrar en el caso de Maldonado un salvavidas para enfrentar la marea electoral en que está envuelto. La hipótesis de la "desaparición forzada" a la que, sin ninguna prueba concreta, se aferran algunos sectores hace juego con el grito de guerra de algunos seguidores de Cristina Kirchner: "Macri, basura, vos sos la dictadura".
Un resentimiento ideológico se combina con la desesperación propia de quienes advierten que su líder política seguirá recorriendo los pasillos de los tribunales con la firme probabilidad de terminar presa por los múltiples delitos que se le imputan en su paso por la gestión pública.
Ninguno de esos militantes parecería recordar que, ni en tiempos de Néstor Kirchner ni de su esposa cuando lo sucedió en la presidencia de la Nación, el Estado se presentó siquiera como querellante para bregar por la búsqueda de Jorge Julio López, Igual desinterés exhibió el gobierno kirchnerista ante la desaparición del joven chileno Iván Torres Millacura, ocurrida en octubre de 2003 en Comodoro Rivadavia, luego de que fuera hostigado por efectivos policiales chubutenses. A tal extremo que la Cámara de Casación Penal debió obligar al Estado a iniciar la búsqueda oficial de esa persona, hasta hoy desaparecida. La misma desidia tuvieron los Kirchner cuando se produjeron las tragedias en el boliche Cromagnon y en la estación ferroviaria de Once: en ambos casos, uno y otra se refugiaron en Santa Cruz para no dar la cara ante los familiares de las víctimas.
El cinismo llega lejos cuando, desde el kirchnerismo, se compara al gobierno actual con la última dictadura militar. Como bien ha dicho Graciela Fernández Meijide, tal comparación sólo puede explicarse "por mala fe, por inocencia o por ignorancia".
Estamos, como se puede advertir, ante un capítulo más de una manipulación del pasado que alienta una visión maniquea y parcial, que sólo contribuye a seguir levantando muros, en lugar de tender, mediante la virtud de la prudencia, puentes hacia la memoria integral y la justicia.