El caso de Brasil: todavía esperando el desarrollo
La Argentina, Brasil y México son los tres países de América Latina que tienen mayor potencial para desarrollarse. Sin embargo, ninguno de ellos ha conseguido, hasta el momento, alcanzar este estatus privilegiado. Por diferentes razones, cada una de estas naciones continúa luchando contra deficiencias económicas y sociales que bloquean su camino hacia un nivel de prosperidad compatible con sus aspiraciones. Veamos el caso de Brasil.
Durante parte del siglo XX, principalmente entre las décadas de 1950 y 1990, prevaleció la convicción de que Brasil avanzaba hacia la categoría de desarrollado. Viendo la ampliación y diversificación del parque industrial como el camino correcto para alcanzar la categoría deseada, se implementaron políticas públicas para acelerar las inversiones en este sector.
De hecho, a través del proceso de sustitución de importaciones de manufacturas, el país se convirtió en un productor relevante de bienes de consumo, insumos básicos y bienes de capital. Paralelamente, construyó un sistema financiero sólido, impulsó el sector de servicios en general, avanzó en segmentos agrícolas y mejoró el nivel de vida de la población.
Ahora, después de setenta años, vale la pena preguntarse: ¿podemos considerar a Brasil victorioso en su avance hacia el desarrollo económico y social? ¿Es la calidad de vida de la mayoría de la población equivalente a la que disfrutan los Estados Unidos, Europa Occidental, Canadá y Australia? ¿El camino que siguió es similar al de otros países recientemente desarrollados, como Corea del Sur? Las respuestas obvias a estas preguntas son frustrantes.
Este artículo no pretende explicar las causas del desempeño brasileño, lo que requeriría escribir un libro, sino que se limita a reflexionar sobre las expectativas para el futuro. Además de las limitaciones coyunturales, como el déficit fiscal, la deuda pública, la inflación, las tasas de interés y las cuentas externas, las perspectivas de Brasil también dependen de la atención prestada a factores estructurales que nunca han sido priorizados.
Esta falta de atención no debe atribuirse solo a los sucesivos gobiernos, sino a la sociedad brasileña en su conjunto, que, históricamente, se ha abstenido de exigir el enfrentamiento de profundas limitaciones al desarrollo económico y social. Me refiero a temas como la baja calidad de la educación básica, el insuficiente ahorro interno, la débil investigación tecnológica, la desigualdad social, la modesta competitividad de gran parte del sistema productivo, la infraestructura obsoleta, la escasa formación profesional, etcétera.
Como consecuencia de la desatención mencionada, el país no logró integrarse a los flujos más ventajosos del mercado internacional como han conseguido, por ejemplo, China y Corea del Sur, ni tampoco ha construido un mercado consumidor interno con un tamaño capaz de fomentar altas tasas de crecimiento del PBI.
En definitiva, Brasil no ha aprovechado satisfactoriamente las oportunidades ofrecidas por los contextos global e interno de los últimos setenta años, lo que equivale a concluir que los esfuerzos pasados fueron insuficientes o mal concebidos.
En cuanto al futuro, solo nos queda esperar que sepa aprovechar las oportunidades que se presenten. Hasta que esto suceda, el país crecerá a un ritmo lento sin alcanzar el estatus de desarrollado, aunque pueden ocurrir cambios positivos en algunos segmentos de la economía.ß
Execonomista del BID y del Banco de Desarrollo de Brasil, es consultor económico en Washington