El campo de cróquet de la reina
Por Gregorio A. Caro Figueroa Para La Nación
EN estos días los argentinos podríamos repasar con buen provecho una de las historias que Lewis Carroll imagina en Alicia en el País de las Maravillas . Para resumir ese texto de Carroll me serviré de la síntesis aportada por Graciela Scheines en Juegos inocentes, juegos terribles , su reciente libro inspirado en el supuesto de que jugar es fundar un orden.
Una reina despótica ordena a sus súbditos iniciar el juego. Atemorizados y ansiosos por obedecer, los jugadores comienzan a correr en todas las direcciones, y chocan unos con otros al ocupar sus lugares. Alicia advierte que aquel campo de cróquet y todo lo que hay en él es extraño: terreno atravesado por zanjas, erizos vivos que hacen de pelota, flamencos usados como palos y soldados que doblan sus cuerpos para formar los arcos y cambiaban de lugar a cada rato.
Juego sin leyes
No era fácil jugar en esas condiciones. Para añadir confusión, todos jugaban al mismo tiempo, nadie esperaba su turno ni respetaba las reglas. En desafinado y crispado coro, todos discutían contra todos y disputaban por los erizos. Indignada por el espectáculo que ella misma había desatado, de vez en cuando, la reina ordenaba a los gritos: "¡Que le corten la cabeza!". Decapitar jugadores era parte de aquel espectáculo macabro.
"Me parece que no juegan limpio. Y discuten tan terriblemente que una no puede oírse a sí misma. Y no parecen tener reglas de juego: al menos, si las hay, nadie les hace caso", comenta Alicia.
Lo que el cuento de Carroll quiere decir es que no se puede realizar el juego si todos los que toman parte de él no observan y respetan un conjunto de reglas claras que lo hacen posible. El capricho de la reina mala suplantaba las reglas.
"La reina déspota ordena iniciar el partido y lo cancela cuando se le antoja. Ninguna ley limita sus poderes. Ni las reglas de juego, que brillan por su ausencia, y si existen, nadie les hace caso", anota Scheines.
Son el terror y no la ley, el miedo y no las reglas de juego, el capricho y no las normas, su interés privado y no el público, sus instrumentos de poder sobre los gobernados. Al no haber reglas, no hay juego. Tampoco hay libertad.
"No hay juego sin reglas y, aún más, sin respeto a ellas. El juego comienza cuando acatamos los límites y las posibilidades de la materia con la que se juega. Esos límites son las reglas del juego", afirma Scheines.
Observar la Constitución
"Las leyes del juego son completas y contienen todo lo necesario para permitir que se juegue correcta y lícitamente", explica la Unión Argentina de Rugby. Y en fútbol, hacer un gol con la mano, aunque se diga que es la de Dios, no está permitido. Una Constitución es a una sociedad lo que un reglamento deportivo a quienes compiten en un campo de juego. Sin respeto a la Constitución, una sociedad no puede organizarse para el juego, ni estar a salvo de la arbitrariedad de la reina mala.
Si hay un factor que influyó en nuestro atraso económico y político ha sido nuestra arraigada tendencia a la inobservancia y el desprecio de la ley. Somos propensos a no respetar reglas de tránsito, el orden de una cola o el pago de impuestos.
¿Puede Menem y el círculo que lo rodea pretender romper la baraja promoviendo una segunda reelección, taxativamente prohibida en el artículo 90 de la Constitución y en dos de sus disposiciones transitorias? Ese círculo y el escaso 25 por ciento que apoya la derogación de hecho de esas disposiciones constitucionales intentan reflotar la recurrente tendencia de nuestros grupos de poder a la anomia en general y a la ilegalidad en particular.
No seremos un país previsible, confiable y "legible" mientras no aprendamos a respetar la ley. Democracia no es acumular y retener a perpetuidad un poder resistente a sujetarse a reglas de juego, límites y controles. Menem debe respetar la Constitución con mucho más cuidado del que pone, seguramente, en observar los reglamentos que rigen sus sedantes partidas de golf.
Y debe desistir de su pretensión pues, de persistir en ella, corremos el riesgo de que convierta su campo de golf en el caótico campo de cróquet de aquella reina mala.