El camino de la furia
Un hombre buscaba una iglesia en la que sentirse a gusto. Entraba en una tras otra, pero en ninguna encontró lo que quería. Los sermones eran muy exigentes, las exigencias rituales también…hasta que llegó a una iglesia en la que tanto el sacerdote como los fieles rezaban esta oración: “hemos hecho cosas que no debíamos hacer y hemos dejado de hacer cosas que debíamos hacer”. El hombre respiró aliviado y se dijo: por fin encontré a los míos.
Hace rato que como sociedad no nos encontramos a gusto. Vivimos tiempos de furia. Desde hace ya mucho, Tiempos en los que no se reconoce nada de los errores propios y se señala constantemente las culpas ajenas. Por eso no nos sentimos a gusto en nuestra propia casa, en nuestro propio país. Todo es recriminar y culpar a “los otros”.
En el plano político esto encuentra su máxima expresión en una dirigencia que hace rato está desconectada de la realidad de las grandes mayorías y sólo responde a los intereses propios y de un minúsculo sector. Pero en otros ámbitos de nuestra vida social ocurre algo semejante. Se insulta al que nos empujó, se pregona que “a aquellos hay que matarlos a todos”, que estos son “unos tal por cual”… la dinámica de la furia.
En los medios esto se refleja claramente. No sólo en los audiovisuales, sino también en las redes sociales: el nuevo término “haters” (odiadores) es más que elocuente. La cultura de la cancelación y las polémicas en las que naufragan todos los debates en los que se señala a los culpables en el bando de frente y nunca se ensaya una autocrítica. No está permitido calmarse y analizar los argumentos del otro. Habitamos una cultura del odio y de la furia, que supimos construir y alimentamos cada día. Y así no hay camino de salida. La violencia engendra más violencia, ya lo sabemos. O lo que es peor, acostumbramiento y apatía…que en algún momento estalla.
Este camino de la furia es sencillo; se puede seguir por él con tal de que se sacrifique toda racionalidad. Lo trabajoso, por el contrario, es construir. Cuesta escuchar y más aún es laborioso reconocer que hay cosas que cambiar desde el propio discurso…y que hemos cometido errores, no solo “ellos” han cometido errores. Hemos. La autocrítica es el primer paso para comenzar a construir algo sólido.
La falacia de que somos una sociedad buena, honrada, pero tenemos una dirigencia execrable es una coartada y una falacia enorme. Las dirigencias salen de esta sociedad, que lo tolera todo, lo critica todo…y deja seguir todo. Criticar debería ser sinónimo de comprometerse desde el propio lugar para que las cosas cambien.
El panorama puede parecer desalentador, pero el desaliento es un lujo que como sociedad no podemos darnos; porque cuando ese sentimiento nos posee sólo caben la violencia o el vivir anestesiados. Ninguno de los dos caminos ayuda. Es necesaria una voluntad empecinada en el conflicto, pero con voluntad sola no alcanza: hace falta también lucidez para ser capaces –en palabras de Italo Calvino- de “distinguir en medio del infierno, quién y qué no es infierno y hacerle espacio y hacer que dure”.
Todos hemos empujado un poco en la cuesta abajo de la furia; es hora de replanteos, de asumir las responsabilidades propias e institucionales y empujar en la cuesta arriba. Hay que pagar el precio. Es momento de recalcular para abandonar el camino de la furia, dejar de inocularnos odio y dejar de tirar piedras. “Hay un tiempo para tirar piedras y un tiempo para recogerlas”, dice el libro del Eclesiastés. Tal vez con esas piedras podamos comenzar a construir un país mejor, en el que todos nos sintamos más a gusto.
Superior Provincial Jesuitas Argentina y Uruguay