El cambio necesita superar la paradoja del bloqueo
Para establecer una nueva agenda, las fuerzas transformadoras deberán ser ratificadas por el voto popular en sucesivos turnos electorales; así se consolidará la república y habrá desarrollo inclusivo
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Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, conocido como marqués de Condorcet (1743-1794), fue un francés con una mente enciclopédica que algunos destacan como filósofo, matemático, científico y político. Los economistas lo rescatan en la galería de los clásicos. Es considerado un pionero en el uso de las matemáticas en la disciplina económica. En los veinte años finales de su vida tuvo una labor intelectual prolífera. Schumpeter lo reconoce como un matemático de nota que aplicó el cálculo de probabilidades a cuestiones legales y políticas, además de propagar la tesis de los derechos naturales, la soberanía popular, y promover la igualdad de derechos de las mujeres.
En política, participó de la revolución de 1789, pero terminó siendo crítico de la Constitución francesa de 1793, y, como consecuencia, fue tildado de traidor por los revolucionarios. Maximiliano Robespierre buscó descalificarlo diciendo que “era un gran matemático para los hombres de letras, y un distinguido hombre de letras para los matemáticos”. Perseguido por los jacobinos, fue detenido y hallado muerto en su celda dos días después, víctima de un edema pulmonar, que algunos asocian a un envenenamiento. Sus reflexiones sobre el voto en democracia y el planteo de lo que se conoce como “la paradoja de Condorcet” han revivido su fama presente.
Según el francés, el sistema de votación de las democracias genera una inestabilidad que le es inherente. Se pregunta: ¿cómo las preferencias individuales de los electores al votar se pueden traducir en decisiones políticas que se impongan al conjunto? La respuesta a flor de labio es: con el voto mayoritario. Pero Condorcet muestra que, bajo ciertas hipótesis posibles de asumir, se puede arribar a un impasse donde es imposible llevar adelante la voluntad expresada en el voto, lo que traba el sistema. Callum Willians, en el libro The Classical School, busca ilustrar la paradoja con un ejemplo accesible a todos, asumiendo que las preferencias del votante son racionales en sentido estricto (en la jerga de Condorcet “carácter transitivo”). Si un comensal prefiere una pizza a un burrito mexicano, y un burrito mexicano al sushi, entonces también prefiere una pizza al sushi. Condorcet procede a demostrar que aun cuando todas las preferencias de los votantes sean racionales (transitivas), en el agregado grupal las preferencias del conjunto pueden tornarse “intransitivas” y paralizar acuerdos para instrumentar lo votado.
C. Williams sigue ejemplificando: tres amigos tienen que decidir si van a almorzar a un restaurante italiano, mexicano o japonés. Recordemos, el orden de preferencias de la primera persona es pizza, burrito, sushi. El de la segunda, burrito, sushi, pizza, y el de la tercera: sushi, burrito, pizza. En esta circunstancia es imposible para los amigos decidir racionalmente adónde ir a almorzar. Elegir una pizza no es una decisión mayoritaria, porque las otras dos personas prefieren otra comida. Lo mismo con el burrito o con el sushi. El ciclo se puede repetir una y otra vez, circularmente, y no habrá elección posible.
La paradoja de Condorcet saltó al estrellato cuando el economista Kenneth Arrow, alrededor de los años 50 del siglo pasado, tomando el razonamiento del francés, desarrolló el “teorema de la imposibilidad”, donde intenta probar que bajo ciertas hipótesis se torna muy difícil traducir el agregado de preferencias individuales en la formación de decisiones colectivas. La paradoja de Condorcet fue reivindicada en el terreno político cuando, con motivo del Brexit, donde los británicos decidieron mayoritariamente separarse de la Unión Europea, siguió un debate que se redujo a tres opciones sobre las condiciones de salida: los que propiciaban un “Brexit duro”, los que militaban por un “Brexit blando” y los que insistían en permanecer en el bloque (Remain). Ninguna de las tres opciones podía imponerse sobre las otras dos coaligadas. Para una salida negociada, que no trajera mayores consecuencias, finalmente los “duros” tuvieron que tender puentes y acordar con los “blandos” tras las elecciones de 2019, que dieron mayoría absoluta a los conservadores. La paradoja de Condorcet puede ser sintetizada en una sentencia: una sociedad que vota puede quedar enfrentada a tres opciones, ninguna de las cuales reúne más apoyo que las otras dos combinadas.
La expresidenta planteó la elección presidencial de 2023 como “una elección de tres tercios”. Y los números, tanto en las PASO como en la primera vuelta, le dieron la razón. En la segunda vuelta, los votos de La Libertad Avanza, que demandaban un cambio drástico, se sumaron a los votos de Juntos por el Cambio, que propiciaban un cambio posible. Javier Milei fue elegido presidente por el 56% de los votos. Pero una vez en el gobierno, frente a las reformas que planteó el Poder Ejecutivo (DNU y ley ómnibus) y a las urgencias de la coyuntura para frenar el proceso inflacionario, empezó a insinuarse, con caja de resonancia en el Congreso, la paradoja de Condorcet (dicho sea de paso, el francés es muy ponderado en los círculos liberales). El cambio drástico, a veces irreverente de las formas republicanas, amalgamó el voto duro del Presidente; el cambio posible aglutinó a una parte del voto de JxC y de terceras fuerzas minoritarias. Finalmente, los refractarios al cambio, con intereses en el statu quo, agruparon el espacio de resistencia al cambio (kirchnerismo e izquierda).
El fracaso inicial en la aprobación en particular de la ley ómnibus y la media sanción en el Senado para dejar sin efecto el DNU presidencial preanunciaban un escenario de impasse, de tres tercios, donde ninguna de las alternativas podía imponerse a las otras dos coaligadas. Hasta las manifestaciones del Presidente expresaban ese ánimo. Prometía seguir adelante, contra viento y marea. En el discurso de marzo en el Congreso, el Presidente empezó a tender un puente para lidiar con la paradoja, condicionando la firma de un Pacto de Mayo con los gobernadores, a la sanción de los nuevos proyectos de leyes que se enviarían al Congreso. Insistió, sin embargo, en su escepticismo con los resultados. No hay duda de que el otrora oficialismo, ahora oposición, apuesta al rechazo o a la parálisis legislativa para privar al Gobierno de las reformas necesarias para consolidar la estabilización y rectificar el rumbo económico. Con tres tercios y circularidad entre cambio drástico, cambio posible, y no cambio (además, con puentes de diálogo dinamitados) se corre el riesgo serio de inviabilizar el proceso de transformación que demanda un voto mayoritario de la sociedad. Y, por defecto, el populismo siempre preserva sus fueros.
Con la media sanción que dio diputados al paquete impositivo y a la Ley Bases, y con la posible aprobación de estos instrumentos en el Senado, el cambio drástico comienza a cimentar puentes políticos con el cambio posible. La resistencia al cambio –gatopardismo incluido– empieza a expresar el voto minoritario con el que perdió el poder. La estabilización sigue siendo clave y vendrán nuevas reformas para consolidar el cambio. ¿Coincidencias básicas o consensos para el cambio? Las “coincidencias básicas” presuponen un acuerdo con un foco más coyuntural, de corto plazo. Los “consensos” remiten a políticas de largo plazo, a políticas de Estado en la alternancia republicana del poder. Para establecer una nueva agenda las fuerzas del cambio deberán ser ratificadas por el voto popular en sucesivos turnos electorales. Así habrá consolidación de la república y desarrollo inclusivo. Y el cambio será un punto de inflexión en la Argentina decadente.
Doctor en Economía y en Derecho