El Gobierno no avanza, los modos populistas sí
“El populismo extremo mata la política, vacía de sentido la política. La política en realidad es una forma plural para representar intereses y creencias que son todos legítimos, e implica que los conflictos entre esta creencia no es que triunfa el blanco contra el negro, el negro contra el blanco. Implica un proceso de aprendizaje, compromisos y mediaciones”, decía en una entrevista el año pasado el historiador Loris Zanatta, claro conocedor y analista de este tipo de expresiones y comportamientos políticos. Podríamos utilizar esa mirada de Zanatta para graficar lo que pasó esta semana en el Congreso.
En la Argentina conocemos al populismo y lo debatimos durante décadas, gracias a esa impronta ideológica que imponía el kirchnerismo, basada, entre otras cosas, en que “quien no está de acuerdo conmigo es enemigo, porque el pueblo soy yo y hablo en nombre suyo”. Así nos acostumbramos a escuchar como desde el poder se calificaba de “cipayo”; “antipueblo” o “antipatria” a quien pensaba distinto.
El fracaso de la ley ómnibus expuso la impericia e ineptitud del oficialismo libertario para negociar una hoja de ruta con los sectores dialoguistas, al punto que generaron dudas sobre si realmente les interesaba sancionar el proyecto. El Presidente desautorizó una y otra vez a sus propios funcionarios que negociaban en el Congreso y con los gobernadores. Muchos de los suyos, con espaldas débiles y nuevos en esto, comenzaron a temerle a las reacciones del primer mandatario y optaron por callar antes que opinar o proponer.
Pero fue el mismo Milei quien acusó de “traidores” y “delincuentes”, entre otros calificativos agraviantes, a aquellos diputados que no votaron algunos artículos o incisos de la Ley de Bases. El Gobierno, y el mismo Presidente, se encargaron de señalar en un comunicado y en redes sociales los listados de aquellos que votaron en favor y en contra, no del proyecto oficialista, sino del “pueblo”. Así decidieron definirlo. Del mismo modo que lo hacía Cristina Kirchner, para Javier Milei es imperioso remarcar que “el pueblo soy yo”. Actitud necesaria y definitiva de cualquier expresión populista.
Entre los acusados por el Presidente también se encontraban los gobernadores cuando, en un acto de injusticia irreflexiva, metió a todos en la misma bolsa. Trascendió luego que los gobernadores señalados por no respetar acuerdos eran el de Córdoba, Martín Llaryora; el de Salta, Gustavo Sáenz; y el de Neuquén, Rolando Figueroa. Es curioso, esos gobernadores tienen hombres de sus espacios en cargos claves en el gobierno nacional. La secretaria de Minería, Flavia Royón responde a Sáenz, el director ejecutivo de la Anses, Osvaldo Giordano y el presidente del Banco Nación, Daniel Tillard, responden al peronismo cordobés. La paradoja es que quien era elegida para presidir la Anses, la excandidata a gobernadora bonaerense por LLA, Carolina Píparo, luego corrida y reemplazada por Giordano, también aparece en la lista de los llamados “traidores al pueblo” que detalló el Gobierno.
En la suma total aparecen más de 40 funcionarios peronistas acompañando a Javier Milei en cargos estratégicos en su gobierno, la más destacada, sin dudas, es la reciente designación de Daniel Scioli, un top ten entre los políticos definidos como “casta” populista por los libertarios. Estas designaciones dejan sin sentido ese mote que tanto resultado le dio en la campaña a La Libertad Avanza, o si lo son, gobiernan con ellos. No se puede tapar el sol con la mano.
Milei en este corto tiempo también claudicó y cambió de opinión en temas que eran sagrados y que como invitado a programas de televisión difundía con una firmeza absoluta, lo cual hacían impensados estos cambios que el mismo poder le hizo adoptar, tanto en propuestas como en vínculos políticos. Ahora espera abrazarse con el papa Francisco luego de haberlo calificado como el “representante del maligno en la tierra”, con la necesidad de tener a la Iglesia de su lado a la hora de enfrentar los conflictos que la profundidad de la pobreza, que sigue creciendo día a día, traerán. Según el diputado libertario, Nicolás Mayoraz, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, este año intentarán “derogar la ley del aborto”. ¿Llevará el Presidente ese compromiso al Vaticano? También juraba “cortarse un brazo” antes de subir retenciones o crear impuestos, todo lo que intentó hacer con el proyecto original de la ley ómnibus. El Presidente se siente elegido y con permiso para girar 180 grados sobre sus posiciones, pero no tolera un debate con quien no piensa como él, ni siquiera si son legisladores o gobernadores que también están allí porque fueron electos por la voluntad cívica.
Una democracia liberal permite abrir canales de diálogo y de convivencia, de madurez política, es lo que requiere una sociedad que está al límite de su paciencia, con una realidad económica que la castiga con dureza. Si hay algo que no necesita es continuar abrazada a alguna forma de populismo, de derecha o izquierda, que solo sirve para entronizar líderes, generar fanatismo y divisiones, pero que nunca supo aportar soluciones definitivas. El cambio elegido en noviembre, más allá del modelo económico que rotundamente fracasó, también pasaba por ahí, dejar de lado los antagonismos para construir dialogando, porque en nuestro sistema político las imposiciones tarde o temprano fracasan, siempre. El kirchnerismo fue autoritario para imponer su agenda y ese modelo caducó. Hoy es necesario que oficialismo y oposición recompongan ese diálogo ausente tantos años.
Esto recién comienza y estamos a tiempo de cambiar los modos, advirtiendo que nadie nace siendo populista, se hace populista, y lo hace por convicción, pero también por conveniencia.