El cambio cultural que el país necesita
Tras años de derroche populista, llevará tiempo que la sociedad entienda que no puede vivir por encima de sus posibilidades a costa del dinero de todos
Todos están de acuerdo con que hay que sincerar tarifas, pero pocos quieren hacer el esfuerzo. Hasta último momento tratarán de que lo haga el prójimo colectivo, que, para el imaginario popular devenido en populista, es el Estado. Esa falacia ha calado hondo en nuestra sociedad luego de más de setenta años de populismo creciente, con récords durante el kirchnerismo.
Entonces, estamos ante un problema ya de característica crónica que, aplicado a la sociedad, se transforma en cultural.
Si nos basamos en las dos últimas elecciones presidenciales, llegaremos a la preocupante conclusión de que el problema cultural afecta por lo menos a la mitad de los argentinos y de que por su antigüedad será de solución compleja y lenta.
El populismo, consentido por una gran mayoría de los argentinos, hizo que creyéramos que podíamos vivir con un nivel superior a nuestras posibilidades indefinidamente mediante sensaciones de bienestar cíclicas y efímeras. Tal ficción fue posible durante tanto tiempo debido a la riqueza y al elevado estándar de vida alcanzados por nuestro país hacia la primera mitad del siglo pasado.
Ese caso atípico de decadencia crónica que padecemos desde entonces dio origen a una tercera categoría de país en ámbitos académicos internacionales, la de “en vías de subdesarrollo”, y de no mediar un cambio de tendencia en parámetros fuertemente deteriorados como pobreza, desigualdad social, educación, entraremos a la fase terminal del proceso sobre cuyas características ilustra con claridad la Venezuela de hoy.
Esa cultura populista aplicada a la energía durante el kirchnerismo causó estragos en el sector energético y efectos colaterales de magnitud en las cuentas públicas, el sector externo, la producción y el medio ambiente. Trasciende al sector y adquiere entidad macroeconómica, política y social.
El irresponsable lema “en la Argentina la energía es abundante y barata”, acuñado por Julio De Vido, principal responsable de la debacle, incitaba a la población al derroche y a las empresas del sector a no invertir, mientras la sociedad disfrutaba del acceso a nuevos bienes y servicios con el dinero que antes destinaban a pagar lo que la energía costaba. Hubo entonces, durante más de 12 años, una fenomenal transferencia de recursos del sector energético a la población.
Esa ficción, sólo funcional al proyecto de poder y riqueza de los Kirchner, hoy es inviable por más que la mitad de los argentinos hayan vuelto a votar por el populismo sin importarles la crisis energética, el aislamiento internacional, las mentiras del Indec, la inflación de más del 25% soportada por años, la confiscación de los ahorros jubilatorios, el desprecio por la ley y las instituciones, la Justicia sometida y cantidad de otras anomalías.
Esta reflexión es necesaria para tomar conciencia de las dificultades que enfrenta el actual gobierno para revertir la desastrosa situación de la herencia kirchnerista.
Retomemos ahora la energía. No tiene sentido estar mendigando gas y electricidad a nuestros vecinos e importando un tercio de nuestras necesidades gasíferas cuando contamos en nuestro territorio con el segundo recurso gasífero a nivel mundial, con los principales vientos del planeta, ríos con potencialidad hidroeléctrica de la que sólo se aprovecha la mitad, una gran radiación solar, biomasa, conocimiento y experiencia nuclear. Pero para poner en valor esos recursos antes hay que remover las distorsiones que afectan al sector energético, fruto de años de impericia y corrupción de los gobiernos kirchneristas. Y aquí entramos al tema tarifario, la principal distorsión, cuya solución requiere que los usuarios entiendan que se debe pagar por la energía lo que corresponde, es decir lo que cuesta, como en cualquier país del mundo y como en nuestro país hasta hace 13 años. También debemos entender que lo no pagado vía tarifa congelada durante años lo pagamos con creces todos los argentinos a través de los subsidios parciales y arbitrarios y con la caída en cantidad y calidad del servicio.
Entonces ¿dónde está el negocio de que “nos subsidiemos” –porque el Estado somos nosotros– el gas y la electricidad? ¿Por qué la oposición, algunas asociaciones que se dicen defensoras de los usuarios, varios periodistas y jueces “amparistas” alientan la resistencia al pago de los aumentos tarifarios en vez de proponer el esfuerzo y el sacrificio necesarios para superar la crisis? Hay, sin dudas, oportunismo, especulación política, resistencia K y mucho de demagogia.
Hay un segmento menor de la población que por sus ingresos o situación económica no está en condiciones de pagar tarifas de equilibrio al que el Estado tiene la obligación de asistir y lo está haciendo con tarifa social y excepciones justificadas. Pero los que estamos en condiciones de hacer ese esfuerzo, más del 80% de la población, deberíamos replantearnos si vale la pena renunciar a todas esas posibilidades de desarrollo genuino por seguir aferrándonos a la comodidad aparente y cortoplacista, pero no sostenible, de no sincerar las tarifas. El cambio de rumbo es necesario y posible, pero con esfuerzo, sacrificio y compromiso, conceptos extraños a la cultura pospopulista. De ahí las dificultades que tiene el Gobierno para aplicar los ajustes tarifarios correctivos.
Un aspecto al que el Gobierno debería prestarle mayor atención es al carácter asintomático de la crisis energética a nivel popular. La gente no la siente, no la percibe en su verdadera dimensión, salvo aquellos que sufren cortes de luz o restricciones en el suministro de gas. Por tal motivo debería haberse puesto mayor énfasis en evidenciar las consecuencias de la crisis heredada, ya que su desconocimiento produce en la gente resistencia a los aumentos y es caldo de cultivo para el oportunismo de referentes opositores no kirchneristas interesados más en la especulación electoral que en ayudar al país a salir adelante. También es útil para la dirigencia kirchnerista seriamente comprometida con hechos de corrupción, cuya sanción legal no podrá evitar si tiene éxito el gobierno del presidente Macri, comprometido con la impunidad cero.
Es saludable que el Gobierno, ante los reclamos y errores admitidos, replantee tiempos y cantidades en su propuesta original de sinceramiento tarifario. Pero de ningún modo sería conveniente que renunciara al objetivo principal e inevitable: la tarifa de equilibrio. Además, las quitas temporales que se hicieran a las tarifas deberían ser financiadas por el Estado, pero no condonadas. También las medidas que se vayan aplicando tienen que ser monitoreadas paso a paso, casi online, para anticiparse a eventuales desvíos, como los ocurridos con el frío otoñal que disparó la demanda de gas entre 9 y 10 veces respecto de la factura precedente, saltando escalas tarifarias y dando origen a facturas imposibles de pagar incluso por usuarios con capacidad de pago.
Detrás de todas estas explicaciones subyace entonces la necesidad de un cambio cultural en nuestra sociedad. El paradigma del facilismo, la falta de compromiso individual, la ilusión de un Estado benefactor que en realidad benefició por décadas a la dirigencia política en el poder obstaculizan el cambio necesario. Ante esta coyuntura, y como aporte para el inicio de ese cambio cultural en nuestro país, tal vez resulte oportuna la frase pronunciada por John F. Kennedy en su discurso inaugural de 1961: “No pregunten qué puede hacer el país por ustedes, pregúntense qué pueden hacer ustedes por su país”.
Ingeniero, ex secretario de Energía y Minería