El calendario y la nada
"La columna «Antes y después de Juan Pablo II: perfiles papales»; publicada el domingo 10, comienza con un error, al afirmar: «Unos años antes y unos años después del nacimiento de Cristo, que marca el año cero de nuestra era...». La expresión es inexacta, ya que nunca existió el año cero. La cuestión fue ampliamente debatida en ocasión del cambio de siglo y de milenio, ya que unos y otros comienzan en el año uno y terminan en los que llevan dos y tres ceros, respectivamente", escribe el doctor Oscar Sbarra Mitre.
"Por otra parte -continúa-, mal podía pensarse en un año cero cuando, como bien se sabe, ni griegos ni romanos tenían idea del cero ni de sistema alguno de numeración posicional (por lo que ignoraban totalmente el infinito numérico), lo que fue introducido en Europa por la expansión musulmana, a partir del siglo VIII. El célebre matemático italiano Leonardo Fibonacci (1170-1240) fue el primero en escribir sobre los nuevos números en Occidente, recién a comienzos de la centuria XIII. Luego de sus viajes por el norte de África, donde aprendió la numeración árabe y conoció el cero y la notación posicional, Fibonacci elaboró un libro sobre el tema, en 1202, el Liber abaci («Libro del ábaco»), que sirvió para introducir los números arábigos en Europa.
"Los árabes tomaron este símbolo, así como la forma de numeración, de los hindúes, que lo llamaban sunya , es decir, ´vacío´, traducido al céfer árabe (también ´vacío´), que dio origen en inglés a cipher y zero , y en castellano a cifra y cero . Los famosos diez dígitos se denominaron arábigos, por sus introductores en el Occidente europeo, y posibilitaron un enorme y asombroso desarrollo de las matemáticas. Afirma Isaac Asimov en De los números y su historia , con referencia a tales signos, cero incluido: «Tanta es su importancia y nuestra confianza en estos números que ni siquiera somos conscientes del grado hasta el cual dependemos de ellos... El símbolo de la nada tiene toda la trascendencia del mundo».
"Cabe agregar, por último, que dos civilizaciones no europeas, anteriores o alejadas de griegos y latinos, conocían la numeración posicional con base distinta de 10: los sumerios y babilónicos, en la Mesopotamia (el actual Irak), con base 60, y los aztecas, en el centro del hoy territorio de México, con base 20."
Con el correr del tiempo
En el mismo sentido escribe Enrique C. Picotto. Y agrega:
"Nuestro calendario actual fue creado en el siglo VI por el monje Dionisio el Exiguo, quien decidió que el 248 annus Diocletiani (año de Diocleciano) sería el 532 annus Domini Nostri Jesu Christi (año de Nuestro Señor Jesucristo). Dionisio el Exiguo desconocía, como todo Occidente, la idea del cero. Consideró que Jesús había nacido el 25 de diciembre del 754 A.V.C. ( ab Vrbe condita , desde la fundación de Roma), y propuso que ese año se llamara 1 a.D. ( annus Domini , año del Señor).
"A partir del siglo XVII, los historiadores comenzaron a contar los años anteriores a 1 a. D. hacia atrás y, a pesar de que para ese entonces el sistema arábigo con el cero se conocía perfectamente y entre los matemáticos se manejaban los números negativos, los historiadores impusieron la costumbre de que el año anterior al 1 a.D (o sea, el año 753 de Roma) pasara a ser el año 1 antes de Cristo (a.C.), tras el cual venía el año 1 a.D o el año 1 d.C. (año 1 después de Cristo), equivalentemente.
"¡No existió el año cero, y esto hace errar no solo al columnista! Por ejemplo, si la temperatura pasa de 4 grados bajo cero a 4 grados sobre cero el aumento ha sido de 8 grados, pero entre el año 4 a.C. y el año 4 d.C. no han transcurrido 8 años, sino 7 (por faltar el año 0). Hace algunos años, la sociedad de consumo, y para ser justos deberíamos incluir a la Iglesia Católica, fomentó la incultura popular al propagar la peregrina pero mediática idea de que el 1° de enero del año 2000 empezaban el siglo XXI y el tercer milenio de la era cristiana. Todo esto ocurrió en realidad un año después, en 2001, pues tanto los decenios como los siglos y milenios no comienzan con un cero sino con un uno."
Papelones planetarios
Tienen razón los lectores, pero no se piense que la inexistencia de un año cero es un error que se conserva solamente por tradición. Es cierto que cuando se instituyeron las eras romana y cristiana Occidente no conocía el concepto de cero, pero aunque lo hubiera conocido no habría correspondido que hubiera un año cero. Esto es así porque los números de los años, aunque para nombrarlos usemos los cardinales porque es más corto y más fácil (muy pocos conocen los ordinales correspondientes a las decenas y las centenas), valen en realidad por ordinales (nuestra lengua lo permite), de modo que cuando decimos "año uno" queremos decir "el primer año". Por eso no puede haber año cero, como nadie puede ocupar el puesto cero al terminar una carrera, como ningún niño puede estar en grado cero de la escuela y ninguna publicación periódica, en su primer número, escribe en la portada: "Año cero, número cero". El ganador de la carrera ocupa la primera posición, el escolar está en primer grado y el periódico pone: "Año 1, número 1".
En cuanto al festejo del 2000 que recuerda Picotto, fue una vergüenza y lo más indignante es que no ocurrió por error sino por negocio. Pero no fue este el único papelón mundial en ese sentido. En 1930 hubo otro, aunque, por razones comprensibles, no tuvo tanta trascendencia. Ese año el mundo, el pequeño mundo de los latinistas, se dispuso a celebrar el bimilenario de Virgilio, que tradicionalmente se consideraba que había nacido en el 70 antes de Cristo. La cuenta era fácil: 70 + 1930 = 2000. Se habían olvidado de que no había año cero. Cuando se dieron cuenta de que el bimilenario en realidad se cumplía al año siguiente, ya era demasiado tarde: en todo el mundo se habían preparado cursos y seminarios, congresos y exposiciones, estudios y ediciones. Afortunadamente, los datos sobre el nacimiento del poeta eran lo bastante imprecisos como para que un profesor emprendiera rápidamente un estudio que demostró que había nacido en el 71. En realidad, no demostró nada, pero dejó abierta la posibilidad, que sirvió para salir del paso. Años más tarde, para el bimilenario de la muerte, ya habían aprendido la lección e hicieron bien la cuenta.
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