El búnker de Hitler y la ESMA
Las autoridades bávaras han resuelto permitir el acceso del público al llamado Nido del Aguila, un edificio destruido casi totalmente en 1945 que fue sede del Tercer Reich fuera de Berlín.
Desde que este sitio fue abandonado, dos años atrás, por las fuerzas armadas norteamericanas, pasó a manos de las autoridades bávaras y se inició un largo debate sobre el destino que debía dársele. Algunos empresarios propusieron convertir sus instalaciones en una hotelería de lujo con spa incluido, lo que chocó con la resistencia de asociaciones judías. Otras voces expresaron su temor de que se transformara en una suerte de meca de neonazis que quisieran rendirle homenaje a Adolfo Hitler. Finalmente, el gobierno bávaro optó por autorizar el ingreso del público.
La inminente apertura al público del búnker secreto del Fuhrer en el medio de las montañas de Baviera se produce en momentos en que los argentinos asisten a un debate impulsado desde el gobierno nacional acerca del destino que se le debe dar al edificio de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), cuya imagen está casi exclusivamente vinculada para la mayoría de la sociedad con la del centro clandestino de detención de personas que funcionó allí durante el último proceso militar.
El presidente Carlos Menem, más allá de la incuestionable medida de trasladar la escuela que funciona en ese lugar a General Belgrano, ha propuesto demoler el edificio del barrio de Núñez y levantar en ese mismo solar un monumento a la reconciliación nacional. Su decisión ha provocado resistencias en diversos sectores, especialmente en las organizaciones defensoras de los derechos humanos y en quienes se sienten depositarios de la memoria de las víctimas del proceso de violencia de los años 70. Cada pueblo tiene diferentes maneras de hacer frente a sus duelos y de asumir los episodios más trágicos de su pasado. Intentar borrar de nuestra historia aquellos hechos que más nos duelen, nos disgustan o nos averguenzan es una característica propia de todo ser humano. Pero junto a ese mecanismo de defensa presente en cada uno de nosotros, nuestra memoria también nos ofrece la posibilidad de aprender de las experiencias vividas, por más lamentables que hayan sido, para no cometer el mismo error dos veces.
Los fantasmas del pasado no son exclusivos de una civilización o de una sociedad en particular. En mayor o en menor medida, todo pueblo ha padecido circunstancias trágicas, que han sido el fruto de errores políticos, de la locura de algún trasnochado o de cierto militar con sueños imperialistas.
El pueblo alemán es uno de los tantos ejemplos de sociedades que durante el presente siglo han debido enfrentarse a hechos que dejaron profundas huellas y que aún hoy son evocados con un estremecimiento de dolor o indignación.
El espíritu de la decisión de las autoridades de Baviera se vincula con la idea de que, mostrando el horror del Tercer Reich, de Hitler y de su entorno, se mantendrá viva la conciencia colectiva sobre lo que no debe volver y se luchará más efectivamente contra la proliferación del neonazismo.
La propuesta del presidente Menem de demoler el edificio de la ESMA parece tener relación con el citado mecanismo de defensa tendiente a borrar de nuestra memoria aquello que más nos duele.
Lo que se necesita, en cambio, es alimentar la memoria activa para no tropezar una vez más con la misma piedra. La reconciliación es imprescindible, pero no se logrará por medio del olvido, del mismo modo que no se cicatrizan profundas heridas por un simple decreto presidencial.