El bipartidismo está en orden
“El oficialismo pasó del desánimo a un entusiasmo contenido por la recuperación de votos”. Así subtituló LA NACION una nota de Santiago Dapelo sobre las elecciones. Pero no las del último domingo, atención, sino las del 27 de octubre de 2019, cuando Mauricio Macri perdió la reelección y, sin embargo, festejó. Festejó porque se había recuperado de una derrota aplastante en las PASO y porque su espacio seguía en pie, y tenía razón. De hecho, muchos de sus seguidores todavía se identifican como “los del 41%”, asumiendo como victoria un porcentaje minoritario. El domingo último pasó lo mismo. El que va perdiendo por goleada siempre festeja un empate. Y el Frente de Todos empató: perdió el quórum en el Senado nacional pero se lo robó a Juntos en la provincia de Buenos Aires; perdió en quince provincias pero mantendrá los bloques más numerosos de ambas cámaras. Aunque se indignen los exaltados, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio comparten dos atributos: resiliencia y vocación de poder. Estos atributos sostienen la estabilidad partidaria a pesar del fracaso económico.
El año 2001 fue diferente. En ese entonces también había bronca y mal gobierno. Quien esto escribe fiscalizó esas elecciones y las de ayer, y los contrastes son abismales. En 2001 sacábamos de los sobres fetas de salame, excrementos y hasta preservativos, generalmente usados. En 2021 sacamos boletas. La rabia se canalizó de manera positiva, por la vía partidaria. Y los partidos más elegidos fueron los establecidos, no los antisistema. El candidato disruptivo, Javier Milei, solo consiguió el 17% en la Capital. Seguidores y detractores discuten si es mucho o poco. Para el observador desapasionado la respuesta es simple: es típico. Las terceras fuerzas porteñas suelen obtener resultados similares, y la única que prosperó fue la que logró conquistar el poder ejecutivo. Las elecciones intermedias trafican ilusiones más que concreciones.
El voto del domingo redistribuyó poder institucional entre los partidos, pero sobre todo impactó en sus equilibrios internos. En el oficialismo, Cristina se fortaleció frente a sus críticos. El empate bonaerense, rescatado a partir de los cambios de gabinete que impulsó en nación y provincia, la pone por delante de los caudillos que querían jubilarla y perdieron en sus distritos. En la oposición, el mediocre resultado en las dos Buenos Aires (en CABA se perdieron tres diputados nacionales, y en provincia, tres senadores provinciales) erosiona a las palomas y fortalece a los halcones. El flirteo de Macri con Milei fue interpretado como un intento de seducir a los votantes del economista, pero fuentes cercanas sugieren lo contrario: fue un permiso a los votantes propios para emigrar momentáneamente hacia la propuesta más dura. Se cobró así el desplante infligido por Larreta y Vidal cuando rechazaron su estrategia de endurecimiento para imponer una puerta giratoria de candidatos metropolitanos.
A partir de ahora, cada espacio puede asumir estrategias divergentes. El gobierno podría optar por la radicalización o la moderación. En la radicalización, el frente oriental del FdT impondría sus preferencias por China y Rusia y sus simpatías con Cuba y Venezuela; en la moderación, el frente occidental impondría sus preferencias por la Europa de los barcos y el acuerdo con el FMI. Esta disyuntiva parece resuelta por la realidad: si con el 54% de los votos el kirchnerismo no sólo no fue por todo, sino que además le llenó la cara de dólares a los acreedores internacionales, con el 33% podrá ladrar más pero está condenado a morder menos.
En la oposición también se enfrentan dos posiciones. Para los halcones, la derrota del peronismo en el Senado es la prueba de que se le puede ganar y gobernar sin hacerle concesiones, aplicando la mayoría. Es la estrategia 50-50. Las palomas, en cambio, miran el largo plazo y creen que la victoria electoral no asegura la sustentabilidad del gobierno. Pretenden entonces concretar alianzas postelectorales con sectores opositores. Es la estrategia 50-70, que busca ganar por poco pero gobernar de a muchos – el modelo de Rodríguez Larreta en CABA. La paradoja de esta elección es que les da la razón a las palomas, porque muestra un Congreso empatado a pesar de la victoria opositora, pero fortalece a los halcones, porque sus argumentos y sus candidatos hicieron mejor papel en todo el país.
En última instancia, sin embargo, todas las estrategias partidarias están supeditadas al juez supremo: la economía. Y ahí, como sabemos, siempre nos fallan en contra.
Politólogo, integrante de la Red Federal de Investigadores Electorales de Cippec y docente en la Universidad de Lisboa