El Bicentenario de un país universal
En Tucumán se declaró la Independencia, pero, dos años después, tras la batalla de Maipú, fuimos realmente libres. Apenas terminó, el general José de San Martín le escribió al director supremo Juan Martín de Pueyrredón: "En una palabra, ya no hay enemigos en Chile". Días antes, la derrota en Cancha Rayada, dijo, "hizo vacilar la libertad".
La historia de San Martín -como la de tantos otros héroes de la Independencia- es gloriosa. Pero la Nación no es sólo una cadena de batallas y constituciones, sino también un denso tejido de personas.
Todos los países de la Tierra, y en especial la Argentina, son multinacionales. Nuestro torrente fue formado con oleadas de inmigrantes de distintas nacionalidades cuyas historias desbordan nuestro actual relato nacional.
¿Cómo olvidar esos viajes humanos? La llegada de los holandeses a Tres Arroyos, los franceses al Chaco, los coreanos a Buenos Aires, los judíos rusos a Entre Ríos, los daneses a Eldorado y los finlandeses a Oberá en Misiones, las colonias alemanas en diez provincias, los indios sikhs a Rosario de la Frontera, los franceses a Margarita Belén en el Chaco, o la de los miles de bolivianos del norte argentino o del Gran Buenos Aires que se presentaron voluntarios para pelear en la Guerra de Malvinas; el periodista chubutense Carlos Hughes narra en Último tren a la colonia la llegada de los galeses a la Patagonia y su amistad con los tehuelches. ¿Qué es la historia patria sino la mistura inescindible de ese tejido humano?
Un indicador de la integración es la casi extinción de la prensa inmigrante. Estos medios se apagan a medida que tienen éxito. A mediados del siglo XX, los viajeros se extrañaban por la pluralidad de lenguas que encontraban en los quioscos. Sólo los lituanos tuvieron catorce periódicos en el país. Las publicaciones española, italiana, inglesa y judía fueron columnas de nuestro periodismo. Ahora las radios locales bolivianas y paraguayas continúan ese proceso.
Los apellidos de las últimas elecciones (Macri, Scioli, Massa) dicen algo de la influencia de Italia sobre nosotros, país que no existía cuando proclamamos la Independencia. Eran fragmentos diversos, recién unificados en 1861. ¿Cuántas historias hay de cómo los inmigrantes del Norte y del Sur se italianizaban en la Argentina, al mezclarse en los conventillos? Para muchos, su primera experiencia nacional italiana fue la acusación que recibieron en Buenos Aires de ser los causantes de la fiebre amarilla que asoló la ciudad en 1871. Los acusadores no los llamaban piamonteses, napolitanos o sicilianos, sino "italianos". Hoy gobiernan los descendientes de aquellos perseguidos sociales.
En la serie Vientos de agua, el talentoso Juan José Campanella intenta atrapar los intercambios humanos con España, pero éstos se remontan a cinco siglos. ¡Hemos tenido hasta caciques incas de origen español! ¿Cómo después de semejante mezcla podemos todavía separar tanto la historia de España de la de Argentina?
Y no olvidamos a los pueblos originarios. Como una muestra de cada provincia, en su reciente libro La Rioja indígena el historiador Víctor Hugo Robledo describe la población riojana. La invasión inca antes de la llegada de los españoles ya revolvía, mezclaba y destruía personas y culturas, proceso que llegó al paroxismo con el big bang posterior, cuando los sobrevivientes indígenas se convirtieron en Juanes, Pedros y Marías.
El río argentino se desborda y eso no es defecto sino virtud. Es bueno recordar los orígenes, pues fuimos educados en el olvido de nuestra vida preargentina. Una nación fuerte pedía una identidad homogénea, la que falsea las historias personales. Si somos una nación formada por irlandeses y qoms, alemanes del Volga, judíos y árabes de muchas nacionalidades, calchaquíes, aimaras, guaraníes o quechuas, ¿cómo se puede limitar semejante caudal cultural?
El tráfico de personas durante la ominosa esclavitud también fue clave en la formación nacional. Por desgracia, nuestro país no evitó un sesgo segregacionista, en el que el color es aún discriminatorio. Toda la sabiduría histórica acumulada que llevamos en la mochila no nos salva de los tics racistas. También es frecuente escuchar argumentos provincialistas de personas con apellidos originados en lugares lejanos.
En la primera mitad del siglo XX los inmigrantes se nacionalizaban con programas de radio populares como Chispazos de tradición, donde los jóvenes italianos, sirios, españoles, rusos, polacos, alemanes o franceses idolatraban la figura del gaucho, un personaje que posiblemente nunca vieron y estaba alejado de las historias de sus familias recién llegadas. Eso era la historia por adopción. El inmigrante buscaba un futuro y le reemplazaban su historia. Las carambolas de la invención nacional hicieron que, incluso los creadores de estos productos culturales, fueran ellos mismos flamantes inmigrantes, como el guionista de Chispazos de tradición, recién llegado de España, Andrés González Pulido.
Nuestro Bicentenario debe reflejar esa diversidad y no anular nuestra identidad. Un país que se cierra cae en la ficción. Un líder aislacionista como Donald Trump está casado con una eslovena, es hijo de una escocesa y sus abuelos paternos son alemanes.
Cuando Juan Pablo II viajó a Cuba dejó la frase "que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo". En el mismo sentido, la BBC tiene la misión de "llevar el Reino Unido al mundo y el mundo al Reino Unido". Un buen mandato para todas las naciones: ser a la vez una y todas en la historia global.
San Martín estaría de acuerdo: condujo un ejército multinacional que luchó por la independencia de América. No hubo nunca un argentino menos provincialista que él. Debe ser por eso que su recuerdo emociona tanto.
El autor es profesor del seminario Periodismo y Democracia en la Universidad Austral