El beso de amor y de miedo
Semana Santa de 1300. En la ficción poética, Dante y Virgilio emprenden el viaje por los reinos de la muerte desde el Infierno, a través del Purgatorio, hasta las puertas del Paraíso. Allí, la amada Beatrice tomará el relevo de Virgilio y será la guía del poeta. La Divina Comedia, de Dante Alighieri, es uno de los tesoros que une a los italianos de todas las épocas. Hasta los que no leyeron ese monumental poema saben algunos versos de memoria trasmitidos por vía oral. Esos versos son algo así como un himno a la pasión que anima e identifica a los italianos: la belleza.
25 de marzo de 2021, una semana antes del Jueves Santo. No me imaginaba que iba a tener cita con mi niñez. Ese día, el Instituto Italiano de Cultura presentó con el CCK la traducción al español de la Divina Comedia (Ed. Colihue), de la profesora Claudia Fernández Speier; que dialogó con el profesor Alejandro Patat (en Italia, vía zoom), después de la introducción de Donatella Cannova, directora del Instituto. Más tarde, se proyectó la película muda L’Inferno, de 1911, dirigida por Francesco Bertolini, Adolfo Padovani y Giuseppe De Liguoro.
Ignoraba la existencia de L’Inferno, de la que había sólo tres copias en mal estado: una, en Bolonia; otra, en Londres; y la tercera, en Sofia. En 2007, la Comuna de Bolonia logró restaurar la película sobre la base de esas copias. Hoy se la encuentra en YouTube.
Bertolini rodó varios films mudos, entre ellos, la Odisea, de 1911 Probablemente en L’Inferno se haya ocupado de los aspectos técnicos. Padovani, por su parte, era un profesor de literatura clásica que participó en el guion y como consultor. Después de esa experiencia continuó con su vida académica. De Liguoro era actor y director. En L’Inferno encarna al conde Ugolino, uno de los personajes importantes; es casi seguro que, además, dirigió a los otros intérpretes.
La película muestra todos los círculos del Infierno. Los carteles escritos que resumen la acción en el cine mudo, con frecuencia, citan versos de la Comedia. Las imágenes cinematográficas se inspiran en las pinturas y grabados de Gustave Doré; por ejemplo, las del noveno círculo, en los Cantos XXXIII y XXXIV, donde están los traidores sumergidos en paisajes de hielo, de los que sólo emergen sus cabezas.
Los efectos especiales son ingeniosos y, a veces cómicos; por ejemplo, Beatrice, se encuentra en el Paraíso y desciende al limbo, nimbada por una aureola de santidad, para pedirle a Virgilio que ayude a Dante. El efecto del nimbo se logró con un gran ventilador colocado en forma vertical detrás de la cabeza de Beatriz. Las aspas, al girar, fueron iluminadas sucesivamente por los focos: brillan como rayos divinos.
En el segundo círculo, el de los pecadores carnales, las imágenes, muy hermosas, muestran interminables filas de parejas que vuelan o flotan en el aire. Sus cuerpos son arrastrados por el eterno vendaval de la pasión.
En ese círculo, está la célebre pareja de enamorados, Francesca da Rimini y su cuñado Paolo Malatesta, que fueron asesinados por Giovanni, hermano de Paolo, cuando los sorprendió besándose. Esa escena me hizo retroceder en el tiempo.
1950. Viaje de Génova a Cesenatico en un compartimento de tren donde estábamos mis padres, otros tres viajeros y yo. En un tramo del trayecto, a lo lejos, vi algo que sólo conocía por los libros y Hollywood. Se lo señalé a mi padre. Dijo: “Un castillo. El castillo de Gradara” y me contó brevemente la historia de sus antiguos dueños, los señores de Rimini, los Malatesta.
Según la tradición, Francesca y Paolo fueron asesinados en esa fortaleza. Mi padre, llevado por la narración, también retrocedió en el tiempo y, casi involuntariamente, recitó versos aprendidos en el colegio: “Noi leggiavam un giorno, per diletto, / Di Lancialotto come amor lo strinse; / Soli eravamo e sanza alcun sospetto (…) Ma solo un punto fu quel che ci vinse. (”Nosotros leíamos un día, por placer, / Cómo el amor apremiaba a Lancelot (…) Estábamos solos y sin sospecha ni temor (…) pero solo un punto nos venció”).
Cuando mi padre terminó de decir ese último verso, un señor sentado frente a nosotros, imprevistamente continuó: “Quando leggemmo il disiato riso/ esser basciato da cotanto amante, / Questi, che mai da me non fia diviso /, la bocca me basciò tutto tremante (”Cuando leímos que la deseada risa / fue besada por tal amante/ Éste, que nunca se habrá de separar de mí, / me besó la boca, tembloroso de amor y miedo).
Los dos recitantes, acunados por el tren, con picardía, se pusieron de acuerdo. A dúo, recitaron “…Nessun maggior dolore / che ricordarsi del tempo felice / nella miseria…” “No hay mayor dolor / que recordar el tiempo feliz / en la desdicha…”). Todo el compartimento aplaudió, incluido yo, que no había entendido casi nada.