El autor que se anticipó al periodismo de denuncia. Albert Londres
Precursor. Su nombre preside el premio más antiguo de la prensa europea, y varias compilaciones de sus crónicas se están lanzando en Francia y España. Precursor en la amalgama entre investigación, crónica y registro narrativo, escribió un libro sobre la trata de mujeres francesas y polacas en la Argentina de los años 20
En una tarde del verano boreal de 1922, Albert Londres se despertó sin reconocer la habitación húmeda en la que estaba. Este periodista francés de 38 años, que había comenzado a firmar sus notas algunos años atrás en el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial, se había convertido en poco tiempo en un cronista extraordinario. Había cubierto los frentes de Francia, Serbia, Grecia y Turquía; y luego había marchado a escribir sobre la flamante Rusia de los sóviets. Nunca había dejado de viajar, y entonces, en esa habitación húmeda, se preguntó si estaba en El Cairo, en Nueva York o en Tokio. Aún se sentía un poco mareado luego de una travesía larga y se dijo que Tokio no podía ser, porque había estado ahí en los días previos, y abrió la ventana y vio que afuera todo era un poco incoherente: ¡buen día, Pekín! Albert Londres, que tenía un destino de leyenda, pondría, en China y diez años más tarde, un trágico y misterioso punto final a su existencia. Pero, naturalmente, eso, en 1922, aún no lo sabía.
El periódico ilustrado Excelsior, de París, lo había enviado a esa capital para cubrir la pulseada política entre Zhang Zoulin y Wu Peifu, dos guerreros que se disputaban la república anárquica en la que se había convertido la China de entre guerras. Esa tarde, Albert Londres se detuvo un instante a pensar si realmente el público francés estaba esperando sus noticias. “¡Bah! ¡Un reportaje es un reportaje!”, se dijo. “Y luego me arreglé y salí en busca del truculento bandido llamado Zhang Zoulin”. Durante una buena parte de su viaje, según se lee en su libro China enloquecida (La Chine en follie), Londres intentó comprender la situación política. No lo logró, pero entrevistó a muchas personalidades confundidas (“¡Rusia es el drama, China es la farsa!”, le dijo un funcionario local) y, al final, China enloquecida fue su libro más divertido y pintoresco.
Siguieron muchos otros reportajes: Londres publicó dieciséis volúmenes de crónicas en diez años y firmó en algunos de los periódicos más populares de su tiempo, como el ya mencionado Excelsior, o Le Petit Journal y Petit Parisien. Se transformó en un periodista influyente, capaz de provocar al poder y de vender 150.000 ejemplares con sus notas, y se adelantó varios años a un modelo de periodista de denuncia que recién a partir de la década de 1950 se hizo usual. Para lograrlo, Londres se comportó de un modo valiente y recto, pero también fue un hombre orgulloso, ambicioso e individualista.
Proyecciones
“He querido descender a los pozos donde la sociedad se deshace de aquello que la amenaza o que no puede alimentar”, escribió. “Ver lo que nadie más quiere ver. Juzgar la cosa juzgada. Nuestro trabajo no es agradar, ni hacer mal. Es meter la pluma en la llaga abierta.”
Todo le interesaba: en el libro En el presidio (Au bagne) viajó a la Isla del Diablo y denunció las condiciones en las que vivían los prisioneros; en El hombre que se fugó (L’homme qui s’evada) encontró a un fugitivo francés en Brasil y lo ayudó a regresar a casa y a limpiar su nombre; en Dante no vio nada (Dante n’avait rien vu) mostró la mala vida en un penal franco-africano; en El judío errante ha llegado (Le juif errant est arrivé) anduvo desde Inglaterra hasta Palestina cuatro años antes de la llegada de Hitler al poder, y retrató a las comunidades judías; en Los forzados de la carretera (Les forçats de la route) se metió entre los ciclistas que compitieron en el Tour de France de 1924; y en El camino de Buenos Aires (Le chemin de Buenos Aires) examinó a los tratantes que traían mujeres francesas y polacas a la Argentina.
Encontró la muerte de un modo enigmático, junto a otras 66 personas, y su cuerpo nunca fue hallado. El Georges-Philipar, barco en el que regresaba a Marsella desde Shanghái (en un segundo viaje a China), se prendió fuego en la medianoche del 16 de mayo de 1932 cuando un cortocircuito en un camarote desató una catástrofe con llamas de dos metros de altura. En París se especuló con un incendio provocado para matar a Londres: el hombre que había surcado todos los océanos no sabía nadar.
Las hipótesis de un atentado (nunca comprobadas) también tenían que ver con la investigación que había estado haciendo en Shanghái. Un compañero de viaje con el que había hablado contó que el periodista le dijo que llevaba consigo un trabajo que sería “la coronación” de su carrera y que desnudaba “la interferencia bolchevique en los affaires chino-japoneses”.
Su única hija, Florise, a quien Londres le había enviado un telegrama desde Shanghái, pidiéndole que lo fuera a buscar al puerto cuando llegara, creó un premio en 1933, un año después del incendio de barco, en honor a su padre. El Prix Albert Londres todavía existe: “Es el premio de periodismo más antiguo de Europa y se financió durante años con la herencia que él dejó y las regalías de sus libros”, dice Stéphane Joseph, director de Comunicación de la Asociation Prix Albert Londres, en una oficina parisina decorada con artículos de diario enmarcados.
El Premio, que suele compararse con el Pulitzer de Estados Unidos, es una medalla (cuyo diseño con imágenes de luz y oscuridad es una alegoría de la vida de Londres) y la suma de tres mil euros, y se entrega en las categorías de prensa escrita, audiovisual y –desde este mismo año– también libro. “Es el más deseado por los periodistas franceses”, asegura el director de Comunicación.
Albert Londres escribía en libretas pequeñas de hojas cuadriculadas, en agendas con calendarios de la década de 1920 y en cuadernos azules con hojas rayadas. No usaba pluma, sino lápiz, y con letra grande anotaba ideas, descripciones y diálogos en los que daba cuenta también de las carcajadas y los gritos que luego se convertirían en una marca de su estilo literario vivaz y ágil (cercano al de su contemporáneo Roberto Arlt).
Nacido en Vichy en 1884, Albert Londres fue en su juventud un poeta que llegó a escribir cuatro libros. Pero en su poesía no había ninguna gracia, sino demasiada solemnidad, y por eso no fue más que un joven poeta fracasado. En cambio, en el relato de realidad encontró toda su energía. “Un verdadero periodista debe saber escuchar y ver; el que sólo sepa escribir nunca será nada más que un escritor literario”, escribió en el libro La trata de negros (La traite des noirs).
Su trabajo dio algunos de los mejores momentos de eso que los franceses llaman grand reportage y hoy, cuando el periodismo narrativo y las historias reales atraviesan una época de auge, sus textos se siguen reeditando: en Francia, la editorial Arthaud acaba de presentar Grands reportages à l’étranger, un libraco de 864 páginas; y en España su Obra periodística completa, lanzada por ECC Ediciones, espera la impresión de los últimos dos volúmenes (de un total de cinco). En la Argentina circulan también sus libros traducidos al español por la editorial Melusina.
Sin embargo, entre nosotros su influencia ha sido escasa. Sólo los iniciados en el mundo del periodismo narrativo (y los investigadores de la antigua trata de mujeres) conocen su nombre. Hace noventa años, era diferente: la publicación en Francia de El camino de Buenos Aires, en 1927, generó un acontecimiento literario. Londres había viajado de incógnito a nuestro país y había descendido a un submundo de traficantes en los tiempos de la Zwi Migdal. Luego, emergió a la luz con un fuerte desánimo: “Quemen sus casas [las de los tratantes], excomulguen sus cenizas. Ustedes no habrán hecho más que fuego y algunos grandes gestos”, anotó en el reportaje. “La responsabilidad [del tráfico de mujeres y de la prostitución] cae sobre nosotros. No nos la descarguemos.” En el viaje de regreso, de cincuenta días en barco, escribió el libro completo, y sólo de este lado del océano se escucharon las reacciones críticas que lo acusaron de tratar un tema hondo con un inaceptable tono que por momentos se vuelve irónico o de dejar de lado una mirada religiosa. El camino de Buenos Aires volvió a ser publicado en español, en 2011, por Libros del Zorzal.
“En el espíritu de los periodistas franceses actuales, Albert Londres es una especie de mito”, dice Philippe Broussard, director adjunto de la redacción del diario Le Monde y ganador del Premio en 1993 con una serie de artículos sobre un grupo de polizones africanos en un carguero ucraniano que fueron descubiertos y asesinados. “Londres encarna el trabajo de periodista en la que yo creo que es su faz más noble: ir al terreno, conocer a la gente, testimoniar la realidad. Por supuesto, lo suyo fue hace ya mucho tiempo, en el siglo XX, cuando era la ‘gran época’ de la prensa en Francia y los diarios populares tenían un éxito rotundo. Luego, muchos de los ganadores del premio también se convirtieron en escritores.”
Londres fue descripto en vida por la prensa francesa como “un príncipe de los reporteros”, “el hombre que hace de la locomoción su segunda patria”, “el as del reportaje” y “un ciudadano de los cinco continentes que encuentra su hogar en un camarote de barco o en cucheta de tren, y que apenas toca París, ciudad que considera un trampolín para saltar con un impulso nuevo hacia lo desconocido”. En su destino también estaba, como escribió su biógrafo Pierre Assouline, “morir en el campo de honor del periodismo”.
Biografía
Nació en Francia, en 1884, y murió en altamar, en 1932. Se lo considera el precursor del periodismo de investigación y de denuncia, en particular por su mirada crítica frente a las consecuencias del colonialismo, la vida en prisión o la trata de personas. Entre sus obras, se cuentan El camino de Buenos Aires (Le chemin de Buenos Aires), China enloquecida (La Chine en follie), En el presidio (Au bagne)