El arte de terminar obras de arte
Por Jenny Lynn Bader
NUEVA YORK (The New York Times) IMAGINE que es Franz Xaver Süssmayr. Su maestro, Wolfgang Amadeus Mozart, está muriendo, justamente cuando estaba terminando una de sus mayores obras. En su lecho de muerte explica cómo pensaba terminarla. El resto quedará en sus manos.
¡Pobre Süssmayr! Nadie puede precisar qué partes del Réquiem tuvo que inventar, pero después nunca escribió nada especialmente bueno. Otros, más tarde, pulirían un poco sus orquestaciones y crearían nuevas versiones sobre la base de anotaciones que se descubrieron. Escuchar el Réquiem con esto en mente da un nuevo significado a la serie de conciertos titulada "En su mayor parte Mozart".
Completar las obras de arte inconclusas de los muertos siempre ha sido una empresa muy difícil, pero puede ser redituable, como lo confirman hechos recientes.
Cuando murió Ralph Ellison, hace cinco años, no dejó instrucciones concernientes al borrador de 2000 páginas de una obra épica que estaba preparando. Pero el borrador fue recortado y afinado por el académico John F. Callahan, que la convirtió en una novela de 384 páginas, Juneteenth , publicada en mayo.
Y True at First Light , novela inconclusa de Ernest Hemingway, fue reducida de 850 páginas a 320 por su hijo Patrick, para ser publicada el mes próximo en ocasión del centenario del nacimiento de Ernest.
Los artistas muertos parecen tener hoy más importancia que los vivos. Después de todo, el gran éxito artístico de estos días ha sido la restauración de La òltima Cena de Leonardo da Vinci.
¿Quién puede saberlo? En una época de reciclaje cultural, el bello arte de terminar puede acabar por convertirse en una industria casera.
No todos, por supuesto, comparten la misma definición de terminado . Cuando murió Stanley Kubrick, en marzo, acababa de hacer la edición final de Eye Wide Open y corrió el rumor de que la Warner Bros. haría una nueva edición para asegurarse de que la película fuera clasificada en la categoría R. De inmediato, Tom Cruise declaró que combatiría cualquier intento de alterarla.
¿Qué habría pasado si Cruise hubiera sido amigo de Edith Wharton? ¿Habría utilizado su influencia para asegurarse de que su novela inconclusa The Bucaneers no fuera tocada por sus colegas? En defensa de quienes no pueden dejar de meter las manos en algo bueno, pero incompleto, lo cierto es que terminar una obra puede llevarla a un público más amplio. Si Marion Mainwaring no hubiera completado The Bucaneers , pocos lectores habrían conocido esta novela de Edith Wharton y aún menos habrían visto su adaptación en televisión.
Grandes desafíos
Y sin duda nadie hubiera visto la última obra teatral de Frances Sheridan, una escritora del siglo XVIII, si una contemporánea nuestra no hubiera añadido el final, doscientos treinta y tres años después de su muerte. La pieza resultante, The Whisperers , con tres actos de Sheridan y dos más escritos en el lenguaje de aquella época por Elizabeth Kuti, fue estrenada este año en Irlanda.
Colaborar con los muertos plantea desafíos especiales. Significa interpretar cada anotación en una servilleta como algo significativo, y adivinar, con gran imaginación, qué es lo que hubiera deseado el artista.
En Barcelona, los arquitectos han estado pensando desde 1926 cómo terminar la iglesia de la Sagrada Familia en el espíritu del genial Gaudí, pero no se ponen de acuerdo. Unos dicen que hay que terminarla de acuerdo con las especificaciones originales; otros, que hay que dejarla como está, magníficamente a medio construir.
Charles Dickens dejó a medio escribir una novela acerca de un asesinato, sin mencionar al asesino. En su ingeniosa adaptación musical, The Mystery of Edwin Drood , representada en los años 80, el público elegía al asesino por medio de una votación. Cada noche se presentaban diferentes finales. Tal vez Dickens se hubiera sorprendido al ver lo que hizo Broadway con su novela, pero hay que reconocer que los adaptadores mostraron respeto por el autor al dejar el enigma sin resolver.
Y a los públicos no suelen molestarles estos finales abiertos. Votan con entusiasmo por el que les parece mejor. Van a escuchar conciertos de El arte de la fuga , la obra inconclusa de Bach, en la que los músicos dejan de tocar exactamente en el punto en que el compositor dejó de escribir. Y leen El último magnate , aunque Francis Scott Fitzgerald nunca lo terminó.
Herederos y sustitutos
En los casos en que el artista es el arte, sin embargo, los públicos pueden necesitar algo que termine la obra. Cuando murió Jean Harlow, en 1937, durante la filmación de Saratoga , sus admiradores deseaban que la película fuera exhibida, de modo que las escenas que faltaban fueron filmadas con Mary Dees, que permaneció lo más lejos posible de la cámara, con el rostro semicubierto por un sombrero de ala ancha.
Cuando murió Bela Lugosi, en 1959, durante la filmación de Plan 9 From Outer Space , su dentista tomó su papel, cubierto con una capa. Cuando en 1993 murió Brandon Lee durante la filmación de El cuervo , los técnicos digitalizaron su imagen y la insertaron en nuevas escenas, demostrando que la tecnología más avanzada es tan buena como un sombrero de alas anchas.
Los artistas que estén pensando morirse en una fecha cercana deberían dejar instrucciones. Deberían designar herederos que pudieran encargarse de buscar a la persona más adecuada para terminar la obra. Y deberían concentrarse en una obra maestra por vez. Schubert trabajaba en demasiadas obras al mismo tiempo, y dejó tantos fragmentos que los eruditos no saben a qué obra pertenece cada uno.
También deben dejar un comienzo decente. Así el terminador potencial, cuando tenga dudas, siempre puede repetirlo. Franco Alfano, el pobre músico que tuvo que escribir el final de Turandot de Puccini, llegó a la conclusión de que nunca podría escribir una melodía mejor que el aria "Nessun dorma", de modo que optó por repetir el tema.
El acto de terminar el trabajo de otro puede iluminar los esfuerzos creativos en que se debate quien lo hace. O puede renovar la tradición de las catedrales y las comedias televisivas, en que el artista, sin egoísmos, introduce chistes o gárgolas en bien del todo, sin aspirar a reconocimientos personales.
Después de terminar la Pietà de Tiziano, Palma el Joven pintó una inscripción en latín en la que se lee: "Lo que Tiziano inició y dejó sin terminar, Palma lo completó reverentemente y lo dedicó a Dios", con lo que puso a todos los creadores en su lugar. © La Nación