El arte de la pérdida como conquista
Entre todos los poemas de la estadounidense Elizabeth Bishop -perfectos con un modo de la perfección que ella logró darse a sí misma- hay uno que se llama simplemente "One Art", "Un arte", y cuyos primeros tres versos suenan como una especie de declaración de principios: "El arte de perder no es difícil de dominar;/ tantas cosas parecen colmadas de la intención/ de perderse, que su pérdida no es ningún desastre".
Entre nosotros, otra poeta, Mirta Rosenberg, escribió un libro entero que lleva por título parte de esa primera línea: el arte de perder. Como todo arte, también éste tiene sus reglas, que debemos fatalmente aprender. Es un arte que puede ser hecho por todos. Pero el de Bishop en particular es un arte poética que nace de lo que perdemos.
Somos todo lo que perdimos. Escribimos nuestras pérdidas. Nuestra presencia -la manera en que nos mostramos, en la que nos ven- está hecha de ausencia. Esto nos demuestra el error de medirnos por lo que tenemos, cuando en realidad lo único que tenemos es lo que tuvimos y ya no tenemos. Es probable que esta intimidad con la ausencia sea lo que llamamos experiencia. Por eso la experiencia es siempre un poco trágica, porque implica la pérdida. Puede ser así que ese empobrecimiento de la experiencia que Walter Benjamin había advertido ya dramáticamente en la primera mitad del siglo XX consista también en el ocultamiento y las distracciones de la pérdida, como si ella no existiera. Cuando nos hablan de la pérdida miramos para otro lado porque no queremos devolver esa mirada desde el otro lado, el lado de lo perdido para este lado.
Pero la pérdida es nuestra riqueza, nuestro tesoro. No hay mérito ni esfuerzo en semejante ganancia: la pérdida llega sola, sin que nadie la llame. Pero, a pesar de todo, lo que falta siempre nos sorprende. Sabemos de la pérdida, sabemos de la falta, y creemos y confiamos en su aplazamiento indefinido. Sin embargo, la pérdida se presenta como falta. Entonces nos falta algo, alguien. Es una sustracción aditiva (no hay contradicción) que se acumula, justamente, como experiencia. La pérdida es aquello que nunca falta. Por fin, quién sabe, también nosotros seremos pérdida para algo, para alguien, y entonces un pequeño círculo empezará a cerrarse.
Tras una breve enumeración de sus cosas perdidas (ciudades, nombres, llaves, horas), Bishop vuelve a principio: "Es evidente/ que el arte de perder no es difícil de dominar/ aunque pueda parecer (¡escribilo!) un desastre". El poema, pero también el arte que no se hace con palabras, canta la pérdida como conquista. No es otro el arte de perder. La elegía muta en celebración. Por eso la orden: ¡escribilo!