Reseña. El Sol, de Gustavo Ferreyra
"Yo pensaba en ser animal", dice el protagonista de El sol, la décima novela de Gustavo Ferreyra (Buenos Aires, 1963). "¿Ahora?", le pregunta sor Vivian, la monja que lo visita en el hospital en el que está internado. "No. En una época. Saliendo de la infancia, creo. Pero la verdad es que ahora también". Y remata: "Quisiera la animalidad". Así, sin solemnidad e incluso con humor, Ferreyra construye una novela que habla sobre el retorno al cuerpo: sus dolores, líquidos y órganos. Y recorre temas de la literatura argentina: el desierto, una idea descolorida de nación, el ejército.
El sol cuenta la historia de un espía, Víctor o Igor –según del lado que se decida mirar–, internado en un hospital a la espera de una supuesta punción. El hospital –"acá hasta para apurarse, se demoran", le dice su compañero de cuarto– está ubicado en medio del desierto. Se habla de una guarnición, de "milicos de cartón", de un coronel, de una estación de servicio en la que el protagonista trabaja, de una esposa a la que admira y parece amar. Inmerso en la espera, en ese aplazamiento que es "el recurso por excelencia de la vida", Igor al principio no quiere hablar. Cualquier palabra podría delatarlo porque la realidad para el espía no es más que un universo de signos a interpretar. Sin embargo, en la medida en que toma cada vez más conciencia de su cuerpo, recupera las ganas de comunicarse. Sobre todo con Sor Vivian, que lo embarca en cuestiones espirituales. Aunque más bien se trata, otra vez, de lo material: el tamaño del cuerpo de un Cristo en la capilla, el peso de las cuentas de un rosario, esas pequeñas esferas, descriptas como "culitos de avispas". Entonces la novela pasa del monólogo interior de Igor a ser, casi en su totalidad, diálogo, esa forma tan utilizada por la filosofía griega. Los personajes hablan para pasar el tiempo, pero en ese hablar intentan encontrar un sentido que, claro, es siempre esquivo, o incluso absurdo.
Quien esté habituado a la literatura de Ferreyra (Dóberman, La familia) encontrará aquí una novela que va hasta el hueso del personaje y sus obsesiones. Para quien se sumerja en su obra por primera vez con El sol, una sugerencia: seguir, continuar leyendo, porque es en la desmesura donde se instala el relato, en la insistencia de tocar con la lengua el hueco que deja el diente que falta, hasta que, como dice Igor, se llega al punto en el que solo "chillan y chillan los monos". Leer "una de Ferreyra" es encontrarse con un escritor magnífico cuya obra ya no se querrá abandonar.
EL SOL
Por Gustavo Ferreyra
Dualidad. 298 páginas, $ 1100