El arte de "caer hacia arriba" (Beethoven tercera parte)
El número de mayo-junio de la revista Musikfreunde publicó, en coincidencia con su actuación en la sala del Musikverein vienés, una entrevista a Daniel Barenboim sobre Beethoven, objeto de los conciertos y recitales que dio hace pocos días. Decía Barenboim que, en su opinión, los tres ejecutantes "más importantes" de la música para piano de Beethoven habían sido Arthur Schnabel, Edwin Fischer y Claudio Arrau. Barenboim, que pertenece a esa misma estirpe, admiró a Arrau desde que, de chico, lo escuchó en el Teatro Colón y después también dijo que lo que más lo sorprendía de él era que su lectura era el resultado de un tremendo análisis pero también de su "completa y constante inmersión". La frase está recogida en Conversaciones con Arrau, de Joseph Horowitz, un libro que, aparte de las minucias biográficas, es una auténtica lección de música.
En uno de los capítulos, la charla se concentra precisamente en Beethoven, alguien que, dicho sea de paso, no le agrada "como persona". Quien escuchó las grabaciones de Arrau encontrará puestas en palabras sus decisiones musicales, sobre todo cuando se refiere a las últimas sonatas, que piden para él una ejecución "más improvisada" y con más rubato. Desde luego, es una apariencia de improvisación, o más bien de repentización, como si la invención beethoveniana, tan imprevista, lo fuera también para quien toca.
No menos instructiva es su consideración sobre el enlace entre los primeros y segundos movimientos de las sonatas opus 109 y opus 111. Señala Arrau que, en la segunda de ellas, no hay calderón después del último acorde. Es como si Beethoven quisiera poner a prueba al pianista: ¿cuánto tiempo será capaz de mantener el acorde? ¿hasta qué extremo querrá romper la continuidad? Estas decisiones se fundan en detalles técnicos, pero los exceden holgadamente.
Pero ese segundo movimiento de la Sonata opus 111 es además un viaje espiritual; así lo entendió siempre Arrau, y por eso el propio Barenboim pudo decir de él que "utilizaba todos los recursos pianísticos para la expresión musical". Sigue explicando Arrau: "Es como recordar el pasado antes de abandonar la vida. Es una afirmación gozosa de la vida terrenal. Me parece magnífica la forma en que, por última vez, aparece este apego a la vida. El comienzo de la siguiente variación ya no tiene nada que ver con la existencia personal. Yo la imagino como la palpitación de la naturaleza. Luego viene esa maravillosa ascensión hasta un éxtasis místico. Hay una frase de Goethe que lo describe: der Fall nach oben…"
Claudio Arrau dio la definición más exacta y más poética de lo que Beethoven le pide a un pianista
¿Qué quiere decir der Fall nach oben? La frase de Goethe se lee en el Acto II de la Segunda Parte del Fausto, está en boca de Anaxágoras y casi siempre se traduce mal. "Elevo mis ojos a lo alto", opta por ejemplo Rafael Cansinos Assens. Pero lo que habría que decir es, literalmente, "caigo hacia arriba". "Caer hacia arriba" implica tanto un abandono (dejarse caer, dejarse llevar) como una voluntad (el esfuerzo de ascender). Difícilmente haya una definición más exacta y más poética de lo que Beethoven le pide a un pianista, y en general a cualquier ejecutante. Se estaría tentado incluso de encontrar allí una definición de la ejecución aun más allá de Beethoven.
Todo ese segundo movimiento de la sonata opus 111 no tiene para Arrau nada alegre; es "la tristeza de la despedida" (y esta no es una constatación personal, como lo probaría, en general, su diferencia de opinión con Edwin Fischer). En el libro, la conversación deriva al humor que mucho detectan en la música de Beethoven (en el scherzo de la sonata Hammerklavier, por ejemplo). Ya un poco ansioso, Horowitz le repregunta a Arrau, al margen ya de Beethoven: "¿No le resulta nunca divertida la música?" La respuesta de Arrau tendría que ser nuestra divisa: "No".